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Diversidad emocional, ¿tienes?

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LOLA SALADO
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“La psicología de las emociones positivas está relativamente poco desarrollada frente a lo que sabemos de la psicología, la fisiopatología, o incluso de la neuroanatomía de las emociones negativas. De las emociones positivas tenemos menos información”. Con esta “reflexión caprichosa”, según el propio Carmelo Vázquez, catedrático de Psicopatología en la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, definió la diversidad emocional, también llamada “emodiversidad”, un concepto clave para acercarnos al bienestar físico y mental de las personas, que desarrolló durante su conferencia titulada “Mejorar el estilo de vida: Mecanismos de sabotaje y sostenibilidad”, parte del ciclo de Medicina del Estilo de Vida, de la Cátedra extraordinaria de Mindfulness y Ciencias cognitivas de la UCM y el Instituto Nirakara.

El investigador, experto en psicopatología de los trastornos afectivos y psicóticos, hizo ver a su audiencia, más de 650 personas conectadas online el pasado ocho de marzo, que al igual que la diversidad es clave en la naturaleza, también lo es en los seres humanos. “Podemos hablar de la necesidad de un paisaje emocional variado” (minuto 34).

Los resultados del estudio “paradigmático” Emodiversity and biomarkers of inflammation, realizado en 2018 por los investigadores norteamericanos Ong, A. D., Benson, L., Zautra, A. J., & Ram, N., mostraron la importancia de la emodiversidad positiva. Pero, ¿qué quiere decir esto? “No es experimentar una suma de emociones, o estar muy muy contento por la mañana o por la tarde y en conjunto has estado muy contento 8 sobre 10 (digamos), sino la variedad de emociones que has percibido, que has vivido. Es decir, tener diferentes huevos en la cesta, de diferentes colores y tamaños, parece que es un elemento asociado a una menor presencia de marcadores de inflamación que están relacionados con algunas enfermedades importantes”.

La investigación referenciada se hizo con un grupo de 175 personas sanas de 40 a 65 años, a las que se les recogieron muestras diarias de sangre, mientras que los participantes tuvieron que hacer un diario de emociones positivas y negativas sentidas en el día a día. 

Carmelo destacó que en este estudio los dos únicos elementos que se asocian son el índice de masa corporal y la variedad de emociones positivas que uno vive. Y “lo interesante es que la media de emociones positivas y negativas no correlaciona con estos marcadores de información, tampoco la diversidad de emociones negativas que uno tenga, pero sí el paisaje emocional variado". 

Según los propios autores, encontraron que “una mayor diversidad en las emociones positivas del día a día se asoció con niveles circulantes más bajos de inflamación (indicado por IL-6, CRP, fibrinógeno), independientemente de los niveles medios de emociones positivas y negativas, índice de masa corporal, medicamentos antiinflamatorios, condiciones médicas, personalidad y demografía. No se observaron asociaciones significativas entre la emodiversidad global o negativa y la inflamación. Estos hallazgos destacan el papel único que juegan las emociones positivas diarias en la salud biológica”.

A la luz de los resultados, Carmelo Vázquez propone crear “intervenciones de estilos de vida que favorezcan abanicos de colores de emociones variadas. A veces nos centramos mucho en algunas, como puede ser la calma o la relajación, sin tener en cuenta que hay otros elementos de la experiencia humana, que son la diversión, el juego, la risa, el interés, que forman parte de ese conjunto de emociones que dentro de esta idea nueva de la emodiversidad parece tener un papel importante para nuestra salud”, dijo. 

¿Qué hace que merezca vivir la vida? 
Con esta y otras preguntas lanzadas por Gustavo G. Diez, director de Nirakara Lab, tras presentarle, el catedrático comenzó tratando de darles respuesta. “Hay variables que tienen que ver con la esfera de la decisión personal, pero hay otras muchas que afectan como un paraguas a nuestras vidas, que son invisibles y tan grandes como aquel monstruo de Borges, que a veces no se le puede ver de lo fuera que está de nuestra mirada”.

Así introdujo el motivo de su conferencia, los mecanismos de sabotaje y sostenibilidad, traducidos en los elementos que pueden a veces contribuir y otras obstaculizar el desarrollo de una vida saludable, incluidos algunos impedimentos que destacan en el imaginario de la ciencia, como la menor importancia a la investigación de las emociones positivas.

Esta afirmación la ilustró desde un hito de la medicina: la invención por Louis Pasteur de la pasteurización, para afrontar “ese veneno líquido”, como muchos llamaban a la leche (en mal estado) en el siglo XIX, sin implicar su utilización hasta casi cinco décadas después. “Una de las cosas que sí sabemos es que simplemente tener datos de que algo funciona, o es eficaz, no nos asegura que se vaya a implementar, que vaya a ser seguido o que la gente lo acepte. Este es precisamente uno de los problemas con las intervenciones alrededor de los estilos de vida”. 

A través de marcadores vivos, como el reloj de la población mundial, mostró en ese momento los nacimientos en tiempo real y las muertes causadas en su mayoría por cardiopatías isquémicas, si bien aclaró que las cifras de defunción varían según el área geográfica. Así en los países con ingresos bajos son afecciones neonatales, enfermedades o muertes durante el parto y enfermedades respiratorias infecciosas. “Todavía hay un espacio muy grande para intervenciones que no tienen que ver con estilos de vida, como ocurre con algunas enfermedades crónicas, sino todavía con elementos mucho más mecánicos y con intervenciones mucho más sencillas”, recordó. 

Estilo de vida saludable, según Oxford  
Carmelo siguió la tradición de acudir al diccionario de Oxford, que define el “healthy lifestiyle”, como un estilo de vida que incluye actividades y hábitos que fomentan el desarrollo de una aptitud física, mental y espiritual totales, y que reduce el riesgo de sufrir enfermedades graves. “Es muy interesante, la mayor parte de las intervenciones de los estilos de vida saludables están muy centrados en esta idea de reducir la enfermedad, la mortalidad. Este foco utilitarista impregna la medicina del estilo de vida. El diccionario de Oxford avanza: los hábitos saludables incluyen dietas equilibradas, ejercicio regular, dormir y relajarse adecuadamente, abstenerse de fumar y de tomar medicamentos no esenciales, y moderar el consumo de alcohol”.

Según el investigador, existe la idea de que, en último término, estos elementos son capaces de reducir enfermedades y también de alargar la vida. “Y hay datos: el estudio nacional norteamericano Impact of Healthy Lifestyle Factors on Life Expectancies in the US Population de Li, Y. et al. Circulation, (2018), en el que con prácticamente 140 mil personas, se observa que si se cumplieran cinco de estos elementos básicos: dieta saludable, no fumar, un índice de masa corporal saludable, consumo moderado de alcohol, y actividad física vigorosa por lo menos 30 minutos al día, los hombres aumentarían en 12 años su esperanza de vida, y las mujeres en 14. Pero cumplir tan solo con uno suma entre dos y tres años, que van aumentando según se añadan el número de hábitos saludables que uno lleve. Parece que nos vamos acercando un poco a ese Santo Grial de la longevidad ilimitada o a la inmortalidad”, anunció. 
Optimismo, ingrediente clave del elixir de una larga vida 

Aparte de los hábitos, hay elementos aparentemente menos controlables pero con cierta importancia, en palabras del experto. “Sabemos bien que el optimismo está asociado a una alta longevidad”.  En los estudios de las personas excepcionalmente longevas (mayores de 90 años), se ha visto que hay determinadas variables importantes, incluso si se transgreden normas básicas como no fumar. Así los optimistas tienen casi dos veces más de posibilidades de superar los 85 años, tal y como expone el estudio Optimism is associated with exceptional longevity in 2 epidemiologic cohorts of men and women.

¿Estilos de vida para qué?

El interés por la longevidad hoy día está claro, pero para qué, hacia dónde nos lleva, se preguntó en voz alta, para responder cómo los estudios sobre calidad de vida y estilos de vida cruzan este debate. “Para qué queremos vivir más años si no los vivimos con calidad, y yendo un paso más allá podríamos pensar si la conexión última tendría que ver con tener una buena vida, con tener una vida en la cual nos sintamos dichosos y plenamente felices”, argumentó.  

Una idea básica ya apuntada por la OMS en 1948 es que para hablar de salud hay que distinguir entre salud negativa que no es solo la ausencia de enfermedad, sino también del malestar o la discapacidad, mientras que una salud positiva incluye la presencia de elementos que favorezcan el crecimiento y el desarrollo de potencialidades. “Y esto nos lleva a una perspectiva mucho más ambiciosa de la que hemos tenido habitualmente en las intervenciones, solo dirigidas a reducir problemas, desde luego necesarias pero seguramente insuficientes”, expuso para avanzar: “Necesitamos intervenciones también destinadas a incrementar el bienestar de la gente, intervenciones positivas, intervenciones de mindfulness y meditación en un sentido más amplio, intervenciones de calidad de vida. En el ámbito incluso de la psicosis, de las esquizofrenias, de la depresión, hacen falta intervenciones destinadas a la recuperación plena. Y esto pasa inevitablemente por pensar, definir, reflexionar, medir y capacitarnos también en intervenciones dirigidas a incrementar el bienestar psicológico”.  

¿Qué es el bienestar psicológico?  

Según el experto, hay dos tipos de bienestar, uno que es emocional, subjetivo, a su vez compuesto de otros dos elementos, un estado emocional en el que prevalecen más emociones positivas que negativas y, a la vez, una valoración de la vida, de la propia vida, como algo que merece la pena ser vivida. “Es lo que llamamos satisfacción vital y tenemos muchos indicadores, muchas medidas, muchos cuestionarios y muchas entrevistas que sondean estas cuestiones como elementos esenciales del bienestar. Por un lado, son vidas que no están sobrecargadas de tensión, de estrés, ansiedad, miedo, que a su vez están entre tejidas con experiencias cotidianas de emociones positivas dentro de la ecuación, que lleva a pensar que nuestra vida es algo que merece la pena ser vivido.  

El segundo componente para Carmelo Vázquez es desarrollar el concepto aristotélico de la buena vida, la eudaimonía, mediado por una vida virtuosa y equilibrada. “A su vez, en el siglo XX, en la filosofía occidental pensamos que en cierto sentido el bienestar hay que trabajarlo, hay que poner esfuerzo y hay que luchar por conseguirlo y mantenerlo. Y esto es un elemento no sencillo, todos tenemos experiencia de que es uno de los grandísimos retos que existen en la psicología de los estilos de vida”.  

Tras esta introducción mucho más extensa, presentó el estudio A meta-review of "lifestyle psychiatry": the role of exercise, smoking, diet and sleep in the prevention and treatment of mental disorders, como un ejemplo de intervenciones centradas en la reducción de problemas, como limitantes del estilo de vida. “El bienestar, nuestro bienestar se ve muy afectado por las enfermedades y condiciones físicas, así que un modo de incrementar el bienestar es reducir el malestar. En concreto, la satisfacción vital se ve muy reducida en las enfermedades con dolor cuando lo comparamos con personas sanas”.  

Asimismo, los problemas mentales, como estrés, depresión, ansiedad, tienen un impacto mucho mayor que las enfermedades físicas en su conjunto en la reducción de la satisfacción vital. “Por tanto, en trastornos mentales una de las claves es reducir el malestar, pero debemos tener en cuenta que un objetivo paralelo, no me atrevo a decir ni siquiera que secundario, es el incremento del bienestar porque sabemos que se ve afectado. Es lo que observamos en “A National Representative Study of the Relative Impact of Physical and Psychological Problems on Life Satisfaction Vázquez et al. (2015), un estudio que hicimos en España con 3 000 personas”.  

A continuación abordó el que denominó “modelo típico conceptual que muchos tienen, incluidos científicos”, que consideran el bienestar como la resultante de condiciones de salud, relaciones personales satisfactorias y buenos resultados de la vida en general. “Si tengo un buen trabajo, vivo en un buen barrio, tengo condiciones de vida que considero resultados positivos, todo ello va a contribuir en mi bienestar, entendido como un resultado”. El investigador sumó a este modelo, evidencia en la otra dirección: “sabemos que un mayor estado de bienestar favorece un mejor estado de salud, lo que hace que mejoremos también nuestra relación con los demás y obtengamos también mejores resultados en nuestra vida”.  

Aunque no quiso entrar en “esta senda”, lo hizo contando un estudio que según dijo le impresionó mucho. “Fue el primer estudio del grupo de Sheldon Cohen, hace unos 15 años, en el cual se demostraba mediante una intervención muy sencilla, con la inoculación del virus de una gripe, o de un catarro común, que las emociones positivas tenían un impacto en la probabilidad de actuación del virus".

Los resultados de Positive emotional style predicts resistance to illness after experimental exposure to rhinovirus or influenza a virus muestran que las emociones positivas parecen tener un aspecto inhibidor del desarrollo del virus y la capacidad de infectar del virus. “Se sabía, y se sigue sabiendo que los estados negativos, estados de estrés, estados muchos de ellos que deprimen el sistema inmunológico, pueden tener un efecto sobre algunas enfermedades infecciosas. De hecho, este fue el primer estudio donde se demuestra que aquellas personas con una mayor tasa de emociones positivas tuvieron una menor probabilidad de ser infectadas por el virus de la gripe A o de un rinovirus, que quienes tenían un nivel más bajo de emociones positivas. Este fue el primer trabajo empírico de laboratorio que midió diariamente las emociones a todos los voluntarios participantes, durante 15 días antes de la inoculación, encontrando una asociación entre emociones positivas y capacidad o probabilidad de ser infectado.  

¿Realmente se puede cambiar? 

Malas noticias para los pesimistas… se puede. Carmelo Vázquez lo desarrolla desde el minuto 37:44 hasta el 1:01:03, si bien esta transcripción editada llega hasta aquí, aunque puede que esta gran pregunta se convierta en un artículo independiente.  

Para abrir boca, avanzar que el investigador aseguró que “los cambios son posibles, pueden ser sostenibles, si somos capaces de encontrar herramientas que incrementen y mantengan la motivación en el cambio, y cambios que no solo son individuales y que requieren hacer la mejor ciencia experimental”. Así que si la curiosidad no te permite parar, continúa en Youtube o pásate por este blog quizá en un par de semanas. ¡Muchas gracias por haber llegado hasta este falso final!

(Este texto es una transcripción sintetizada y editada de la videoconferencia que se puede ver íntegramente aquí).



Carmelo Vázquez es catedrático de Psicopatología en la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, en donde se licenció con Premio Extraordinario Fin de carrera. Ha sido becario Fulbright en Northwestern University (1984-86) y profesor visitante, con los programas Salvador de Madariaga y del Amo en San Diego State University, University of California San Diego (2004), y Harvard University (2013). Ha sido presidente de la International Association of Positive Psychology y de la Sociedad Española de Psicología Positiva. Fue uno de los creadores del programa de asistencia psicológica en Incidentes Críticos en Médicos sin Fronteras. Investiga y publica sobre los factores psicológicos y las intervenciones que afectan al bienestar, la resiliencia y el crecimiento tras la adversidad. Es director del grupo de investigación Psicopatología y salud mental positiva: mecanismos e intervenciones de la UCM. Director del Máster en Mindfulness en Contextos de Salud e Investigación de Nirakara, desarrolla una amplia actividad de investigación sobre mindfulness y bienestar.

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Escrito por Lola Salado

Consultora de comunicación. Licenciada en Ciencias de la Información, Experto Universitario de Mindfulness en Contextos de Salud (UCM).

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