Apr 10 / Ana Lasheras

Nuestra compasión es limitada

¿Qué significa realmente ser compasivos? 

Vivimos en tiempos en los que la palabra "compasión" aparece con frecuencia en discursos sobre bienestar, relaciones personales y crecimiento interior. Se nos invita a ser más empáticos, a comprender al otro, a perdonar, a sostener desde el amor. Sin embargo, pocas veces se habla de los límites de esa compasión. ¿Hasta dónde es sano entregarnos al sufrimiento ajeno? ¿Dónde se cruza la línea entre ser compasivos y olvidarnos de nosotros mismos?

Estas preguntas no son solo teóricas. Me atravesaron profundamente en un momento de mi vida en el que la confusión entre el deseo de entrega, lo que debería ser, lo que creía merecer y el cuidado propio se volvió insostenible. Fue entonces cuando entré en Nirakara y conocí la existencia del CCT, y con ello, también a Miguel Riutort, una de las personas que imparte el programa en Nirakara. 

Hace poco, quedamos para charlar, y nuestra conversación se convirtió en mucho más que una entrevista: fue para mi una puerta de entrada a una comprensión más humana y realista de lo que significa vivir con compasión.

Su historia no es extraordinaria en el sentido tradicional, sino que es una de esas historias que resuenan precisamente porque resultan cercanas. Tras años de dedicación a una profesión, un día surge una chispa, un impulso que, aunque pequeño al principio, acaba marcando un cambio importante en la forma de vivir y trabajar. Así comenzó Miguel este camino, desde lo cotidiano, desde lo humano. Y probablemente sea eso lo que me haya atrapado tanto de su historia. Miguel trabajaba en banca y, de forma casi casual, empezó a ir algunos fines de semana como voluntario a un centro de personas sin hogar. Años después, cuando le ofrecieron prejubilarse, decidió dar un giro: estudiar Trabajo Social y dedicarse a acompañar a quienes más lo necesitaban. 

Este camino Miguel lo sigue recorriendo todos los días desde lo cotidiano, es un camino que se recorre al ritmo del corazón, es un viaje meditativo hacia una compasión consciente que se puede practicar en cualquier momento del día.

La conversación con Miguel Riutort fue para mí un encuentro de fe, admiración, cuestionamiento y desafío a mis propias ideas.

Tengo que reconocer que durante un tiempo no entendía qué significaba realmente la compasión, y me preguntaba si tenía algún sentido para mi. Había ideas que no lograba asimilar, conceptos que me parecían contradictorios. Por ejemplo, la idea de que podía poner límites con firmeza y al mismo tiempo ser compasiva me resultaba difícil de integrar. Me parecía que si decía 'no' o me alejaba de alguien, estaba fallando como persona. También me costaba entender por qué se esperaba que fuera compasiva con alguien que estaba siendo todo lo contrario conmigo. Me parecía injusto, incluso absurdo. 

Mi historia personal me había enseñado que, con frecuencia, quienes más hablaban de compasión eran también quienes más daño podían causar. No me entraba en la cabeza cómo discursos aparentemente nobles podían estar tan distantes de la realidad que predicaban.

Esa contradicción me generaba ardor en el pecho, y pasé alguna que otra noche sin dormir. Le daba vueltas, y vueltas, y vueltas…

Poco a poco, fui comprendiendo. Y esta conversación con Miguel fue la pieza que me ayudó a encajar el rompecabezas. Como os he contado, llegué a Nirakara en un momento personal complejo, casi de manera causal, y hoy puedo verlo con claridad: tanto en lo profesional como en lo personal, formar parte de Nirakara me ha acercado a comprender esto desde una perspectiva saludable.

Vivimos en una época en la que nuestras bocas se llenan de discursos sobre lo que debemos o no debemos hacer, y especialmente en la gestión de relaciones interpersonales. Parece haber dos extremos en la divulgación: por un lado, la insistencia en poner límites como forma de autocuidado, que a veces puede rozar el egocentrismo y la sobreprotección; por otro, la tendencia de entender al otro y su historia, que a menudo se convierte  en justificar actitudes dañinas,  llevándonos a la autoinvalidación y la conformidad con lo intolerable.

Lo que quiero decir, es que la cultura del bienestar a menudo nos puede hacer confundir la compasión con una fuente inagotable, como si estuviéramos obligados a dar sin medida, a perdonar por deber, y sin procesar, a estar siempre disponibles emocionalmente para los demás, incluso para aquellos que nos siguen faltando el respeto. Pero, ¿qué pasa cuando sentimos que ya no podemos más? ¿Cuando el acto de ser compasivos nos desgasta hasta el punto de olvidarnos de nosotros mismos? 

En teoría, la respuesta parece sencilla: encontrar el equilibrio entre ambas posturas. Pero, ¿cómo? Sabemos que en la experiencia real, cuando atravesamos situaciones difíciles, esta claridad no es fácil de alcanzar. A veces, la única forma de llegar a la compasión es permitirnos sentir la ira, la tristeza o incluso el rechazo. Porque si algo he aprendido, es que la compasión no implica ausencia de límites; al contrario, a veces consiste precisamente en saber ponerlos sin violencia. Poner límites no es rechazar ni castigar, sino decir con honestidad y cuidado qué necesito, qué no puedo (o qué no quiero) sostener, y hasta dónde estoy dispuesta a llegar. A veces, para cuidar la paz, hay que alejarse. No como castigo, sino como una decisión consciente de no seguir en algo que nos daña.
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Yo he llegado a la conclusión de que la compasión no puede existir sin emociones como la rabia o la frustración, incluso sin el odio. Aunque parezcan opuestas, forman parte de una misma realidad. Incluso de un mismo proceso, me atrevería a decir. O es así como yo lo he vivido. 

Mientras escribo estas palabras, se me repite en la cabeza una frase que Miguel compartió conmigo y que me ayudó a reconciliarme con el concepto de compasión: "Nuestra compasión es limitada".
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Poner límites desde la compasión

La compasión no se mide por la ausencia de límites. ¿Qué ocurre cuando la llevamos al extremo? Quizás, sin darnos cuenta, dejamos de ser compasivos y comenzamos a ser autolesivos. Quizás, al no establecer un límite, estamos contribuyendo a reforzar los patrones disfuncionales de quienes nos rodean. Sin que nuestra responsabilidad sea reforzarlos o arreglarlos.

A lo que voy es, que quizá la pregunta clave que deberíamos hacernos no es solo si nos falta compasión o nos sobra, sino también en qué momentos nos la estamos exigiendo o imponiendo, o incluso si la estamos utilizando como evasión de nuestro propio dolor.

¿Estoy evitando la incomodidad de mis emociones bajo la fachada de la compasión? ¿Estoy juzgando mi propia rabia, negándola, en lugar de permitirme sentirla por que "tengo que" ser más compasiva? Es obvio, que ya no lo estoy siendo si la respuesta es afirmativa, porque me estoy obligando. De toda la vida, lo que viene a ser empezar a construir la casa por el tejado. 

Nuestra compasión es limitada, sí. Pero aun así, prefiero no perderla de vista. Entenderlo puede ser una invitación a ejercerla con conciencia, a elegir dónde y cómo la ofrecemos, a entender que no estamos aquí para salvar a todo el mundo. Y, sobre todo, creo que es una oportunidad para recordarnos que nosotros también merecemos la misma compasión que damos.

Porque quizá, en el fondo, la compasión empieza por abrazar todas nuestras emociones sin invalidarlas, por menos compasivas que parezcan. Es decir, empieza con autocompasión. Y solo desde ahí, podemos ofrecer a los demás una compasión genuina y equilibrada.
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Un ejercicio para soltar...

Miguel me habló sobre un ejercicio que realizan en el CCT, es simple, pero tiene poder: cuando aparece en nuestra mente alguien que nos ha causado dolor, en lugar de evitarlo o luchar contra esa imagen, podemos simplemente contemplarlo. Observarlo desde la distancia, sin juicio. Respirar. Permitir que la emoción se mueva dentro de nosotros hasta que, poco a poco, se diluya. Y entonces, desde un lugar más sereno, podemos elegir soltar. Podemos desearle lo mejor sin necesidad de estar cerca, sin reabrir heridas, sin forzar una conexión que ya no nos sirve.
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Escrito por Ana Lasheras 

Área de Comunicación del equipo Nirakara.
  desarrollo personal

Programa CCT

Entrenamiento en el Cultivo de la Compasión

con Miguel Riutort y Silvia Fernández Campos