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El asombro de estar vivo, medicina contra el cambio climático

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LOLA SALADO
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Odile Rodríguez de la Fuente fue la protagonista de la quinta conferencia del ciclo de Medicina del Estilo de Vida, con la rúbrica “Ecología: Estilo de vida y cambio climático”. Como no podía ser de otra manera, su padre, el gran naturalista español Félix Rodríguez de la Fuente tuvo un lugar de honor en una videoconferencia a la que asistieron más de 150 personas en línea, durante el pasado 7 de julio. A diferencia de las cuatro anteriores cambió el formato: Odile conversó con Gustavo G. Diez, director de Nirakara Lab, y con María Talavera, promotora de Fantástico Bosque, y nexo entre Odile y Nirakara.


Odile dejó mensajes como que para contrarrestar las consecuencias del cambio climático, para “sanar la naturaleza, lo primero será sanar nuestra propia naturaleza”. ¿Lo lograremos? “No lo sé. Ni yo ni nadie” (afirmó). Fue una apasionante conversación, en la que María Talavera hizo de moderadora una vez que, a petición de Gustavo, hablara de Fantástico Bosque, una iniciativa altruista de desarrollo personal con final feliz (como a ella le gusta decir), que apoya la reforestación de un bosque mediante 70 master class y charlas inspiradoras sobre la ecología del ser y el cuidado del planeta. Será del 25 al 31 de julio, y entre muchos otros grandes expertos participan Odile Rodríguez de la Fuente, Gustavo G. Diez, Nazareth Castellanos, Ana Arrabé y Gonzalo Brito, los cuatro últimos de la casa Nirakara.


Pero antes de empezar, ¿quién es Odile para los no legos en ecología? Su singladura profesional deslumbra: se licenció Cum Laude en Biológicas y Producción de Cine en USC, Los Ángeles. Su vocación por divulgar la naturaleza nació en su infancia influida, sin duda, por el poder inspirador de su padre. Pasó varios años en Washington DC, trabajando en la sede de National Geographic. En 2004 creó la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente de la que fue directora durante más de 15 años y (por ser breves) damos un salto casi cuántico en su vida dejándonos multitud de proyectos y vivencias, para situarnos en 2020, año en el que publica Félix. Un hombre en la tierra, un compendio ilustrado del pensamiento del hombre que despertó la conciencia medioambiental de todo un país, a través de su famosa serie El hombre y la tierra de TVE. En la actualidad, Odile está muy centrada en la divulgación del reto que supone el cambio climático para la humanidad.


Es texto es una síntesis de algunos de sus grandes momentos, que por cuestión de espacio deja fuera los minutos más polémicos y montaraces. Odile puso en solfa el mundo de la ciencia y Gustavo el de la espiritualidad, desde la profundidad de dos científicos enamorados de la vida, que les encanta caminar descalzos.


Gustavo arrancaba la conversación reconociendo la influencia que Félix Rodríguez de la Fuente había tenido en su generación (años 70 y 80) de manera transversal en el ámbito de la ecología y el amor por la naturaleza, para preguntarle si habíamos sido buenos discipulos. Odile desterró la imagen de un padre típico para mostrar un Félix que cuando volvía de sus viajes y contaba sus aventuras (con la pasión que quienes le han visto en sus programas pueden imaginar), sobre todo preguntaba:


- Odile:
 La mayoría del tiempo que estaba con nosotras le recuerdo preguntando. Mi padre fallece cuando yo tenía siete años y me acuerdo que era muy curioso. Recuerdo que le fascinaba el mundo infantil y quería asomarse a la naturaleza a través de los ojos de sus hijas, nosotras. Le producía muchísima curiosidad porque en cierta medida él era un adulto que no había dejado de ser niño completamente. De hecho, creo que le perseguía ese sentido de profunda libertad que vivió en esa infancia libre y montaraz como él mismo hablaba de su niñez.


Su trabajo, su desarrollo profesional fue una especie de búsqueda de esas emociones que lo arraigaron a la tierra, firmemente además, y que le permitieron expandir sus ramas y llegar a cada uno de nosotros. Pero no como maestro, sino como niño que lo que busca es compartir lo que profundamente le apasiona: eso que ha encontrado y le parece un tesoro que no puede disfrutar él solo, y lo tiene que compartir con todos.


Él no encaja en esa visión de maestro. No nos quería enseñar. De hecho frente a este nuevo movimiento ecologista, él nos sedujo. No nos decía: “esto está mal, no tienes que hacer esto otro”. No juzgaba, ni se ponía por encima de los demás. ¿Quién era él para decir “tú lo estás haciendo fatal”, “tú lo estás haciendo fenomenal”, “tú estás salvado”, “tú no”? Hablaba siempre colectivamente de “nosotros” y de la humanidad, de los errores cometidos, como parte del aprendizaje.


Esa manera de hablar de nosotros, de ser parte de ese colectivo, de identificarse con el que le escuchaba, fue un revulsivo que abrió transversalmente, como tú dices, no ya a una generación, sino a niños, padres, abuelos, gente de todos los rincones de España, de todas las escalas sociales, de todos los niveles de educación. Había una sabiduría en él, había algo que te enganchaba, que te seducía, y que iba mucho más allá de la palabra. Es la fuerza y la magia que está en lo auténtico.


¿Cómo lograr un mayor equilibrio con la naturaleza?


Gustavo, frente a un relato social que culpabiliza en exceso al ser humano desde su visión (no de experto según confesó), exponía si estamos ante un problema que necesita soluciones nuevas “que no sé si vamos a encontrar”, para pregutarle a Odile: ¿qué pasos tenemos que dar para lograr un mayor equilibrio con la naturaleza?


- Odile:
 Para mí la causa más urgente que hay que trabajar en la naturaleza, es nuestra naturaleza (…) que en nuestro proceso evolutivo probablemente de la conciencia, tal y como la conocemos, (creo que) es un experimento desde el punto de vista de la biología, de la naturaleza, de la vida… ¡tan nuevo!, que es casi como llevar una herramienta súper potente, pero súper potente, y que solamente es la punta de lanza.


Todo lo que hay detrás son esos cuatro mil millones de años de evolución de la vida sobre la tierra. Y esa capacidad de autorreflexión, de vernos a nosotros mismos, de comprendernos es ese valor añadido, ese último paso que ha dado la vida. Pero todo lo que no estamos viendo, es lo que está debajo del iceberg, es lo que llevamos a nuestras espaldas. La evolución de la vida de esos cuatro mil millones de años.


Este último piquito del iceberg nos está cegando. Es tan potente que impide ver que nuestra verdadera naturaleza y todo lo que hay alrededor de nosotros fluye a través de nosotros. No se puede disociar la naturaleza de nuestra naturaleza. Somos una continuidad, el producto de esos cuatro mil millones de años de evolución.


Me da la sensación de que en estos pasos torpes casi como de bebés, como dicen los americanos estos baby's steps, no vamos en plan ¡wow, qué potencia!, mira lo que tenemos: podemos reflexionar, tenemos lenguaje, podemos hablar, podemos comunicarnos, podemos pintar, podemos hacer arte, podemos hacer tecnología, podemos domesticar plantas y animales… Y ahí es donde ya empezamos a confundirnos.


Oye, si domesticamos a las plantas y los animales, ¿entonces qué es la naturaleza?, ¿es eso de lo que hemos vivido durante ciento noventa mil años, como homo sapiens, sobre la piel de la tierra como cazadores, recolectores, integrados en esa naturaleza?, ¿o la naturaleza es esto que hemos descubierto hace diez mil años domesticando a las plantas y a los animales?


Pero si es esto que hay allí fuera, que es salvaje, amenaza a esto que es mío… Ahí se genera la aparición del sentido de posesión. Nos empezamos a separar de algo que ya vemos como ajeno, dejamos de ser parte de la naturaleza. Ahí comienza todo un proceso histórico, sobre todo a partir del neolítico donde nos vamos separando. 


Aparece también el patriarcado, la jerarquización, la violencia, las religiones monoteístas… toda una serie de sucesos, aunque en realidad ha pasado muy poco tiempo, solo diez mil años desde que empezamos a domesticar plantas y animales. Y en este periodo de tiempo, tan corto, nos la teníamos que pegar.


Si es que forma parte del crecimiento (enfatiza). Cualquiera que tenga hijos, si tienen adolescentes, sabe que se la van a pegar, porque es la forma de aprender y para mí esto es parte del proceso. Ahora bien, si nosotros como adolescentes y colectivamente, vamos a sobrevivir a este periodo o no, claro, no lo sabemos nadie.


Si sobrevivimos saldremos mucho más sabios y llegaremos a un periodo de madurez donde realmente podamos explorar todo nuestro potencial. Y en ese sentido, la naturaleza no me preocupa. Quiero decir, ha habido grandes extinciones masivas, estamos en la sexta ahora mismo. La vida es un fenómeno, es mucho más que la biodiversidad. La biodiversidad es lo que ocurre cuando la vida prospera y fluye durante miles de millones de años, pero tiene tal fuerza que aunque ocurra una extinción masiva, se reinventa y vuelve a salir otra historia.


En una etapa fueron los dinosaurios los que reinaron, con lo cual si nos cargamos todo el invento ahora, se reinventará. Realmente el problema de la naturaleza es el espejo que nos está diciendo que no vamos bien, que estamos profundamente enfermos y que tenemos que quitarnos la máscara, las creencias, el paradigma que nos domina, que nos venda los ojos.


Se trata de explorar todo el potencial que nos da tanto miedo, tanto vértigo, que reluzca y salga. Y la naturaleza está ahí para ayudarnos, porque nos va a dar, y nos va a dar como un maestro verdadero, con mucha generosidad, pero con mucha firmeza. Y si saldremos o no, pues eso, no lo sé. 


En esta historia, lo que me parecería una pérdida inconmensurable sería este gran parto de la vida que es la conciencia. Que desapareciese nuestra especie, eso me parecería un crimen tremendo, una pérdida tremenda. Lo que no quiere decir que a lo mejor dentro de millones de años salga otra forma de vida reflexiva e inteligente y que esto bueno, sea solo un capítulo más.


Síntomas de la enfermedad de la especie humana


Gustavo oyendo hablar a Odile, dirigió la conversación hacia la visión del problema ecológico actual como un problema “del interno del ser humano, casi psicológico”. Es decir, reflexionó en voz alta: “el ser humano se ha separado de la naturaleza pero es algo profundamente ficticio, porque no dejamos de ser naturaleza y un experimento de la naturaleza, con un “melonazo” extraordinario, con un grado de encefalización brutal. A veces me planteo, ¿qué sería de los chimpancés con lo agresivos que también son (en ocasiones), si tuvieran la capacidad de tener un “melonazo” como el que tenemos nosotros, y construir un arma para cargarse a otros de su especie? Probablemente, también lo harían y quizás ahí estamos, como un chimpancé con más conectividad neuronal y con una capacidad también de conciencia mayor”.


Dentro de ese factor psicológico que me interesa mucho, ¿cómo describirías los síntomas de nuestra enfermedad, si fueras una psicóloga clínica por así decir, y qué camino podría haber para de alguna manera sanar esa enfermedad?, le preguntó Gustavo.


- Odile:
 Gran pregunta Gustavo. Para mí la única vía de sanarnos, no de una forma dualista sino de una forma absolutamente interconectada con la naturaleza, (nuestra naturaleza), es recuperar el vínculo. Es religarnos a nuestra verdadera esencia. De ahí viene la palabra religión, de re-ligare. Hay algo intuitivo en esa filosofía perenne que está presente en todas las diferentes líneas de pensamiento religiosas y filosóficas, que nos hablan con diferentes analogías de la salida del paraíso. Esa es para mí la etapa en la que no había dualidad en nuestra relación con la naturaleza. Éramos uno con la naturaleza, estábamos totalmente vinculados y ligados. Esa es la manera en que podemos trabajar en nosotros, y la naturaleza también sanará. 


¿Y cuáles son los síntomas? Para mí están muy claros. Es ese perdemos en el laberinto de la mente, que es uno de los grandes síntomas.


En mi caso, siempre que tengo dudas, y tengo muchísimas como te puedes imaginar, una gran fuente de inspiración es la naturaleza. Así, lo que observo que ocurre en la naturaleza trato de aplicarlo a mis dudas y grandes preguntas. Y lo que veo es que la naturaleza es más y más complejidad, más y más belleza, más y más diversidad, (en esencia) a partir de lo mismo, que simplemente es circular y que circula en el flujo de esa generosidad de dar y de darse, y de colaborar, con un equilibrio entre la colaboración y la competitividad. Pero sobre todo son esas relaciones, es esa interconexión, es esa visión sistémica de todo el sistema vivo de la tierra, que crea las condiciones idóneas para la vida a nivel planetario y a nivel de cada ecosistema. A nivel de todo, porque todo está absolutamente interconectado.


Cuando el ser humano se escinde es donde empieza la enfermedad y una de esas manifestaciones por supuesto es el genocidio, la violencia exacerbada que va más allá de la agresividad (que vemos en los animales). Son sobre todo patologías que tienen que ver con perdernos en el laberinto de la mente. Cuando uno no está enraizado emocionalmente, espiritualmente con el cielo y la tierra, con lo que le rodea con la existencia, se pierde en ese laberinto, y pierde el sentido de la realidad.


Desde mi punto de vista, vivimos una sociedad distópica. Se mire como se mire, ha perdido completamente el sentido de lo prioritario, de la realidad y de lo importante.


Polarización, la otra patología


En este punto María Talavera trajo a la conversación al geólogo Gray Briden, quien defiende que mientras no sepamos responder a la pregunta “quiénes somos”, no vamos a poder resolver los problemas y las metas de manera adecuada. Desde ahí, María propuso una visión holística de unir la economía con la ecología, la ciencia con la espiritualidad, las medicinas milenarias con la medicina de vanguardia. “Ahora estamos a tortas: o esto o lo otro, o blanco o negro pero existe una sabiduría ancestral muy válida, ¿por qué esa prepotencia de nosotros sabemos más?”.


- Odile:
 Es parte del problema María, respondió. Es precisamente parte de ese comportamiento casi patológico, disociado, y que va a más. Una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida ha sido dejar de ver la televisión hace cuatro años; me di cuenta cómo me estaba contaminando; cómo era algo negativo en mi vida.


Una de las cosas más negativas que he detectado en los grandes medios de comunicación de masas, y desde luego en la política que se ve a diario a través de ellos, es esa polarización. La polarización de blanco o negro, bueno o malo, derechas o izquierdas. Y ese es un mundo en el que yo no quiero vivir. Yo soy gris, y soy muchos matices de gris, y en algún momento puedo hasta ser blanco, pero en otro igual soy negro. Me siento muy incómoda en un mundo que alimenta la separación.


La solución una vez más de la naturaleza es la tolerancia desde el respeto y desde la unión. Entender que esos a los que se critica, los malos, el capitalismo, la apisonadora, los terribles… también son tú. Todos somos parte de lo mismo. Somos una amalgama de todo lo que hay y existe alrededor de nosotros, de la misma manera que en la naturaleza todo está vinculado y lo estamos viendo ahora con el cambio climático.


Estamos empezando a darnos cuenta de que las ballenas contribuyen a minimizar el efecto invernadero, y te quedas alucinado y dices pero coño es alucinante. Que los castores son arquitectos del paisaje, y son fundamentales también. Creíamos en las pirámides tróficas (cadenas tróficas que se estudiaba en el cole: el depredador, el herbívoro, las plantas) y ahora, de repente, se está empezando a hablar de las cascadas tróficas, que si quitas la pieza de arriba de la pirámide (esos grandes depredadores como los lobos), tiene efecto en cascada sobre todo nuestro ecosistema llegando a influir sobre cómo fluyen los ríos y sobre la vegetación de ribera.


Esto nos enseña que la naturaleza es tan dinámica, tan interconectadas que no hay nada más importante que el otro. ¿Qué es más importante el cerebro o las células? Es que una cosa no puede ser sin la otra. Es simplemente el entendernos y el aceptarnos, el querernos. El amor es una palabra muy manida, pero entendida en profundidad es lo que para mí es la naturaleza.


La naturaleza es un abrazo infinito (la existencia, que ni siquiera es la naturaleza, es lo que nos rodea), infinito de amor en el sentido de esa generosidad y esa aceptación última y absoluta. Y eso es lo que nos está enseñando permanentemente, y hacia lo que tenemos que ir trabajando a través de vincularnos primero con nosotros, porque la mayoría estamos enajenados de nosotros mismos. Como decía Santa Teresa de Jesús “Vivo sin vivir en mí”, porque uno vive distraído, vive en otras cosas, pero no vive en uno. Así que lo primero es uno mismo; mirar hacia dentro y empezar a recuperar el vínculo y el amor por uno mismo, y desde ahí redescubrir lo que a uno le rodea. Y es maravilloso, es un viaje fantástico.


Pequeñas fórmulas para reconectar


Vuelvo a tu pregunta (Gustavo) relativa a si tenía alguna fórmula. Ojalá tuviera una fórmula que le funcionara a todo el mundo. En mi caso, como todos, he tenido momentos muy difíciles y en ese subibaja emocional la naturaleza es como estar en casa, en el seno de la madre. La siento como decía antes de una generosidad y de un calor, de un amor y de una aceptación infinita.


Mis pequeñas formas de conectar y de purgas son muy simples, muy cotidianas. Por ejemplo, mis hijos me han dado muchísimo. La experiencia animal del embarazo, del parto, de la lactancia, de olerlos (…). Cuando se duermen, dormirme abrazada a mis niños, olerlos, tocarlos y ver esa vida, ver esa pequeña conciencia desarrollándose, es inexplicable; me siento tan afortunada de poder ver eso en los niños y de haber podido tener esos niños. Pero no tienen que ser hijos, sino niños que tengas cerca de ti; explorar ese tipo de conexión ayuda muchísimo también. Los niños te traen a la tierra, vas a los básicos, a lo esencial, a lo que es estar vivo aquí ahora. Los niños son una medicina muy importante.


El tacto. Tocar la hierba. Salir a respirar el aire. Ver una puesta de sol (aunque suene también muy manido). Ver las estrellas (que en las ciudades no se puede). Es una experiencia que forma parte de nuestras vidas. Hemos crecido durante esos 190.000 años levantando la vista, viendo las estrellas y asomándonos con esa conciencia que estaba despertando a ese infinito; cogiéndole la mano al que teníamos al lado y puede que ya empezáramos a hablar. Es el asombro. Hay que seguir fomentando ese asombro por estar vivo y por el misterio. Por lo desconocido.


El sabor, disfrutar de la comida y también de los cambios. Me gusta mucho salir a la naturaleza a retarme con una escalada o algo en lo que no sé si voy a ser capaz. Encontrarme sola en la naturaleza, salir a pasear de noche con un frontal de luz y escuchar… De repente se te despiertan los otros sentidos, escuchas mucho más, sientes mucho más, y sale el animal que hay en ti. Todo ese tipo de cosas, muy básicas, que te ponen en contacto con la realidad. No sé cómo llamarlos pero son conectores, vínculos.


Revolución en el mundo de la biología, la última gran frontera


Gustavo contrastó las claves de Odile a partir de su experiencia en sus años de instructor de yoga y mindfulness con personas con ansiedad y distintos tipos de crisis: “__al final se trata de conectar con la realidad más inmediata; el tacto de tu hijo, respirar el ozono después de la lluvia... La medicina es reconectar con eso, porque somos animales. De alguna manera, a través de la investigación, iremos comprendiendo por qué, aunque sea obvio por una cuestión experimental que cualquier persona puede saber. Pero si encima la ciencia nos dice, por ejemplo, que estar en la naturaleza hace que nuestra microbiota intestinal, (que también te oído hablar a ti), adquiera mayor resistencia a las infecciones, encima lo comprenderemos”, dijo antes de ceder la palabra a Odile:


- Odile:
 Igual que la física cuántica abrió dimensiones que eran insospechadas, creo que esa revolución está empezando a ocurrir en el mundo de la biología, que es como la última gran frontera. Estamos empezando a dar cuenta, por ejemplo, del sentido de la individualidad. Lo que hablas de la microbiota, ¡es que realmente tenemos más células ajenas a nosotros, que células propias!


Entonces dónde empieza y dónde acaba Odile, (…) cómo participa hacia la inmunidad, cómo participa con nuestra capacidad cognitiva, emocional, con todo el cerebro. Cómo nuestras propias células son el resultado de la endosimbiogénesis. El organelo más importante, la mitocondria (la fábrica de la energía), era una célula independiente, que tiene su propio ADN y realmente fue una cooperación, una colaboración, una simbiosis que terminó dando lugar a más que la suma de las partes.


Esto es lo bonito de la visión sistémica del sistema vivo de la tierra, que el conjunto es más que la suma de las partes. Es alucinante. Fue un antes y un después de la visión cartesiana, reduccionista, más newtoniana, que pensaba que la naturaleza era como una gran máquina. Y en una gran máquina, como un reloj, quitas todas las piezas y ves lo que hace cada pieza y qué función tienen. Y ya está. Pero con la naturaleza tienes propiedades emergentes, cosas que no están en ninguna de las piezas, que surgen como resultado de la interacción entre todo (…). Hay tantísimas cosas que desconocemos todavía, tan maravillosas. En ese sentido la ciencia me fascina, pero ojo también con lo que trae consigo. 


… Y llegamos al final, a Gustavo, como no podía ser de otra manera, se le quedó una pregunta abierta: “(…) todavía no hay ninguna teoría en la física que estudia la biología”. Odile rescató a Schrödinger
 con su “Qué es la vida”. “Hay algún físico haciendo sus pinitos, hablando de la vida en términos de entropía que es como más se puede aplicar la física a la vida”.


Antes de terminar Odile avisó: “Señores no sabemos prácticamente nada, sabemos muy poco, muy poco (enfatizó), de lo que hay allí fuera. Solo con decir que todavía a día de hoy no se sabe cómo ni por qué empezó la vida, ni qué es la conciencia.


El principio de todo y el final de todo son los dos grandes agujeros negros que tenemos en el mundo de la ciencia. Así que ahí se resume nuestro enorme desconocimiento, que por otro lado lo hace súper divertido, porque claro, imagínate qué horror que lo supiéramos todo, así por lo menos…”. (Risas). Con lo que Gustavo estuvo totalmente de acuerdo. “Ese es el punto de la ciencia, el no saber. La ciencia se nutre del no saber, no del saber”, dijo antes de despedirse, agradeciendo a María Talavera su obra con Fantástico Bosque y a Odile Rodríguez de la Fuente, quien se despidió con un:


“Si, ha sido mágico, tal y como pensé. Adiós chicos, chao a todos. Salud.


Este texto es una transcripción sintetizada y muy editada de solo algunas de las partes de la conversación que se produjo entre Odile, Gustavo y María. En este enlace puedes ver la conferencia completa con todos los detalles, risas, inflexiones de voz, momentos apasionados y matices de una conversación que incluyó la comparación entre nuestro Félix Rodríguez de la Fuente y el universal Carl Sagan. Uno nos hizo amar la tierra y el otro el cielo, dos “fenómenos” que hablaban de la vida con mayúsculas desde un humanismo profundo. ¡No te la pierdas!

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Escrito por Lola Salado

Consultora de comunicación. Licenciada en Ciencias de la Información, Experto Universitario de Mindfulness en Contextos de Salud (UCM).

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