Oct 16
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Eduardo Jáuregui
El infinito catálogo de juegos contemplativos
“Lo que un yogui puede hacer es maravilloso,
pero también lo es lo que hace un fontanero o un buen mecánico”
—Mihaly Csikszentmihalyi,
psicólogo
Cuando nos hablan de mindfulness, solemos pensar en ejercicios serios, clásicos y austeros —sobre todo la meditación sentada. Sin embargo, la humanidad ha producido una desbordante cornucopia de prácticas contemplativas a lo largo de los siglos. Y hay que decir que la mayoría de ellas parecen, al menos a primera vista, bastante más divertidas que lo de sentarse en un cojín sin hacer nada. Pintura zen, poesía mística, bailes sufíes, coreografías de tai-chi y ritos aún más exóticos. ¿Has visto alguna vez a los Hare Krishna cantando y pegando botes por la calle? Puedes pensar lo que quieras sobre ellos, pero cualquier niño entiende al instante que esta gente sabe pasárselo bien.
El zumbido loco
La primera vez que me metí en una clase de yoga, mientras preparaba mi tesis doctoral en la ciudad de Florencia, aluciné.
No tenía mucho interés en la espiritualidad oriental. No creía en chakras ni sabía distinguir el kundalini de los fettucini. Me había apuntado por mis dolores de espalda crónicos, el fruto de incontables jornadas encorvado sobre mis libros. Pero el centro que me recomendaron era una escuela tradicional, una especie de templo con su altar, estatuillas de divinidades hindúes, textos sagrados y una foto del fundador Swami Rama, al que trataban como a un ser iluminado. Durante la sesión todo procedía como en un rito cargado de misterio. La maestra, vestida con una túnica anaranjada, fue la única que habló durante hora y media. Los demás participábamos en la ceremonia en silencio total.
Sin embargo a mí me costó horrores mantener aquella solemnidad. Al ver cómo aquel público de personas adultas, hechas y derechas, se saltaban las convenciones posturales con tanto desparpajo, o incluso cantaban mantras en sánscrito —OMMMMMMMM— se me salían los ojos de las órbitas. En algunos momentos incluso tuve que aguantarme para no explotar a carcajadas.
Sobre todo con lo del zumbido loco. Me refiero a un ejercicio clásico del yoga conocido como el bhramari pranayama, o “respiración de la abeja”, ya descrito en el texto Hatha Yoga Pradipika del Siglo XV. El primer paso es taparse los oídos con los pulgares, apretando la pequeña solapa de cartílago a la entrada de cada oreja. Luego se inspira profundo y al exhalar se hace vibrar la garganta con un sonido como de zumbido de abeja. El resultado es que te retumba toda la cabeza con una potente vibración.
No voy a negar el valor de este ejercicio. Al contrario, me parece fabuloso. ¡Pruébalo y verás qué divertido! De hecho apostaría a que no te resulta totalmente nuevo. Aunque nunca hayas leído el Hatha Yoga Pradipika probablemente descubriste esta curiosa experiencia por tu cuenta a los cinco o seis años de edad. ¿A qué sí? Igual que probaste muchos otros experimentos yóguicos: colocarte de cabeza, equilibrarte sobre un pie, dar vueltas y vueltas hasta caerte, doblar tu cuerpo en todas las posibles direcciones, e incluso sacar la lengua poniendo cara de monstruo, como en simhasana, una postura clásica que pocas personas se atreven a colgar en su Instagram.
A los niños no hace falta enseñarles yoga. Lo hacen espontáneamente hasta que les enseñan que el 99% de las posturas corporales no están bien vistas. Igual que las pedorretas. O saltar en charcos. O meterse los dedos en las orejas y hacer vibrar el universo entero con un zumbido bestial.
El problema, durante esa primera clase en el Himalayan Yoga Institute, fueron las ganas de reír. Se supone que debíamos mantener los ojos cerrados. Pero ¿cómo iba a resistir la tentación? Era imposible. Tuve que mirar, y al ver a toda aquella gente tan digna, sentada con las piernas cruzadas, los dedos en las orejas y los codos apuntando a cada lado… ZUMBANDO como abejas con expresión reverencial… casi exploto. Fue necesario un sumo esfuerzo para reprimir la bomba atómica de hilaridad, los kilotones de risoglicerina que amenazaban con detonarse en pleno ritual yóguico. Pocas veces, en mis 23 años de vida, había contemplado una escena más perfectamente cómica.
Afortunadamente conseguí evitar el desastre. No sé cómo. Debí ponerme morado de tanto aguantar. Sin duda fue el mayor desafío de esta primera sesión, peor incluso mis patéticos intentos de imitar las doce fases del Surya Namaskar, el saludo al sol. Gracias a esta proeza, conseguí volver otras veces, comenzando un largo recorrido por las artes contemplativas que me proporcionaron un enorme bienestar y crecimiento personal. Con el tiempo, yo mismo comencé a guiar estas prácticas tan “raras”, convirtiéndome en profesor de yoga y más adelante de la tradición de mindfulness fundada por Jon Kabat-Zinn.
El divertido secreto de la ciencia contemplativa
Cuando te hablan de los efectos del mindfulness, científicamente comprobados en estudios rigurosos, probablemente no pienses en yoguis que zumban como abejas o que sacan la lengua poniendo una cara horripilante. Como es lógico supondrás que la investigación científica ha evitado tales excentricidades para centrarse en la disciplina oriental más clásica, digna y seria. Es de lo que habla todo el mundo, ¿no? Lo que recomiendan los psicólogos. La MEDITACIÓN.
Yo también lo creía, hasta hace bien poco. Pero si examinas estos estudios con lupa, descubrirás que no es así. Como ya he explicado en otro post, el verdadero objeto de estudio es una forma de orientarse al mundo que se asemeja mucho al que adoptan los niños al jugar: exploratoria y experimental, centrada en el presente y sin preocuparse por el resultado final. De hecho muchas de sus variopintas prácticas de asemejan sospechosamente a los juegos infantiles. Por eso me he atrevido últimamente a renombrar esta actitud saludable playfulness o “espíritu lúdico”.
Por ejemplo en MBSR (Reducción del Estrés Basado en Mindfulness), el programa más investigado, muchos participantes descubren que sus hijos pequeños se unen a la diversión cuando intentan concentrarse en los curiosos ejercicios de movimiento y equilibrio que los adultos llamamos “yoga”. En las clases semanales se enfrentan también a un rompecabezas clásico (los “nueve puntos”), y la exploración de una uva pasa “como si fueras un astronauta que se ha encontrado este extraño objeto en otro planeta”. Como veremos más abajo, no son casos aislados.
En las prácticas contemplativas, como en el juego, el objetivo no es conseguir un resultado o alcanzar una meta, sino simplemente vivir la experiencia. En otras palabras, se trata de pasar del continuo y frenético “hacer” que en el Siglo XXI nos llena las horas con mil actividades, a un maravilloso oasis de “no hacer”. Sin duda la forma más pura de practicar este “no hacer” es quedarte quieto, en silencio y con los ojos cerrados, a ser posible en un lugar alejado del mundanal ruido. Y lo más lógico es adoptar para esto una postura erecta o semi-erecta, porque si te tumbas con los ojos cerrados es probable que pronto empieces a emitir ronquidos. Esto explica que la meditación sentada, con sus numerosas variaciones en cuanto a postura física y foco mental, haya surgido en tantas tradiciones de contemplación, generalmente como la vía más recomendada para los buscadores serios. Es el nexo que una prácticamente todas las culturas místicas.
Sin embargo las maestras y maestros también suelen promover, además de este “no hacer” extremo, otras variantes más abiertas al mundo, más activas o incluso interactivas. En estas variantes la intención sigue siendo meditativa pero se permite una mayor libertad para actuar, observar y expresarse. Se busca un “hacer sin hacer”, un fluir vivo y creativo, a veces combinándolo con períodos de contemplación en quietud. Lo importante es la actitud interna, que sin duda podemos identificar con palabras como “mindfulness”, “contemplación” o “meditación”, como suelen hacen los científicos que trabajan en este campo. Son palabras que suenan bien. Suenan a cosa seria. Pero considero que también podríamos hablar de “espíritu lúdico”.
El catálogo infinito
Por lo tanto existe un catálogo infinito de posibilidades contemplativas que se asemejan mucho al universo del juego. En el resto de este post citaré algunas categorías básicas de este catálogo, desde las más cercanas a la meditación “pura y dura”, a las más alejadas.
Al emplear la palabra “juego”, por cierto, mi intención no es trivializar ninguna de estas tradiciones. Al contrario, considero que la ligereza del playfulness nos eleva a lo más alto del espíritu humano. Por otro lado estas practicas se realizan idealmente como cualquier niña o niño se enfrentan al juego verdadero: con toda seriedad.
1. Juegos sensoriales
Se han desarrollado a lo largo de la historia prácticas de exploración sensorial de todo tipo, que suelen realizarse en postura sentada, pero no siempre. En la tradición del yoga la palabra trataka se refiere a la concentración de la vista en un objeto fijo como la llama de una vela. También es habitual emplear el arte como objeto de contemplación, desde los mandalas tibetanos a la deslumbrante geometría de la decoración islámica. ¿Y que decir de las infinitas variedades de música espiritual? ¿O la contemplación del bosque que describió Henry David Thoreau en su libro Walden?
El curso MBSR también incluye ejercicios en esta línea como el “escáner corporal”, la exploración de una uva pasa con los cinco sentidos, o la invitación a aplicar esta misma curiosidad sensorial a desayunos, meriendas, comidas y cenas. O sea, a hacer justamente eso que se nos prohibió de niños: jugar con la comida.
2. Juegos respiratorios
De prestar la atención a la respiración a controlarla hay solo un pequeño paso. Algunas escuelas de budismo como el zen o la tradición tibetana han propuesto a sus seguidores modificar este proceso corporal, sobre todo alargando la exhalación. Pero sin duda son los yoguis de la India quienes más han explorado las posibilidades del control respiratorio. Sus técnicas de pranayama incluyen una amplia selección de juegos aéreos: respirar de forma rápida y explosiva; alternar entre una y otra fosa nasal; alargar el ciclo respiratorio progresivamente; retener la respiración durante períodos largos.
Más allá de sus efectos para la salud cardiovascular, algunos de los cuales han podido comprobarse experimentalmente, los ejercicios de estos “pulmonautas” aportan un poco de variedad y estructura a la práctica sentada clásica.
3. Juegos andarines
En algunas escuelas de budismo es habitual practicar algo de “meditación caminando” —conocido en la tradición zen como kinhin— entre los períodos de meditación sentada. Así, uno de los primeros desafíos a los que se enfrentan los pequeños humanos de todas las culturas vuelve a ser motivo de diversión.
Podemos considerar estas prácticas “juegos” porque no se trata de llegar a ningún lado. Caminar así nos libera de las prisas y del “cuándo llegaré”. En la vida ordinaria caminamos “de aquí a allá”. Pero en este caso nos olvidamos del “allá”: solo cuenta el “aquí”. Se trata de pasear por pasear, dándote la bienvenida en cada paso. Es ésta la lección que aprenden los peregrinos religiosos, los monjes que circulan alrededor del claustro, o quienes se enfrentan a alguno de los miles de los recorridos que los seres humanos hemos diseñados a propósito para resultar inútiles: los laberintos. Estos últimos, por cierto, fascinan a niños y niñas.
4. Juegos físicos
Además del movimiento bípedo que caracteriza a nuestra especie, el mindfulness puede aplicarse a cualquier ejercicio del cuerpo. Distintas tradiciones han desarrollado sistemas para fomentar la salud física y de paso desarrollar la conciencia corporal. En la India se multiplicaron los asanas del hatha yoga y en China las coreografías del tai chi y el chi kung (o qigong). Estas escuelas emplean divertidas metáforas para describir las posturas, como “abrazar al tigre” o adoptar “la cobra”.
En todas ellas lo que puede fotografiarse y subirse a Instagram es lo de menos. No se trata de competir o ganar medallas como en otros deportes. Lo importante es la actitud interna, la “union” de cuerpo y mente en la que insiste el yoga, el “fluir” de la energía vital conocida en China como qi o chi. Incluso muchas de las artes “marciales” de oriente, desde el karate a la arquería zen, pueden considerarse prácticas contemplativas en este sentido. “Be water, my friend” decía Bruce Lee: sé como el agua. Si ganas o pierdes, da igual. En este sentido se asemejan mucho estas artes a las divertidas peleas que ocupan buena parte del tiempo de los cachorros de labrador y chimpancé. Y del ser humano, si sus padres y profesores no se lo impiden.
5. Juegos sonoros
Como hemos visto, la respiración es uno de los elementos de la meditación más evidentes con los que jugar. Pero también podemos aprovechar cada exhalación para añadir un elemento adicional: una vibración sonora. Así del juego respiratorio pasamos al juego sonoro.
Quizás el ejemplo más sencillo de todos sea el zumbido del Bhramari que tanta gracia me hizo en mi primera clase de yoga: MMMMM. De este sonido al OMMMMM, el mantra o “sonido sagrado” más extendido en Oriente, la distancia es mínima. Esta costumbre de corear mantras en grupo puede parecernos en occidente un tanto exótica, pero también en los ritos cristianos se unen las voces en las iglesias para entonar ciertas palabras rituales. La más breve de ellas, el vocablo hebreo “amén”, tiene un sonido bastante parecido al OM, sobre todo cuando se estira y alarga: AAAAAAAAMENNNNN. Ambas recuerdan también al sonido de una campana, una vibración que anuncia el inicio y final de las meditaciones en templos budistas, y también suena desde lo alto de las iglesias cristianas.
6. Juegos simbólicos
Incluso los mantras más sencillos tienen significados. Los seres humanos empleamos palabras como éstas y todo tipo de señales para expresar las ideas espirituales, a menudo en ceremonias vistosas con guiones precisos. Más allá de la veracidad de estas ideas o la eficacia de los ritos, es indudable que los juegos simbólicos pueden proporcionarnos a los seres humanos experiencias de enorme intensidad vital. Si las realizamos de forma automática, con gestos y palabras huecas, no tienen ni pizca de gracia. Pero si nos las tomamos tan en serio como una niña que “vuela” en una alfombra mágica o “lucha” contra un dragón, entonces pueden volverse ejercicios maravillosos de contemplación, “mágicos” en el sentido de que vuelven a dar color a la gris rutina cotidiana.
En el MBSR de Jon Kabat-Zinn se evitan las referencias a seres sobrenaturales o energías misteriosas. Sin embargo también se invita a los participantes a unirse en ritos simbólicos sencillos, como por ejemplo llevar una o dos manos sobre el corazón en un gesto simbólico de cuidado o de agradecimiento. El propio hecho de sentarse en círculo para meditar en silencio, o adoptar juntos una postura de yoga, son actos simbólicos que unen al grupo.
Las ceremonias, en general, nos devuelven a un espacio fuera de las prisas y preocupaciones ordinarias. Un mundo bello en el que se cuidan los detalles porque hemos decidido que cada cosa tiene su significado. Todo es especial, importante, “sagrado” —igual que en el juego verdadero. La belleza de la sofisticadísima ceremonia del té japonesa reside precisamante en el desafío de cumplir con exactitud objetivos que no sirven para nada pero que abrazamos por completo.
7. Juegos musicales
El canto de mantras y otras fórmulas rituales podemos animarlo un poco más añadiéndole algún toque de sofisticación musical: melodía, letras más largas, ritmos ingeniosos, instrumentos para acompañar. De hecho, buena parte de la música en todo el mundo surge de las prácticas espirituales.
En el kirtan de los yoguis, como en los himnos de la misa cristiana o en las ceremonias indígenas, las canciones devocionales suelen interpretarse en grupo, participando toda la congregación. El objetivo no es tanto cantar o tocar “bien” sino unirse para expresar un sentimiento común. Algunos hablan de convertirse en un “instrumento” de Dios, dejar que los espíritus les “posean” o recibir la “inpiración” de las musas. Quienes no crean en influencias sobrenaturales podrán quizás sentirse identificadas con el concepto taoista del wu-wei o el flow de Mihaly Csikszentmihalyi. Cualquiera de estas ideas se refiere a dejar de lado el ego y entregarse a la experiencia. Se refiere a jugar en el sentido más elevado de esta palabra.
Podemos animar la cosa aún más añadiendo algo de movimiento corporal, como hacen los Hare Krishnas, los derviches sufíes o los miembros de incontables culturas indígenas que bailan diariamente. En las últimas décadas han surgido numerosas escuelas de danza meditativa, como el formato 5Rhythms. Pero realmente cualquier estilo, desde el swing al hip hop, puede ser contemplativo si nos dejamos llevar por el embrujo de la música, el “duende” del que se habla en el mundo del flamenco.
8. Juegos artísticos
A lo largo de la historia, los buscadores espirituales han combinado la meditación con diversas actividades artísticas, jugando con la pintura, la tinta, el barro, las palabras y cualquier otro medio a su disposición. El místico sufí Jalal al-Din Muḥammad Rumi no solo creó la escuela de los derviches danzantes que acabo de citar sino que también se convirtió en uno de los poetas más leídos y admirados de la historia. De la misma manera, el monje cristiano Fra Angelico fue uno de los pintores clave del primer renacimiento. Y muchas de las grandes figuras del zen combinaron la meditación con la pintura y la caligrafía.
Últimamente se han difundido incontables cursos de atención plena aplicada al dibujo, la escritura, la poesía, la música, la cerámica, la cocina y cualquier otra actividad artística imaginable. Todas estas líneas de trabajo están orientadas a devolvernos el disfrute del acto creativo que experimentábamos de forma natural a los cinco años, sin complejo alguno. Se trata de percibir y de expresar directamente, dejando de lado nuestros filtros, juicios y miedos.
9. Juegos imaginativos
La música y el arte hacen uso de una facultad mental extraordinaria del ser humano: la imaginación. Otra vía son las parábolas y cuentos de todas las tradiciones espirituales, cuya escucha, visión o lectura atenta puede considerarse también una práctica contemplativa. Más allá de si lo que narran sucedió realmente o no —como sabemos, los textos sagrados suelen incluir entre sus páginas criaturas fantásticas, milagros espectaculares y hechos extraordinarios— a menudo conservan tesoros de otro tipo, verdades como las que nos llegan a veces en los sueños o a través del arte.
En MBSR guiamos un ejercicio de meditación que consiste en escoger una montaña conocida e imaginárnosla en todo detalle: su forma, su flora y fauna, sus ríos y lagos, el paisaje a su alrededor. Luego se invita a admirar tres de las características comunes a toda montaña: su estabilidad, su majestuosidad y su naturaleza inmutable. Finalmente se invita a cada participante a imaginarse que se convierte en esta montaña, adquiriendo las tres características y observando la realidad desde la nueva perspectiva.
Este ejercicio te sonará de tu infancia o la de tus hijos. Es idéntica a lo que yo hacía con mi espada láser de juguete a los ocho años después de ver La Guerra de las Galaxias, o lo que hacen ahora mis sobrinas cuando se convierten en Elsa y Anna de Frozen. Puede parecer una tontería, un ejercicio pueril. Sin embargo al practicarlo a menudo hay algo que inspira, que da fuerzas, que permite ver las cosas con otra perspectiva. Incluso sabiendo que no nos hemos convertido literalmente en montaña, o en Elsa o en Luke Skywalker, algo cambia por dentro. La imaginación tiene su magia.
10. Juegos intelectuales
A veces se piensa que la vía contemplativa es contraria a la razón, otra de las asombrosas facultades mentales del ser humano. Pero existen diversas tradiciones que han desarrollado sofisticados sistemas de práctica intelectual. De las escuelas de yoga clásicas, la más antigua es lo que se conoce como Jnana Yoga, que se refiere a la búsqueda de la verdad. El último tercio del Bhagavad Gita describe esta vía hacia la iluminación, que requiere desarrollar actitudes y habilidades como la escucha, la reflexión, y la discriminación.
Podría decirse más bien que la vía contemplativa es contraria a los dogmas fijos y amiga de la duda, los puntos de vista, y la humildad intelectual. No se trata de rechazar los textos sagrados (o científicos) ni de aceptarlos ciegamente. Se trata más bien de jugar con los conceptos, poniéndolos a prueba una y otra vez, conscientemente, para sacar nuevas conclusiones. Por eso los místicos, igual que los pioneros de la ciencia, han tenido históricamente algún que otro problemilla con las autoridades, acabando frecuentemente en cárceles y hogueras. También por eso suele ser bastante difícil entender de qué van.
El “no saber” es el punto de partida de toda práctica contemplativa, al igual que en la filosofía socrática y en la ciencia que surgió de ella. El que “ya sabe” no se pone a buscar más allá de lo conocido. ¿Para qué? ¡Si ya sabe lo que va a encontrarse! Pero el que no sabe indaga, curiosea, explora. Por eso los niños hacen tantas preguntas, junto con los místicos, las filósofas y las grandes figuras de la ciencia.
11. Juegos interpersonales
La contemplación suele considerarse un mundo solitario, de eremitas y yoguis que se aislan en cuevas para buscar en su interior, lejos de cualquier contacto humano. Sin embargo, aunque estos retiros sean una parte del camino, las tradiciones espirituales suelen dar la máxima importancia al ámbito interpersonal. Al fin y al cabo el objetivo de todas ellas es ir más allá de los intereses personales y poner en práctica lo que el ser humano más anhela: el amor. Santa Teresa, Rumi y Siddartha Gautama (el “Buda” histórico) todos fundaron comunidades de práctica, diseñadas para fomentar el crecimiento de cada miembro y difundir el bien más allá de sus barreras.
En las secciones precedentes ya he mencionado numerosos ejercicios que requieren la colaboración o la interacción: la música y el baile grupal, las artes marciales, las ceremonias que involucran a toda una comunidad. En el curso de Reducción del Estrés Basado en Mindfulness, buena parte de cada sesión se dedica a lo que llamamos “diálogo”, inspirada en una práctica zen que Jon Kabat-Zinn aprendió de su maestro coreano Seung Sahn: el issatsu o “combate de dharma”. Se trata de una especie de arte marcial aplicada a la conversación. ¿Cuál es el objetivo de estos intercambios? No hay un objetivo. O por lo menos, si se hace bien no debería haberlo. Se trata de explorar, de experimentar, de estar en el momento y de conectar con el otro, rompiendo las barreras que habitualmente nos separan.
En mis propios talleres de playfulness, me he inspirado mucho en una de las tradiciones contemplativas más divertidas jamás inventadas el teatro de improvisación (o “impro” para los amigos). Esta tradición combina la dimensión interpersonal con los juegos imaginativos que ya he citado. Se trata de una versión adulta del juego infantil más querido: esos teatrillos espontáneos en los que nos convertíamos en piratas, médicos o astronautas. Su fundadora, Viola Spolin, lo consideraba “meditación en acción”, porque también aquí se trata de dejar de lado el ego y conectar con la libertad creativa, la autenticidad del momento.
¿A qué jugamos hoy?
Las prácticas contemplativas pueden ser un maravilloso oásis de juego en este Siglo XXI tan competitivo, productivo y consumista. Pero solo mientras recordemos que no se trata de llegar a la concentración o paz perfecta, o a algún tipo de “iluminación”. La liberación de la que hablan los sabios y sabias de todas las épocas está disponible ahora mismo. No hace falta esperar años y años (o vidas y vidas) para conseguirla. El truco es liberarnos de la idea de que “algún día” nos liberaremos. Olvidarnos de “hacerlo bien”, o incluso de “hacer”. Basta pintar por pintar. Bailar por bailar. Meditar por meditar. Basta jugar.
Advierto también que aplicar elementos aparentemente lúdicos no siempre resulta liberador. Sobre todo en el contexto de la despiadada lucha que llamamos nuestra “civilización”. El arte y el deporte pueden crear adicciones malsanas o degenerar en profesiones alienantes. La “gamificación” a menudo se emplea para manipular el comportamiento. El humor puede excluir y humillar. Las ceremonias y los cantos pueden formar parte de culturas religiosas que someten a sus miembros y crean la dependencia de un líder carismático.
Pero en todos estos casos, si nos fijamos, el problema no es el playfulness, sino más bien su perversión. Si usamos el juego para la manipulación o la burla, o nos aferramos a un cuento, o dependemos excesivamente de una práctica, en ese mismo momento dejamos de jugar, porque volvemos a dar prioridad al resultado. Perderse, por cierto, es parte del camino. Perderse, caerse, equivocarse. Pero basta recordar que no se trata de llegar a ningún lado. En cuanto te das la bienvenida y te abres a las posibilidades, vuelves a jugar.
Cualquiera de los juegos citados en este post pueden formar parte del camino, junto con una infinidad que podría haber desarrollado también: juegos de resistencia, como las ayunas o el silencio; juegos de celebración, como los carnavales y las fiestas populares; juegos altruistas como el karma yoga de la tradición hindú; e incluso juegos de bricolaje como el arte de la fontanería que citaba Mihalyi Csikszentmihalyi.
Lo importante es recorrer parte de este camino diariamente. Por eso recomiendo jugar a algo que ya te guste. Si eliges una actividad que te inspira y te apasiona, que te ayuda a conectar con el momento presente, olvidándote de todo lo demás y permitiéndote disfrutar de la experiencia misma, probablemente sea más fácil integrarlo en tu vida.
¿A qué quieres jugar hoy?
Vivimos inmersos en una ilusión: la creencia de que somos los autores de nuestros propios pensamientos. Este espejismo nos acompaña, llevándonos a asumir que podemos controlar, dirigir y, en última instancia, dominar nuestra actividad mental. Es cierto que podemos influir en el cauce de nuestros pensamientos, pero la mayor parte del tiempo, el pensamiento surge por sí mismo, de forma espontánea, sin necesidad de que lo invoquemos. Pero… ¿Por qué es así?
Si el pensamiento es, en efecto, un proceso tan natural y desbordante, ¿por qué no podemos simplemente apagar el cerebro cuando no necesitamos realizar una tarea concreta? A menudo, consideramos que la actividad cerebral está vinculada directamente al pensamiento consciente, a nuestra capacidad para realizar acciones o resolver problemas. Pero lo que ocurre en realidad es que el cerebro está siempre activo, incluso cuando no estamos comprometidos en ninguna acción específica. Es un órgano que nunca se detiene, como le pasa al corazón.
Hasta bien entrado el siglo XXI, los investigadores estaban interesados principalmente en funciones específicas del cerebro: la memoria, la percepción, la atención, entre otras. Los estudios se centraban en realizar tareas específicas para observar cómo respondía el cerebro a diferentes estímulos. Pero durante mucho tiempo, se pasó por alto un aspecto crucial: el pensamiento espontáneo: ese flujo incontrolado de ideas que nos asalta en los momentos en los que no estamos enfocados en un objetivo particular.
A finales de los 90 y principios de los 2000, los científicos empezaron a darse cuenta de algo fascinante: incluso cuando el cerebro no está realizando ninguna tarea concreta, sigue mostrando una gran actividad. Esto llevó a un cambio de paradigma. Ya no se trataba solo de estudiar cómo el cerebro funcionaba mientras resolvía problemas o percibía el mundo, sino de explorar qué hacía cuando no estaba ocupado con nada en particular.
Una de las investigadoras pioneras en este campo es Kalina Christoff, una experta en lo que ahora llamamos “pensamiento espontáneo”. Nacida en Bulgaria y actualmente profesora en la Universidad de Columbia Británica, en Vancouver, Kalina ha dedicado su carrera a investigar cómo y por qué el cerebro genera pensamientos espontáneos. Tuve la suerte de conocerla en una serie de conferencias sobre neurociencia de la meditación organizadas por Upaya. Su trabajo ha revelado que el pensamiento espontáneo no es una rareza, sino una constante en nuestra experiencia mental. Incluso ahora, mientras lees estas palabras, tu cerebro podría estar generando otros pensamientos que tienen relación parcial con el contenido de este texto. Es inevitable, es parte de nuestra naturaleza.
El pensamiento espontáneo se vuelve más evidente cuando no estamos orientados hacia una tarea concreta. Para entender mejor este fenómeno, podemos imaginar un eje, en cuyo extremo derecho se encuentra el pensamiento restringido, y en el extremo izquierdo, el pensamiento completamente libre. Cuando estamos concentrados en una tarea específica, el pensamiento está restringido a un canal muy estrecho. Por ejemplo, si estamos resolviendo un problema matemático complejo, nuestra mente se enfoca en los elementos relevantes para esa tarea. Este tipo de dinámica cognitiva se conoce como “pensamiento orientado a un objetivo”.
Imaginemos que hemos pasado una hora concentrados en resolver ese problema matemático y luego salimos a dar un paseo. De repente, el cauce de nuestro pensamiento, antes estrecho, se expande. Comenzamos a pensar en otras cosas: la charla que tuvimos con un amigo, lo que tenemos que hacer al día siguiente, o alguna idea creativa que nos viene de la nada. Una solución diferente al problema que antes enfrentábamos de forma concentrada. Este es el terreno del “pensamiento creativo”. Es un tipo de pensamiento menos restringido que el orientado a un objetivo, pero aún conectado con nuestras preocupaciones y tareas del día. A veces, en este estado más relajado, encontramos soluciones inesperadas a los problemas que no logramos resolver cuando estábamos intensamente concentrados.
A medida que el día avanza y dejamos de lado las obligaciones, el pensamiento se vuelve aún más libre. Al conducir de vuelta a casa después de un día largo, nuestra mente comienza a divagar. Nos asaltan pensamientos sobre lo que hicimos, o lo que dejaremos para mañana, la conversación que tuvimos en el trabajo o la duda sobre si tomamos la decisión correcta. Es en este estado de divagación mental, conocido como “mind-wandering”, donde el pensamiento es aún más espontáneo, fluido, sin dirección fija.
Este tipo de pensamiento está compuesto de diferentes elementos: por un lado, hay contenido episódico, es decir, relatos sobre lo que ocurrió o lo que podría ocurrir. Por otro, está el contenido semántico, que le da significado a esos pensamientos. Y en el centro de todo, está el “yo”. El ego es el hilo conductor que atraviesa todos nuestros pensamientos. Cada pensamiento está relacionado con nosotros: nuestros miedos, nuestros deseos, nuestras proyecciones. Un pensamiento sobre algo que podríamos perder nos causa ansiedad porque somos nosotros los que lo perdemos. Un pensamiento sobre algo que podríamos ganar nos genera deseo, porque somos nosotros los que lo ganamos. Este hilo constante del yo une todo el contenido de nuestra vida mental.
Por la noche, después de todo un día de pensamiento orientado, creativo y espontáneo, nos acostamos y caemos en el sueño. Durante las primeras fases de sueño profundo, las ondas cerebrales son lentas y rítmicas, pero después aparece una fase especial: el sueño REM. En este estado, las ondas cerebrales se vuelven rápidas, y la actividad en algunas regiones del cerebro puede superar la de la vigilia. Es en el sueño REM donde soñamos, otra forma de cognición que implica aún menos restricción que la divagación mental. En los sueños, el contenido de nuestra mente se libera completamente, mezclando lo real con lo imaginario, lo vivido con lo inventado.
Sabemos que el sueño REM es esencial para nuestra salud mental. En un estudio, se expuso a dos grupos de participantes a imágenes emocionales en dos momentos distintos, con 12 horas de diferencia. Al primer grupo se le mostró las imágenes por la mañana y por la noche del mismo día, mientras que al segundo grupo se le permitió dormir entre ambas exposiciones. Los resultados mostraron que aquellos que habían dormido experimentaron una menor activación de la amígdala —una de las regiones del cerebro implicadas en el procesamiento de emociones como la amenaza— cuando volvieron a ver las imágenes. Parece que durante el sueño REM, los contenidos emocionales que hemos vivido durante el día se recrean, y en este entorno, se produce una especie de desacoplamiento entre el recuerdo y la emoción. El REM, en este sentido, actúa como un terapeuta interno, ayudándonos a procesar las emociones y reducir su impacto negativo. No es casualidad que las alteraciones en el sueño REM estén presentes en trastornos como la depresión.
El pensamiento espontáneo, la divagación y el sueño REM nos revelan algo fundamental: el cerebro nunca está quieto. Lo hace incluso cuando no lo necesitamos, incluso cuando no lo pedimos. Este es uno de los grandes misterios de la mente humana, y entenderlo es clave para comprendernos a nosotros mismos.
Existe una segunda dimensión del pensamiento que es más compleja, más oscura, y más difícil de entender: la rumiación.
Si el pensamiento es, en efecto, un proceso tan natural y desbordante, ¿por qué no podemos simplemente apagar el cerebro cuando no necesitamos realizar una tarea concreta? A menudo, consideramos que la actividad cerebral está vinculada directamente al pensamiento consciente, a nuestra capacidad para realizar acciones o resolver problemas. Pero lo que ocurre en realidad es que el cerebro está siempre activo, incluso cuando no estamos comprometidos en ninguna acción específica. Es un órgano que nunca se detiene, como le pasa al corazón.
Hasta bien entrado el siglo XXI, los investigadores estaban interesados principalmente en funciones específicas del cerebro: la memoria, la percepción, la atención, entre otras. Los estudios se centraban en realizar tareas específicas para observar cómo respondía el cerebro a diferentes estímulos. Pero durante mucho tiempo, se pasó por alto un aspecto crucial: el pensamiento espontáneo: ese flujo incontrolado de ideas que nos asalta en los momentos en los que no estamos enfocados en un objetivo particular.
A finales de los 90 y principios de los 2000, los científicos empezaron a darse cuenta de algo fascinante: incluso cuando el cerebro no está realizando ninguna tarea concreta, sigue mostrando una gran actividad. Esto llevó a un cambio de paradigma. Ya no se trataba solo de estudiar cómo el cerebro funcionaba mientras resolvía problemas o percibía el mundo, sino de explorar qué hacía cuando no estaba ocupado con nada en particular.
Una de las investigadoras pioneras en este campo es Kalina Christoff, una experta en lo que ahora llamamos “pensamiento espontáneo”. Nacida en Bulgaria y actualmente profesora en la Universidad de Columbia Británica, en Vancouver, Kalina ha dedicado su carrera a investigar cómo y por qué el cerebro genera pensamientos espontáneos. Tuve la suerte de conocerla en una serie de conferencias sobre neurociencia de la meditación organizadas por Upaya. Su trabajo ha revelado que el pensamiento espontáneo no es una rareza, sino una constante en nuestra experiencia mental. Incluso ahora, mientras lees estas palabras, tu cerebro podría estar generando otros pensamientos que tienen relación parcial con el contenido de este texto. Es inevitable, es parte de nuestra naturaleza.
El pensamiento espontáneo se vuelve más evidente cuando no estamos orientados hacia una tarea concreta. Para entender mejor este fenómeno, podemos imaginar un eje, en cuyo extremo derecho se encuentra el pensamiento restringido, y en el extremo izquierdo, el pensamiento completamente libre. Cuando estamos concentrados en una tarea específica, el pensamiento está restringido a un canal muy estrecho. Por ejemplo, si estamos resolviendo un problema matemático complejo, nuestra mente se enfoca en los elementos relevantes para esa tarea. Este tipo de dinámica cognitiva se conoce como “pensamiento orientado a un objetivo”.
Imaginemos que hemos pasado una hora concentrados en resolver ese problema matemático y luego salimos a dar un paseo. De repente, el cauce de nuestro pensamiento, antes estrecho, se expande. Comenzamos a pensar en otras cosas: la charla que tuvimos con un amigo, lo que tenemos que hacer al día siguiente, o alguna idea creativa que nos viene de la nada. Una solución diferente al problema que antes enfrentábamos de forma concentrada. Este es el terreno del “pensamiento creativo”. Es un tipo de pensamiento menos restringido que el orientado a un objetivo, pero aún conectado con nuestras preocupaciones y tareas del día. A veces, en este estado más relajado, encontramos soluciones inesperadas a los problemas que no logramos resolver cuando estábamos intensamente concentrados.
A medida que el día avanza y dejamos de lado las obligaciones, el pensamiento se vuelve aún más libre. Al conducir de vuelta a casa después de un día largo, nuestra mente comienza a divagar. Nos asaltan pensamientos sobre lo que hicimos, o lo que dejaremos para mañana, la conversación que tuvimos en el trabajo o la duda sobre si tomamos la decisión correcta. Es en este estado de divagación mental, conocido como “mind-wandering”, donde el pensamiento es aún más espontáneo, fluido, sin dirección fija.
Este tipo de pensamiento está compuesto de diferentes elementos: por un lado, hay contenido episódico, es decir, relatos sobre lo que ocurrió o lo que podría ocurrir. Por otro, está el contenido semántico, que le da significado a esos pensamientos. Y en el centro de todo, está el “yo”. El ego es el hilo conductor que atraviesa todos nuestros pensamientos. Cada pensamiento está relacionado con nosotros: nuestros miedos, nuestros deseos, nuestras proyecciones. Un pensamiento sobre algo que podríamos perder nos causa ansiedad porque somos nosotros los que lo perdemos. Un pensamiento sobre algo que podríamos ganar nos genera deseo, porque somos nosotros los que lo ganamos. Este hilo constante del yo une todo el contenido de nuestra vida mental.
Por la noche, después de todo un día de pensamiento orientado, creativo y espontáneo, nos acostamos y caemos en el sueño. Durante las primeras fases de sueño profundo, las ondas cerebrales son lentas y rítmicas, pero después aparece una fase especial: el sueño REM. En este estado, las ondas cerebrales se vuelven rápidas, y la actividad en algunas regiones del cerebro puede superar la de la vigilia. Es en el sueño REM donde soñamos, otra forma de cognición que implica aún menos restricción que la divagación mental. En los sueños, el contenido de nuestra mente se libera completamente, mezclando lo real con lo imaginario, lo vivido con lo inventado.
Sabemos que el sueño REM es esencial para nuestra salud mental. En un estudio, se expuso a dos grupos de participantes a imágenes emocionales en dos momentos distintos, con 12 horas de diferencia. Al primer grupo se le mostró las imágenes por la mañana y por la noche del mismo día, mientras que al segundo grupo se le permitió dormir entre ambas exposiciones. Los resultados mostraron que aquellos que habían dormido experimentaron una menor activación de la amígdala —una de las regiones del cerebro implicadas en el procesamiento de emociones como la amenaza— cuando volvieron a ver las imágenes. Parece que durante el sueño REM, los contenidos emocionales que hemos vivido durante el día se recrean, y en este entorno, se produce una especie de desacoplamiento entre el recuerdo y la emoción. El REM, en este sentido, actúa como un terapeuta interno, ayudándonos a procesar las emociones y reducir su impacto negativo. No es casualidad que las alteraciones en el sueño REM estén presentes en trastornos como la depresión.
El pensamiento espontáneo, la divagación y el sueño REM nos revelan algo fundamental: el cerebro nunca está quieto. Lo hace incluso cuando no lo necesitamos, incluso cuando no lo pedimos. Este es uno de los grandes misterios de la mente humana, y entenderlo es clave para comprendernos a nosotros mismos.
Existe una segunda dimensión del pensamiento que es más compleja, más oscura, y más difícil de entender: la rumiación.
Referencias
- Csikszentmihalyi, Fluir: Una psicología de la felicidad. Kairos, 1997.
- Jáuregui, Eduardo. Playfulness: Despierta tu espíritu lúdico. Destino, 2025.
- Koerbel, L. y Meleo-Meyer, F. Currículo y guía docente e mindfulness-based stress reduction (MBSR). Brown University Mindfulness Center, 2019.
Escrito por Eduardo Jáuregui
Psicólogo y doctor en ciencias políticas y sociales, con una tesis doctoral sobre la risa y el humor. Director de la escuela de mindfulness Modo Ser y de la consultora de formación Humor Positivo. Autor de Meditar se me da FATAL: una guía para seres humanos de los de toda la vida, y de otros 15 libros publicados en 20 idiomas, del inglés al chino. En 2025 la editorial Destino publicará su próximo libro Playfulness: Despierta tu espíritu lúdico.
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