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Dolor: ¡Se aprende y se desaprende!

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LOLA SALADO
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¿Sorprendente? Quien lo defiende es Juan Nieto, fisioterapeuta de profesión, que se define como practicante, investigador y profesor de movimiento. Lo explicó en el ciclo de conferencias de Medicina del Estilo de Vida, ya disponible en la plataforma de Nirakara Lab, con el título “Dolor crónico y movimiento”, que esta transcripción editada sintetiza.


Su exposición es un apasionante viaje en busca del dolor que no solo apunta a los tejidos dañados sino también al cerebro, en el que con su guía exploraremos cómo el movimiento puede generar dolor y cómo puede aliviar el dolor, aclarando que no todo el movimiento sirve para solucionar todos los problemas músculo esqueléticos, ni que todo el movimiento y actividad física son causantes de dolor.


El dolor y el movimiento son dos fenómenos que paradójicamente al ser tan familiares y cotidianos tendemos a pensar que conocemos bien. La realidad es que cuando se indaga, lo que aparecen son barreras que nos limitan para realmente entender ambos conceptos, argumentó Juan Nieto, que con el fin de comprender qué es y atravesar las creencias más arraigadas, arrancó con la lectura detenida de la definición de dolor para demostrar su complejidad:

El dolor es una experiencia angustiosa, asociada a un daño tisular real o potencial, con componentes sensoriales, emocionales, cognitivos y sociales. (Williams, 2016 (IASP).


Con énfasis en “daño tisular real o potencial”, el experto hizo hincapié en que lo primero a entender es que el dolor no solo está directamente relacionado con un daño en los tejidos. “Sabemos que está asociado a un daño “real” (un corte, un golpe, una compresión, una fractura) que genera una señal nociceptiva que alerta a nuestro sistema para realizar algún tipo de acción, pero también puede ser por un daño potencial. Es decir, que nuestro sistema nervioso crea que estamos ante un peligro potencial. Esto es realmente importante para comprender el dolor crónico, como veremos más adelante”, recalcó según diseccionaba la definición.


Respecto a los “componentes sensoriales”, indagó en cómo la información captada influye en nuestra experiencia de dolor. Muchas investigaciones muestran cómo la capacidad de visualizar, de comparar, de entender, de diferenciar… tiene que ver y está muy alterada en personas con dolor o dolor crónico, dijo. A su vez, los “componentes emocionales” intermedian en la experiencia angustiosa del dolor, así como los “cognitivos”, que tienen que ver con qué sabemos acerca del dolor, qué creemos que sabemos, cuál es la información que manejamos acerca del dolor, y todos unidos con los “componente sociales y contextuales”, que igualmente tienen una gran influencia. “No es algo tan sencillo como me corto o me golpeo y siento dolor, sino que tiene que ver con los sentidos, las emociones, con lo que sé e incluso con el entorno social”, sintetizó.


Neuroetiqueta del dolor


Desde la fisiología básica - expuso el experto -, el dolor es un estímulo de tipo eléctrico que entra en los receptores sensitivos de la piel, sube a través de la medula hasta el cerebro y básicamente lo que dice es: “Ojo, aquí podría haber algo peligroso o potencialmente dañino para nuestro cuerpo”.


La clave es que esa señal de alerta (información nociceptiva) llega a diferentes áreas que tienen que ver con las emociones, la cognición, el contexto, la historia, con lo que sé, con lo que he experimentado, con mis creencias, con lo que me dice la televisión, el médico… Toda esa información, emociones, sentimientos, recuerdos… generan lo que se denomina una neuroetiqueta, explicó.


A continuación, esa información eléctrica se codifica de cierta forma en el cerebro y desciende de nuevo a la médula, pero ya es otra información donde también se procesan con neuronas que suelen inhibir el dolor. “Sabemos que en personas con dolor crónico se produce una muerte de ese tipo de interneuronas, por lo que el sistema se sensibiliza y empezamos a recibir información cruzada del sistema nervioso simpático y parasimpático. Se produce una amalgama de conexiones neurales que al final generan una reacción, lo que a su vez hace que estemos ante un estímulo doloroso o ante un estímulo que ha sido potencialmente doloroso pero que nuestro sistema nervioso ha decidido que no, que no tenemos que hacer nada y ese dolor se inhibe y probablemente se disipe”.


Insistió: “Esto es muy interesante porque el dolor no es algo físico, químico que sucede a nivel de la médula y está relacionado con un daño, sino que tiene un componente cerebral muy importante”.


Para entender mejor la neurofisiología del dolor, aportó experimentos llamativos que dejan clara la influencia del cerebro. El estudio de Moseley Arntz, 2008, Universidad de Queensland, demuestra cómo con exactamente el mismo estímulo nociceptivo si se asociaba a una luz roja, la percepción de intensidad del dolor de los sujetos se duplicaba frente a cuando recibían el mismo estímulo pero con una luz azul.


Otro estudio “clásico y muy muy interesante” (contó) publicado en el British Medical Journal (Fisher JP et al. BMJ 1995; 310:70), describe el caso de un trabajador de la construcción que llega a urgencias en agonía, gritando al borde del desmayo porque se había clavado literalmente un clavo de 10-15 centímetros que le había atravesado el pie. Llega con unos síntomas terribles, los médicos piensan que el daño en el pie ha sido tremendo, se plantean incluso cómo hacer la operación con la bota… Pero cuando empiezan la cirugía se dan cuenta de que el clavo ha pasado perfectamente entre el dedo gordo y el segundo dedo del pie. Con lo cual no existía ningún daño tisular, no le había hecho absolutamente nada, pero la imagen visual, la creencia del daño potencial del peligro de clavarse en el pie un clavo de 10-15 centímetros, hizo que su cuerpo pensara que estaba ante una amenaza muy muy grande para su integridad física y, por tanto, le produjo dolor aun sin daño. “Fue un dolor mediado por todas las creencias y el miedo al daño”.


¿Cómo se aprende el dolor?


A esta pregunta, respondió con el vídeo de unos padres con bebés. Estos daban un golpe en la pared detrás de la cabeza del niño pero sin rozarle, y a continuación tenían una reacción de consuelo típica de cuando un niño se hace daño: “pobrecito…”. La respuesta automática de los bebés era empezar a llorar.


¿Están sintiendo dolor los niños? De alguna manera sí, se respondió. Entienden que ha sucedido algo que capta la atención de sus padres para darles cuidados. Por tanto, el dolor se puede manipular y se puede aprender, dijo, pero igual que se puede aprender a asociar ciertas cosas como dolor (podría ser movimiento), también se puede desaprender.


La situación opuesta es que si no se hace hincapié en el dolor o posible dolor, un niño es potencialmente indestructible. Es decir, les da igual y ¡es verdad!, enfatizó. "Los niños se caen, se dan golpes… y sus reacciones tienen mucho que ver con el miedo que perciben en el entorno social y en la familia. Como había avanzado con la definición, la reacción del dolor está muy mediada por lo que sucede en el contexto y el entorno familiar”.


Descifrando el dolor: ¿Es daño igual a dolor?


Para descifrar el dolor, el experto acudió a otra propuesta de definición, si bien antes quiso sentar las bases:

  • Cada experiencia dolorosa es una respuesta normal a lo que tu cerebro cree que es una amenaza. Si tu cerebro cree que algo es una amenaza (real o potencial) va a generar dolor.
  • La cantidad de dolor experimentado no está relacionado con el daño en los tejidos. Puedo haber mucho daño en los tejidos y no tener ningún dolor, o tener cero daños y tener un dolor insoportable e incapacitante.
  • La interpretación de la experiencia dolorosa está basada en múltiples señales sensoriales así como en el contexto y la historia. Es muy diferente que te roce una brizna de hierba en la Casa de Campo de Madrid a que sea en el Amazonas, donde te han dicho que hay arañas mortalmente venenosas.


“Hay que romper la creencia de que si me duele mucho tengo algo muy roto. No siempre es así, de hecho casi nunca, especialmente en procesos crónicos. Cuando pasa el tiempo en un dolor agudo con daño en los tejidos, es muy improbable que ese dolor siga en los tejidos. Tras dos, tres meses, que los tejidos del cuerpo se han recuperado, el dolor no hay que buscarlo en otro sitio, que puede ser la médula, aspecto psicosociales, etc.”.  

El dolor es producido por el cerebro tras la activación de la firma neural de la persona y concluir que el cuerpo está en peligro y se requiere alguna acción. (Moseley 2007).


En esta nueva propuesta de definición, Juan puso su atención en la “firma neural y concluir que el cuerpo está en peligro y que requiere alguna acción”, destacando “requiere alguna acción”. “Todas las acciones implican un movimiento, es decir nuestro cuerpo asocia esa amenaza a una acción. Por tanto, tenemos que solucionar este problema o este potencial problema que sufrimos y nos tenemos que poner en movimiento”, explicó. La relación entre dolor y movimiento ya empieza a aparecer, hizo ver a los asistentes. "Siempre que experimentamos dolor, que experimentamos nocicepción es nuestro cerebro diciéndonos ponte en marcha, hay que hacer algo, hay que generar y ejecutar algún tipo de acción".


¿Si tengo mucho daño tengo que tener mucho dolor? Las investigaciones dejan claro que no. En un estudio de Campbell & Colvin, 2013, en zona lumbar con 243 personas asintomáticas (nadie tenía ningún tipo de dolor lumbar), les hicieron una resonancia magnética de lumbares para observar los cambios y daños producidos en los tejidos. Lo que se encuentran es que con más de 60 años el 100% de los individuos asintomáticos tiene cambios artrósicos en las facetas, pero si nos vamos a personas con 40-49, el 93% también, recalcando que todas eran personas asintomáticas. “Es decir, hay muchos individuos con artrosis pero sin dolor”. La evidencia rompe la asociación de que la artrosis genera dolor.


Las conclusiones de este estudio siguen la misma línea con hernias y protusiones. De hecho, es muy común encontrar cambios o daños en los tejidos en personas completamente asintomáticas. “No podemos generar la asociación de algo que vemos en una resonancia magnética es la fuente de tu dolor”, avisó.


Historia de un cuadro de dolor crónico


A continuación, quiso dar una vuelta de tuerca más. “Me duele la espalda, tengo un dolor lumbar. No sé qué me pasa pero me duele mucho (el dolor lumbar puede ser muy escandaloso).


Me voy al médico, me hago una resonancia magnética que es algo que no se debe hacer, según la guía de práctica clínica en todo el mundo, incluida Europa, a no ser que sea absolutamente necesario con una serie de síntomas muy claros. Pero en España sucede lo contrario: me duele la espalda y me voy a hacer una resonancia porque quiero ver qué hay. Tenemos asociado que porque me duele tiene que haber algo malo, cuando en realidad estamos viendo que no.


¿Y aquí qué es lo que sucede? Se preguntó para exponer: tengo más de 50 años, me hago una resonancia magnética, por lo tanto tengo un 97% de posibilidades de tener cambios artrósicos, un 80% de tener hernia y un 30% de protusiones. ¡Y me las voy a encontrar!


Así se genera esa asociación, demostró. El traumatólogo deduce que esa es la fuente del dolor: “Te duele la espalda porque tienes una hernia…”, sin a lo mejor entender todo el resto de síntomas que existen.


Esa asociación es la que causa el dolor. No la hernia en sí misma (que puede que sí o que no). Pero la asociación de que tengo algo dentro de mi cuerpo que es causante de dolor es la responsable, que se agravará si me dicen que no se puede curar ni recuperar, con más miedo y preocupación. En ese punto, se empieza a desarrollar un proceso de no sé qué hacer, no sé cómo gestionarlo y empiezo a sentir cada vez más dolor.


A lo mejor ese episodio de dolor lumbar que sucedió por una mudanza, donde me pegué una paliza y mis tejidos se sensibilizaron, ha desembocado en que me he hecho una resonancia, he encontrado que tengo dos hernias que llevan ahí 15 años y ahora estoy muy preocupado porque no sé si me tengo que operar y si me voy a recuperar, porque me han dicho que las hernias permanecen, etc.


El resultado puede ser un cuadro de dolor crónico por el contexto, la historia, las creencias… En suma por la información que manejamos.


Dolor inducido por el movimiento


¿Cómo el movimiento, la actividad física, el trabajo puede generar dolor? Lo primero a entender es que ante un dolor de tipo músculo esquelético el factor de riesgo fundamental es la carga. Es lo que genera que nuestro sistema se sensibilice o no. No tanto la postura, si lo hago bien o mal, explicó.


La carga puede ser aguda, excesiva, por ejemplo, me pego una paliza, levanto más peso del que puedo, hago una mudanza y llevo cinco años sin hacer ninguna. Esa carga se puede identificar desde el punto de vista interno (la propia percepción de fatiga, de cansancio y de trabajo), y externo, es decir la cantidad de kilos que he estado moviendo por unidad de tiempo en ese momento concreto.


Así que puedo tener un exceso de carga pero también una carga acumulada que tenga que ver más con las posturas habituales, con las demandas funcionales, con el trabajo que hago, con los hábitos que tengo, con el deporte que practico... En esta situación, es una carga que no es excesiva en un pico determinado, pero que de forma continua, durante mucho tiempo, fatiga, drena nuestros tejidos y también nuestra mente, nuestra psicología.


En los dos casos, dijo, desequilibramos la balanza tanto porque estoy muy cansado o me he metido mucha caña (trabajando mucho tiempo sin vacaciones ni descanso ni buen cuidado), y en un momento dado mis tejidos no son capaces de compensar la carga de mi propia vida ni la actividad que estoy desarrollando.


Cuando esto sucede mi sistema nervioso se puede sensibilizar: puedo lesionarme o puedo experimentar dolor. Es una señal de alerta que me está diciendo, “Juan, cuidado, que por aquí vamos mal: estás trabajando mucho, estás descansando mal… o has cogido demasiado peso y a mis tejidos no les está gustando”, con lo cual voy a generar información nociceptiva.


A la imagen, hay que añadir mi psicología. Así puede que reaccione con una actitud de confrontar, tipo si descanso me oxido, o tengo que trabajar más, o tengo que ganar más dinero. Pero también puede ser de evitación: yo no hago nada, no me muevo, qué peligroso es correr… no cojo peso, no me agacho, etc. El coctel resultante con los ingredientes psicosociales harán que el dolor se magnifique o desaparezca.


Por otro lado, cuando experimentamos dolor, nuestro cuerpo empieza a moverse raro. “Lo sabemos, todos hemos tenido dolor músculo esquelético. Te vas a agachar y duele… y empiezas a moverte de forma diferente, con cambios sutiles que redistribuyen la actividad dentro del músculo y entre los propios músculos”. En un afán de conseguir un beneficio a corto plazo, nuestro cuerpo muta para ver si consigue cambiar la carga de los lugares sensibilizados. Pero incluso puedo tener un cambio mucho mayor fruto de mis componentes psicosociales, creencias… con evitación de movimiento dejando de hacer cosas.


El problema es desacondicionarse con el peligro de entrar en un ciclo maligno, que se retroalimenta positivamente con cada vez menos movimiento y más dolor. “Ya mi sistema nervioso, mi psicología se vuelve loca, ya no sabe qué hacer, se queda con sensación de desesperanza”. La frase es “ya no hago nada y me duele más”, describió.


En este marco, puede haber un beneficio a corto plazo protegiendo esa zona sensibilizada o, en el caso de un cambio en el movimiento puede tener consecuencias a largo plazo. En suma, nuestro sistema de protección y movimiento no entiende cuáles son las consecuencias a largo plazo, lo que quiere es cambiar ese estímulo para que deje de doler y seguir funcionando. En estas situaciones los fisioterapeutas, los profesionales del movimiento, podemos ayudar mucho.


De nuevo la pregunta es la misma: ¿Dónde está ese dolor? ¿Cómo podemos resolverlo?, repitió.


Analgesia inducida por el movimiento, ¿qué sabemos?


Sabemos que el movimiento puede aliviar el dolor, producir una hipoalgesia o una analgesia, y que tenemos diferentes mecanismos, comenzó a enumerar.


Sabemos que el área motora en la corteza primaria (M1), en el córtex, donde se planifica y procesa gran parte del movimiento que ejecutamos, tiene relaciones y "loops" neurales con prácticamente todo el cerebro.


A su vez recordó que todo lo que hacemos, pensamos, sentimos, creemos… tiene sentido desde el punto de vista de promover o reprimir alguna acción, debido a que la corteza motora primaria está conectada absolutamente con todo. “De hecho cualquier alteración en alguno de estos elementos puede alterar la percepción del movimiento, y es uno de los grandes problemas que nos encontramos: el desequilibrio entre la información sensitiva que nos llega y lo que yo percibo”.


En personas con dolor crónico se encuentra de forma muy clara que su propiocepción, la manera de sentir y entender por ejemplo la posición o el movimiento de su cuerpo, está completamente alterada. Dicho de otra manera, toda la información con la que toman decisiones motoras está alterada. En estos casos, es muy importante en la práctica de movimiento volver a restaurar esa información sensitiva. Simplemente estamos viendo que  eso tiene efecto sobre el dolor, calmándolo, explicó.


Más cosas que sabemos desde hace 30 años: el movimiento puede activar el mecanismo inhibitorio descendente que permite que se produzca una disminución del dolor y un efecto analgésico. Pero también actúa de otra forma, sabemos que la corteza motora primaria nos ayuda a estimular de forma positiva ciertas áreas y a apagar y atenuar de forma negativa otras. Vemos cómo se relaciona con la ínsula, con el cerebelo, con el córtex prefrontal…, áreas que tienen que ver con la memoria, con el movimiento, con el equilibrio, con la toma de decisiones intelectuales; tiene efectos sobre el área sensitiva primaria y también con la sustancia gris periaqueductal. Con lo cual todo el estímulo y todo el movimiento neuronal que se genera en el área motora primaria tienen potenciales efectos positivos sobre el dolor.


Sabemos también que a nivel de la médula, cuando nos movemos liberamos neurotransmisores y estos modulan la respuesta nociceptiva, es decir por defecto va a generar que la propia médula module e inhiba el dolor.


Sabemos que en casos de dolor neuropático (daño en los nervios), el movimiento genera cambios tróficos que producen una reparación de los nervios mucho más positiva. En cambio, si no generamos ese movimiento lo que se produce es una proliferación de estas fibras de tipo c, que son las que transmiten el dolor.    


Con lo cual nuestro cerebro ante un estímulo nociceptivo puede especializarse. Es decir, puede hacer que las terminaciones nerviosas libres cada vez codifiquen más cosas como dolor. De hecho, vemos que está relacionado con esa carga crónica excesiva que tiene que ver con exceso de estrés, con carga de baja intensidad pero mantenida durante mucho tiempo. Un estilo de vida sedentaria genera que nuestro sistema vaya produciendo este tipo de fibras de dolor y esté más predispuesto a percibir dolor en el momento en que aparece un episodio de estímulo nociceptivo.


Así que el movimiento puede generar dolor en ciertas circunstancias, a la vez que el movimiento es una herramienta fantástica para controlar el dolor. Tal y como vimos en la anterior conferencia de Joseph Firth, los efectos en la salud mental y física son innegables. No podemos renunciar a la actividad física, al movimiento, al ejercicio, porque el coste es demasiado alto para nuestra salud y calidad de vida, también insistió.


Sabemos (continuó) que el ejercicio físico aumenta los niveles de endocannabinoides que se producen en nuestro cerebro. Es decir, nuestro cerebro segrega nuestras propias drogas que calman el dolor, además de producirnos placer y satisfacción a través del ejercicio. Por eso un niño se mueve porque sí.


Por último, también sabemos que el mecanismo de opioides y serotoninérgicos que se interrelacionan y compensan, también generan hipoalgesia, y es un sistema que se activa con el ejercicio físico.


Tenemos muchísimos sistemas en los que el movimiento nos genera este modo de calmar el dolor, pero además sucede otra cosa muy interesante y es que en el momento en que empezamos a movernos nuestro cerebro se pone en modo aprendizaje. “¡Ah, nos estamos moviendo! Vamos a aprender: qué es lo que vamos a aprender, qué es lo que hay que mirar, qué es lo que hay que explorar. Es muy interesante el efecto que genera el movimiento en nuestro cerebro”, concluyó.  


Cómo utilizar el movimiento para modular el dolor


En palabras de Juan Nieto, una exposición graduada al movimiento, la actividad física o el ejercicio es la intervención que más posibilidades tiene de funcionar y que más evidencia empieza a construir.


Según explicó, la clave es encontrar la dosis mínima de movimiento que yo puedo inocular en mi sistema sin generar una reacción de dolor que perpetúe esa idea, creencia, de que el movimiento es igual a dolor, de que cada vez que me muevo me duele… y de que tengo que tener algo muy grave dentro del cuerpo porque me duele mucho.


Su propuesta fue empezar con un movimiento incluso de tipo imaginario. “Hay veces que no podemos mover a la persona sin dolor porque la sensibilización es demasiado grande ante el movimiento”.


Sobre el movimiento imaginario, expuso, hay diferentes técnicas que sabemos que funcionan que no implican que la persona se mueva de forma activa, como puede ser la imaginería motora, que consiste en imaginarse en diferentes situaciones o haciendo ciertos movimientos; la observación de acciones, de vídeos o de otras personas moviéndose, así como trabajar con la imaginación de que esa persona que se está moviendo eres tú e imaginar cómo serían las sensaciones en el cuerpo si pudiese ejecutar ese movimiento sin dolor. “No hay que hacerlo siempre pero nos ayuda a entender el concepto: la cantidad mínima de movimiento que puedo meter en un sistema sin exacerbar los síntomas”.


A partir de ahí, empezaríamos con movimientos más aislados, separados, analíticos, pequeños movimientos, a veces muy descontextualizados para que la persona no entienda que ese mismo movimiento es el que le genera dolor en su vida diaria.


Por tanto, empezamos a generar pequeños movimientos que no causan un dolor notable. Paulatinamente, lo que se hace es aumentar, expandir ese vocabulario de movimiento, empezando a integrar diferentes partes del cuerpo: la cabeza con los hombros, los hombros con el torso, el torso con la pelvis, la pelvis con los pies, y luego todo con todo.


Tenemos que conseguir que la coordinación y la variabilidad de movimientos empiecen a crecer, que el vocabulario y las opciones de movimiento de esta persona sean cada vez mayores y que sigan aumentando las capacidades de moverse sin dolor.


Una vez que tenemos esto, el siguiente paso es conseguir más volumen de trabajo. Necesitamos aumentar sus capacidades físicas puras y duras, porque necesitamos aumentar su tolerancia al esfuerzo, si no cualquier cambio en su estilo de vida puede generar una recidiva en ese dolor. A la vez también tendremos que mejorar la intensidad. La importancia reside en que sabemos que para producir efectos de dolor necesitamos que la carga suba del 60 al 80%, ya que cargas altas generan más hipoalgesia que cargas más bajas mantenidas en el tiempo. Al tiempo, más intensidad nos ayuda a generar ese mecanismo descendente antinociceptivo frente a un trabajo más moderado. El trabajo de fuerza e intensidad tiene unos efectos muy interesantes, resumió.


Otra de la claves es que la persona identifique la diferencia entre hacer el movimiento de una forma o de otra avanzando hacia un entorno mucho más funcional, más global y más desafiante. Si no es aburrido, advirtió. “Es dual: o me reta o me aburre… y no podemos permitir que la persona deje de hacer ejercicio por aburrimiento, y pasa mucho. También es cierto que podemos hacer que la persona no se adhiera al ejercicio porque es demasiado intenso. Tenemos que tener la capacidad de motivar a la persona para que sienta que está cerca de conseguir la tarea pero no lo consigue, y es lo suficientemente interesante para que se motive y siga intentando mejorar su variabilidad, aumentar su fuerza y coordinación para resolver esa tarea de movimiento. Y todo esto, que sea con un dolor muy moderado, sobre todo en personas con dolor crónico.


Si les decimos que el movimiento calma el dolor, pero cada vez que hacen una clase con nosotros tienen más dolor, el paradigma no se rompe. Tiene que romper ese paradigma para integrar que el movimiento es igual a placer, a serotonina, endocannabinoides, opiáceos, etc.


Objetivos de una práctica de movimiento orientada al dolor


Cuando es por excesiva carga, hay que incidir sobre el estilo de vida: cómo descansa, dieta, qué hábitos tiene, hace ejercicio físico o no, su forma de estar en el mundo, su estado de ánimo… “Todo esto tiene que ver con la percepción y manejo de la carga que recibo y la carga que percibo”, recordó. Paralelamente, tenemos que aumentar la tolerancia a la carga pero siguiendo todas las normas que hemos visto.


Por tanto, si tenemos un sistema nervioso sensibilizado, tenemos que modular el dolor. ¿Cómo? Cambiando el movimiento, vamos a utilizar el movimiento de forma que me lleve las señales de alerta de un sitio a otro que no son tan sensibles.


Referente a todo lo que tiene que ver con mi miedo al dolor, las actitudes, las creencias, lo que me han contado que va a pasar, etc., hay que tratarlo con educación sobre el dolor, lo que implica eliminar desde la ciencia y la experiencia las creencias negativas basadas en falsedades que nos creemos. “En el momento que la persona entiende que el dolor no es igual a daño, o que la cantidad de dolor que experimenta no tiene que ver con el daño que tiene en los tejidos, la cosa empieza a cambiar y eso empieza a modular el dolor, y todo lo que baja del cerebro en lugar de estar magnificado puede empezar a bajar inhibido”.


Por tanto, la práctica de movimiento tiene que estimular la comunicación sensoriomotora, incrementar la variabilidad, incorporar más opciones de movimiento que no duelen, y seguir manteniéndonos en movimiento.


Por último, cuando nos encontramos ante la evitación de movimientos, la práctica tiene que ir orientada hacia lo que esa persona quiere hacer. Es decir, mejorar la función física para la participación. Jugar al tenis, coger a mi niño, peinarme… y asegurarnos que lo consigue. Ese es el objetivo final, los movimientos que la persona ha dejado de hacer con toda la afectación social y emocional que supone que los vuelva a hacer por el cambio tan importante que es para su vida. Será la forma de recuperar la confianza en la resistencia de su cuerpo.


“Vivimos en una sociedad de la fragilización, tendemos a fragilizar el cuerpo, hay un paternalismo excesivo, cada vez que me pasa algo quiero que me curen, que me quiten… Nuestro sistema es extremadamente fuerte. Nuestra columna es una de las estructuras más fuertes de la naturaleza, es muy difícil generar un daño real, confiemos en ella, entendamos que no todo el dolor que sentimos es porque nos hemos dañado y que tenemos la posibilidad de utilizar el movimiento en la dosis adecuada para resolver el lío en el que nos hemos metido”, fue su recomendación final.

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Escrito por Lola Salado

Consultora de comunicación. Licenciada en Ciencias de la Información, Experto Universitario de Mindfulness en Contextos de Salud (UCM).

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