Oct 10 / Miriam Fernández

La madre gótica: matrescencia y metamorfosis

"Desde el momento en que me quedé embarazada, no solo me sentí diferente. Era diferente. Soy diferente. A nivel celular. Nunca volvería a ser una sola"

— Lucy Jones

La descripción íntima de Lucy Jones nace de su vivencia del embarazo, pero señala algo más vasto que la gestación. Nombra lo que tantas mujeres sentimos al convertirnos en madres, una experiencia inesperadamente metamórfica.

Este tránsito fue acuñado por primera vez en los años setenta por la antropóloga Dana Raphael como matrescencia: el proceso de convertirse en madre. Un concepto que no se limita a un acontecimiento puntual, sino que se despliega como una etapa de transición comparable a la adolescencia, con sus transformaciones hormonales, emocionales, sociales, políticas y espirituales. Un tiempo repleto de desajustes y hallazgos, de cambios que recorren cuerpo, vínculos y sentido. Un pasaje vital que exige nuevos lenguajes y nuevas cartografías.

La maternidad se gesta en el tiempo. En el tejido de lo cotidiano, ser madre no es simplemente “añadir” un rol: es sentir que las venas laten a un compás diferente, que los pensamientos se reorganizan con otra orientación, que el mundo se experimenta con otra sensibilidad, que el tiempo cobra otra dimensión. Durante la matrescencia, la mujer se despide de lo que fue sin saber del todo quién será. Y en ese duelo, en ese tránsito sin retorno, late el abismo de una nueva manera de existir a la espera de ser descubierta.

La fisiología de la matrescencia

En nuestra especie, la gestación ha sido, durante milenios, el escenario de una coreografía asombrosa. En apenas unos meses, el volumen sanguíneo materno casi se duplica, como si el cuerpo ampliara sus cauces para albergar un río nuevo. La placenta, órgano creado con el único propósito de sostener la vida, contiene una red de capilares que, si se extendiera en línea recta, sumaría cientos de kilómetros: casi la distancia que recorre el Guadalquivir desde su nacimiento en Cazorla hasta su desembocadura en Sanlúcar de Barrameda. Esta geografía es el epicentro de la comunicación entre madre e hijo, un entramado que es frontera y puente a la vez; oxígeno, nutrientes, hormonas y anticuerpos fluyen en ambas direcciones a través de su arquitectura, destinada a desaparecer tras cumplir su propósito.

El sistema inmunitario materno, lejos de rechazar al embrión como “cuerpo extraño”, orquesta un delicado equilibrio de tolerancia que permite que el cigoto se arraigue y crezca. El cuerpo aprende a ceder espacio a lo que no es él mismo, inaugurando una relación del cuidado en su forma más literal.

A la magnitud de estas transformaciones se añade el fenómeno del microquimerismo fetal: células del feto que migran a través de la placenta y se alojan en los órganos de la persona gestante, desde el hígado hasta el corazón e incluso el cerebro. Estudios post mortem han documentado la presencia de células fetales, tanto masculinas como femeninas, en el tejido cerebral de mujeres que habían tenido embarazos, persistiendo décadas después del parto. ¿Por qué permanecen estas células en el cuerpo de la madre?, ¿cumplen un papel reparador, protector, evolutivo?. Los estudios, hasta ahora, no tienen una respuesta definitiva.

Como el micelio que entrelaza las raíces de los árboles en un bosque, la microbiota teje redes invisibles que sostienen la vida desde dentro. Durante el embarazo y el posparto, este ecosistema microscópico formado por bacterias, arqueas, virus y hongos, se reorganiza en silencio. En el intestino materno, las comunidades microbianas se ajustan para extraer más energía y sostener el crecimiento del feto. En el canal de parto, el bebé recibe su primera gran herencia: millones de microorganismos que colonizan su intestino y comienzan a entrenar su sistema inmune. La leche materna prolonga este legado, aportando prebióticos y bacterias vivas que siguen modelando la salud más allá de los primeros meses.

La microbiota no solo influye en la digestión: a través del eje intestino-cerebro participaen la producción de moléculas neuroactivas como la serotonina,y modula la respuesta al estrés. Por ello, algunos estudios apuntan a que alteraciones en este delicado ecosistema incrementan la vulnerabilidad a la depresión posparto.

Todo esto y mucho más, acontece, se vive y se sufre en primera persona. Son síntomas incómodos que interrumpen la cotidianidad, que impiden sostener la “normalidad” previa al embarazo y que hacen desear “que pase cuanto antes”.

Náuseas a todas horas. Mareos. El revoltijo del estómago que no sabe si tiene hambre o va a expulsar lo que aún no ha comido. Una galletita salada, por favor. En lugar de salivar por ese pescadito a la plancha, no soportas ni su olor. Despertares en mitad de la noche o el sopor irresistible apenas cinco minutos después de empezar tu película favorita.

Un estudio en el American Journal of Obstetrics and Gynecology mostró que solo el 1,8 % de las mujeres sentía náuseas exclusivamente por la mañana, mientras que el 80 % las sufría durante todo el día. En su forma más acusada recibe el nombre de hiperemesis gravídica, cuando las náuseas y vómitos son continuos, agotadores, y sin tregua.
Por eso el lenguaje importa. Porque lo que llamamos “náuseas matutinas” en la experiencia real pueden ser náuseas matutinas, náuseas vespertinas, náuseas nocturnas, náuseas diurnas, náuseas intermitentes, náuseas persistentes. Las náuseas del embarazo no tienen horario.

Recuerdo lo que me decían en mi primera gestación: “es por un bien mayor, ya verás cuando le veas la carita, no estás enferma”. Sí, claro. Pero pedir a una madre que ignore estos síntomas es minimizar lo evidente. Y además puede hacer que, mientras atraviesa un auténtico tsunami, se sienta culpable por no llevarlo con una sonrisa.

Quizá por eso convenga escuchar estas vivencias sin edulcorarlas. La experiencia de embarazo y matrescencia es heterogénea, y siempre merece ser nombrada, tal cual es.

Neurobiología del cuidado


Durante la matrescencia, el cerebro se esculpe de nuevo.

Investigaciones de neuroimagen lideradas por Elseline Hoekzema, quien dirige un laboratorio de neuroplasticidad perinatal en el Amsterdam UMC, y ampliadas por la neurocientífica española Susana Carmona, directora del grupo Neuromaternal en el Hospital Gregorio Marañón, han observado reducciones de materia gris, la capa más externa y plegada del cerebro, en regiones implicadas en la cognición social. Se alcanzó una precisión muy alta para distinguir los cerebros de mujeres que habían pasado por un embarazo respecto de los del grupo control. Es decir, a simple "golpe de neuroimagen" se podía predecir si un cerebro había pasado por un embarazo o no. Además, estos cambios se mantuvieron detectables al menos hasta dos años después del parto, sin implicar una disminución funcional global (Nature Neuroscience).

Esta disminución no es un deterioro, sino una reorganización de recursos, un refinamiento cerebral que estructuralmente recuerda a los intensos procesos de poda sináptica de la adolescencia. En lugar de una poda masiva, en la matrescencia observamos una adaptación neuroanatómica focalizada y selectiva, orientada a potenciar regiones ligadas a la empatía, la lectura de emociones y la sintonía con el bebé.

De esta reorganización surge también el mito del cerebro de mamá, la famosa neblina mental, los olvidos, los despistes… ¿te has dejado el café encima del coche mientras arrancabas?. Carmona subraya que no se trata de un déficit, sino de un ajuste adaptativo: con los mismos recursos y muchas más demandas, el cerebro prioriza lo que resulta vital para la supervivencia de la especie. Descifrar un gesto, un llanto, una mirada, importa más que no olvidar un artículo de la lista de la compra o el café encima del coche. Lo que culturalmente se interpreta como torpeza, estudios recientes revelan un cerebro que reorganiza su jerarquía para custodiar la fragilidad y vulnerabilidad del recién nacido.

En un artículo publicado en Frontiers in Systems Neuroscience (2023), los investigadores argumentan que los cambios cerebrales asociados a la maternidad no son adaptaciones temporales, sino que confieren una neuroprotección que perdura toda la vida. Postulan que las exigencias cognitivas sostenidas de la crianza actúan como un "entrenamiento" neural continuo, lo que finalmente fortalece la reserva cognitiva de la madre y le proporciona una mayor resistencia al declive cognitivo y a las enfermedades neurodegenerativas asociadas al envejecimiento.

La Dra. Ruth Feldman, destacada Psicóloga del Desarrollo, investigadora y neurocientífica reconocida mundialmente por su trabajo pionero en la Neuroplasticidad Parental, lideró la investigación que confirma que la plasticidad cerebral no es exclusiva de las madres. En un estudio de neuroimagen publicado en PNAS (2014), su laboratorio demostró que los padres y cuidadores primarios también experimentan profundas adaptaciones cerebrales vinculadas al contacto cotidiano con el bebé. Su cerebro activa de manera más pronunciada los circuitos de motivación y cognición social. Cuando asumen el rol de cuidadores principales, su patrón cerebral combina elementos tradicionalmente asociados a la maternidad, reflejando una adaptación biológica al cuidado independientemente del sexo. 

La neurobiología del cuidado impacta el cerebro más allá del género o la vía biológica. El cerebro se transforma y especializa al ponerse al servicio de la vida.

Hipervigilancia: el cuerpo prioriza la supervivencia.

Durante los primeros meses, el sistema nervioso se ajusta a un nuevo propósito: proteger.

El sueño se fragmenta, la atención se amplía, cualquier sonido adquiere relevancia. No eres la única si te has despertado con el más leve movimiento de tu bebé, si le has puesto un espejo para comprobar si respira, o si has percibido un silencio más largo de lo habitual mientras te duchabas a la velocidad de la luz.

Son respuestas normales, un reflejo biológico que facilita la reacción rápida ante las señales del bebé. Diversos estudios de neuroimagen han mostrado que tras la llegada de un hijo, se activan con mayor intensidad las redes cerebrales implicadas en la empatía, la alerta y el vínculo. En neurociencia se denomina hipervigilancia adaptativa.

Cuando existe apoyo, esta hipervigilancia se amortigua con el descanso y la alternancia en los cuidados, pero en contextos de soledad o sobrecarga, lo que era una ventaja evolutiva puede derivar en agotamiento y bloqueo. Investigaciones recientes sugieren que, sin relevo ni pausa, la activación sostenida del sistema de alerta se asocia a ansiedad, insomnio y fatiga emocional.

Durante la lactancia, el sistema de recompensa materno se reconfigura para reforzar el cuidado. En un modelo animal, Ferris y colaboradores observaron que la succión de las crías activaba con intensidad las áreas cerebrales del placer y la recompensa, como el núcleo accumbens, con respuestas comparables a las de psicoestimulantes en ese modelo. La presencia y el contacto con las crías producían una respuesta dopaminérgica robusta y sostenida.

Sin embargo, la misma modulación hormonal que garantiza este refuerzo puede volverse inestable. Un fenómeno que ilustra esta fragilidad es el Reflejo Disfórico de Eyección de Leche (DMER), una condición fisiológica que provoca una disforia (tristeza, ansiedad, irritabilidad) abrupta e intensa de solo unos segundos, justo antes de la bajada de la leche. Quienes lo hemos sufrido, conocemos la punzada de angustia fugaz que acompaña este reflejo, una sensación que confunde y asusta. Los estudios sugieren que el DMER está causado por una caída momentánea y brusca en los niveles de dopamina en respuesta a la liberación de oxitocina. 

Esta condición [DMER], completamente bioquímica y no psicológica, subraya la complejidad y, a veces, el fallo en el sistema de recompensa que debe sostener la lactancia. Y el espectro de la vulnerabilidad biológica se extiende más allá de los mecanismos hormonales. En un porcentaje pequeño de casos (estimado en menos del 5% de las mujeres), la dificultad para amamantar responde a una insuficiencia estructural conocida como hipoplasia mamaria (o insuficiencia glandular primaria). Esta condición, señalada a menudo por signos como una amplia separación entre los pechos o una forma tubular, implica un desarrollo insuficiente del tejido glandular, lo que limita la capacidad física del cuerpo para producir la cantidad de leche necesaria. Casos como el DMER y la hipoplasia recuerdan que el éxito de la lactancia no es solo una cuestión de voluntad o esfuerzo.

La reconfiguración hormonal y emocional: el tira y afloja de la matrescencia

Durante el embarazo, el cuerpo se inunda de hormonas. Los estrógenos y la progesterona alcanzan niveles extrarodinariamente elevados, preparando tejidos y vasos sanguíneos para sostener al feto. La oxitocina se libera en oleadas durante el parto, provocando las contracciones y, más tarde, ayudando a que la leche fluya. La prolactina mantiene ese movimiento, sosteniendo la producción de leche y despertando una disposición profunda al cuidado. Incluso el cortisol, conocido como la hormona del estrés, se reajusta y hace posible que nos levantemos una y otra vez en la madrugada, sosteniendo el agotamiento que trae consigo la crianza temprana.

De pronto lloras, sientes un calor que recorre el cuerpo sin aviso, o te invade una ternura desbordante solo con oler la piel de tu bebé. La oxitocina, la prolactina, los estrógenos, el cortisol… todas las hormonas trabajan a la vez, empujando lágrimas, despertares nocturnos y abrazos interminables. En esa inestabilidad el cuerpo se reconfigura para poner la vida en el centro. Madres orbitando en un nuevo y desconocido planeta.

Mientras nuestra mente se reordena en torno a un nuevo centro de gravedad, nuestra identidad se tambalea, lo que un día sentimos como certezas, hoy se disuelve en un mar de dudas. Una parte añora quién fue; otra explora quién está naciendo mientras cambias pañales, preparas purés, paseas sola con tu bebé por una montaña de asfalto, te sacas leche en el baño de la oficina—ocultando el aparato en el bolso— o recorres, empujando un carrito, parques, supermercados, escaparates y otros paisajes, para volver finalmente a la colada que reclama pinzas que todavía no compraste en Amazon porque se te olvidó. Bienvenida al bucle del día de la marmota.

No es casual que tantas madres acudan al consultorio de la psiquiatra estadounidense Alexandra Sacks, convencidas de que algo va mal y temiendo padecer depresión posparto. Sacks explica que lo que muchas describen no es necesariamente un trastorno, sino los altibajos propios de la matrescencia. Esto revela la infraestructura carente de nuestra sociedad, incapaz de sostener con recursos reales este tránsito vital. En su charla TED A New Way to Think About the Transition to Motherhood (2018), introduce la metáfora del push and pull: por un lado, la atracción hacia el bebé, potenciada por la oxitocina y el instinto de cuidado (pull), convive con la añoranza de la memoria de la mujer que existía antes, que necesita y reclama espacio para sus relaciones, proyectos y deseos (push).

La tensión entre estas fuerzas suele confundirse con un fracaso personal, porque la cultura nos repite que una “buena madre” debería saber, de manera natural, cómo atender a su bebé y, al mismo tiempo, continuar con su vida laboral, personal y sexual como si nada hubiera pasado. Pero la realidad es otra. Lo habitual es el desconcierto, la duda, la sensación de no estar haciéndolo bien, de no dar la talla o de no estar a la altura. La libido se desploma, algo frecuente en el posparto debido a lo cambios hormonales;suma la falta de sueño y multiplica la carga de cuidados y obtendrás una situación existencial ¨exigente¨. Nombrar este conflicto es necesario. Saber que la matrescencia implica este vaivén ayuda a aliviar la culpa de sentir lo que en realidad es inherente al tránsito de convertirse en madre y a distinguir la carga extra e insostenible de una exigencia social que roza lo obsceno.

Así lo fotografía Adrienne Rich en Of Woman Born:
"Mis hijos me causan el sufrimiento más exquisito que haya experimentado jamás. Es el sufrimiento de la ambivalencia: la alternancia entre el resentimiento amargo y los nervios a flor de piel, y la gratificación dichosa y la ternura."

Ambivalencia. El pulso secreto de todo vínculo.

El término “ambivalencia” fue acuñado por Eugen Bleuler en 1911 para describir la coexistencia de impulsos o sentimientos contradictorios hacia el mismo objeto. En su formulación original, el problema no era la contradicción, sino la incapacidad de integrarla, como se ve en la esquizofrenia.

Freud toma ese concepto y lo expande más allá de la clínica. En Duelo y melancolía (1917), lo que descubre no es un síntoma patológico, sino una estructura universal del vínculo: el amor y el odio son las dos caras del mismo apego. Amar implica exponerse a la pérdida, y por tanto a la agresión, la culpa o el deseo de control. La ambivalencia, lejos de ser un defecto, es el motor afectivo de la vida psíquica.

En ese sentido, Freud abre la puerta a pensar que la madurez emocional no consiste en eliminar los contrarios, sino en sostenerlos: desear y temer, cuidar y dominar, unir y separar.

Melanie Klein recoge ese núcleo freudiano y lo convierte en una teoría del desarrollo. En Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos (1935), la madurez del yo surge cuando el niño integra la ambivalencia: cuando puede amar a la madre que también lo frustra.

La salud mental, en Klein, es poder vivir con las propias sombras sin destruir el vínculo.

La neurociencia contemporánea ha confirmado que la ambivalencia no es un accidente psicológico, sino un principio biológico de la vida afectiva. Como recuerda Robert Sapolsky, la oxitocina —esa hormona que solemos asociar con el apego y la ternura— no solo fomenta la unión, sino que también activa la defensa frente a las amenazas que ponen en peligro el vínculo. Los mismos circuitos cerebrales que sostienen el cuidado y la empatía (hipotálamo, amígdala, áreas septales) participan en la agresión protectora. La biología del apego, por tanto, no distingue nítidamente entre amor y vigilancia: son dos expresiones de un mismo impulso de preservar lo amado. 

Como en el gótico —en arte, literatura o arquitectura— no niega lo oscuro, sino que lo integra en lo sublime. Las catedrales góticas no expulsan la sombra: la transfiguran en luz coloreada, la canalizan a través del vitral. Del mismo modo, la literatura gótica (de Frankenstein a Wuthering Heights) es un laboratorio simbólico de ambivalencias afectivas: amor y terror, deseo y culpa, belleza y ruina.
Podríamos decir que lo gótico es el reconocimiento de que la luz más intensa nace del contacto con la sombra, y que toda belleza humana es una reconciliación inestable entre lo que cuida y lo que destruye.

Cuerpos en metamorfosis y redes ausentes

Las catedrales góticas se han convertido en edificios de oficinas. Todo queda limpio, pero nada respira. Lo humano se vuelve funcional y pierde su vitalidad.

La maternidad contemporánea vive bajo esa misma amputación simbólica: se celebra la “luz” del amor materno, pero se censura su sombra -la ambivalencia, el deseo de huir, la pérdida del yo. Sin oscuridad, no hay luz: solo neurosis.

Se pide a las madres que amamanten, que críen con dedicación, con consciencia, que estén presentes. Y, sin embargo, al mismo tiempo se las incita a separarse de sus crías para sostener un empleo que les permita vivir. Ninguna otra profesión acepta semejante contradicción. No se le exige a un cirujano que opere sin entrar en quirófano. Ni a un piloto que vuele un avión sin subir a la cabina. Ni a un agricultor que cultive la tierra sin pisar el campo. Solo a las madres se les pide que cumplan con la tarea más exigente de todas sin estar presentes. Una paradoja tan normalizada que ya casi no escandaliza. La maternidad debería ser compatible con la autonomía, no con la precariedad.

Una madre sola realiza, con su propio cuerpo, con su propia psique, el trabajo de toda una red ancestral. Un trabajo, no remunerado, que sostiene el mundo.

 La infraestructura de cuidados, licencias suficientes, horarios flexibles, redes comunitarias, no es un lujo, es la condición para que el trabajo de maternar y el trabajo remunerado no se anulen mutuamente. Cuidar, sostener, amar, criar… es un gesto de resistencia silenciosa. Y no hay nada más radical que cuidar en un mundo que descuida visibilizar el valor del cuidado.

Hemos pasado décadas observando la maternidad a través de un prisma que se empeña en captar únicamente a la Madre Idílica, inmutable, inmaculada y emocionalmente estable. Esta visión es, sin embargo, un obstáculo conceptual que oculta la realidad. La evidencia clínica y neurológica nos exige una descripción más honesta. La matrescencia no es un proceso a medias tintas, sino una metamorfosis compleja. Reclama el reconocimiento de una madre real, que haga honor a la Madre Gótica. Ella se alza con una estructura interior de altos techos y bóvedas intrincadas hacia el cielo, abrazando la oscuridad de sus espacios y permitiendo que la luz se filtre a través de vitrales intensos, fortaleciendo su capacidad para integrar las sombras, el cansancio y la herida inevitable del *self* anterior, transformando cada desafío en una columna que sostiene su propia y poderosa estructura.

La psicóloga y superviviente del Holocausto, Edith Eger, resume la esencia de la conexión humana en esta frase:  "El amor es una palabra de seis letras: tiempo." y es que el acto de amar es la elección de dedicar una parte de nuestra vida a otra persona. Esta entrega de tiempo alcanza su expresión más radical e incondicional en el proceso de la matrescencia, donde la vida se reorganiza por completo en torno a la necesidad del otro.

Puedes ser mujer gestante, madre adoptiva, madre por deseo, por espera o por encuentro. Pechos hinchados, fluidos, movimientos doloridos tras el parto, avalancha hormono-emocional. Noches en vela, alma en vilo. Leche que sube o no llega, brazos que cargan, tiempo que se dilata o se estrecha, tiempo que entregas, que ya no te pertenece. El cuerpo y la vida materna, sea por vía gestacional o no, atraviesa de pleno. Pero que no se note demasiado. Que no incomode. Que no manche. Que no interrumpa el ritmo.

La misma sociedad que exalta la maternidad la exige limpia, organizada, productiva. El parto breve, el posparto discreto, la lactancia, si la hay, bien planificada y preferiblemente invisible.

Las madres contemporáneas se mueven entre dos mandatos opuestos: maternidad intensiva y productividad eficiente. Cuidar con entrega y reincorporarse cuanto antes al mundo del rendimiento.

Las políticas públicas reflejan una escasa infraestructura de cuidados, bajas posparto insuficientes y precariedad laboral. La biología pide tiempo. La economía, resultados.

El cuerpo que amamanta, sangra o no duerme se oculta en revistas, en oficinas, en las redes, la maternidad se filtra con pieles tersas y “una aparente productividad sin esfuerzo”, dejando la vulnerabilidad fuera del encuadre.

Pero la matrescencia no se deja domesticar. Desborda lo previsto, interrumpe el guión. Descuadra planes y se instala con sus incomodidades.

Cuidar es un acto radical: una forma de amor que desafía la lógica del rendimiento.
Referencias
  • Abraham, E., Hendler, T., Shapira-Lichter, I., Kanat-Maymon, Y., Zagoory-Sharon, O., & Feldman, R.(2014). Father's brain is sensitive to childcare experiences. Proceedings of the National Academy of Sciences, 111(27), 9792–9797. https://doi.org/10.1073/pnas.1402569111
  • Earls, M. F., Yogman, M. W., Mattson, G. T., & Rafferty, J. (2019). Incorporating recognition and management of perinatal depression and anxiety into pediatric practice. Pediatrics, 143(1), Article e20183260. https://doi.org/10.1542/peds.2018-3260
  • Ferris, C. F., Kulkarni, P., Sullivan, J. M., Jr., & Harder, J. A. (2005). Pup suckling is more rewarding than cocaine, as measured by brain place preference in mothers. The Journal of Neuroscience, 25(5), 1413–1418. https://www.jneurosci.org/content/25/1/149
  • Fildes, V. A. (1988). Breasts, bottles and babies: A history of infant feeding. Edinburgh University Press.
  • Freud, S. (1905). Tres ensayos de teoría sexual (J. L. Etcheverry, Trad.). Amorrortu Editores.
  • Hillerer, K. M., Jacobs, V. R., Fischer, T., & Aigner, L. (2014). The maternal brain: An organ with peripartal plasticity. Neural Plasticity, 2014, Article 574159. https://doi.org/10.1155/2014/574159
  • Heise, A. M., & Wiessinger, D. (2019). Dysphoric milk ejection reflex: A descriptive study. Breastfeeding Medicine, 14(9), 666-673.https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/31393168/
  • Hoekzema, E., Barba-Müller, E., Pozzobon, C., Picado, M., Bosch, E., Ceccarelli, P., Gascón, D., Ducharme-Sauze, I., Tobena, A., Valls-Ferran, O., Solà-Valls, N., Ortiz-Termin, I., Muñoz-Moreno, E., Carmona, S., & Ballesteros, A. (2017). Pregnancy induces long-lasting changes in human brain structure. Nature Neuroscience, 20(6), 787–796. https://doi.org/10.1038/nn.4458
  • Humphrey, L. T., Dean, M. C., Jeffs, S. P., & Lister, D. L. (2014). Weaning in the past: Evidence from archaeological and ethnographic records. Journal of Archaeological Science, 41, 446–455. https://doi.org/10.1016/j.jas.2013.10.021
  • Jones, L. (2024). Matrescencia: On the metamorphosis of pregnancy, childbirth and motherhood. Penguin Publishing Group.
  • Kim, P., Leckman, J. F., Mayes, L. C., Feldman, R., Wang, X., & Swain, J. E. (2010). The plasticity of human maternal brain: Longitudinal changes in brain structure during the early postpartum period. Behavioral Neuroscience, 124(5), 695–704. https://doi.org/10.1037/a0020846
  • Klein, M. (1957). Envidia y gratitud. En Envidia y gratitud y otros trabajos (1946-1963) (pp. 175-238). Paidós.
  • Lacasse, A., Morin, C., Bérard, A., Rey, É., & Ferreira, E. (2000). Nausea and vomiting during pregnancy: A prospective study of its frequency, intensity, and patterns of change. American Journal of Obstetrics and Gynecology, 182(4), 931–937. https://doi.org/10.1016/s0002-9378(00)70349-8
  • Laurent, H. K., & Ablow, J. C. (2012). A model of emotion regulation in mother-infant dyads: The emotional core of psychopathology risk. Developmental Psychology, 48(6), 1618–1630.
  • Parisi, S., Lino, G., Giuffrida, A., Iacono, G., & D'Amico, E. (2019). Breastfeeding Difficulties and Risk for Early Breastfeeding Cessation. Nutrients, 11(10), Article 2266.
  • Parsons, C. E., Johnstone, T., King, L., Oates, J. M., Moran, V. H., & Halligan, S. L. (2017). Investigating the neural basis of the link between maternal anxiety and sensitivity to infant distress. Archives of Women's Mental Health, 20(1), 163–173. https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/31547061/
  • Pérez-Valera, M., Olza, I., & Carmona, S. (2022). Development and psychometric properties of the maternal ambivalence scale (MAS) in the Spanish population. BMC Pregnancy and Childbirth, 22(1), Article 619. https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/35933351/
  • Raphael, D. (1975). Matrescence, becoming a mother, a new/old rite de passage.
  • Rich, A. (1976). Of woman born: Motherhood as experience and institution. W. W. Norton.
  • Sacks, A. (2018, 7 de mayo). A new way to think about the transition to motherhood [Video]. TED Conferences. https://www.youtube.com/watch?v=jOsX_HnJtHU
  • Winnicott, D. W. (1960). La teoría de la relación paterno-filial. En Los procesos de maduración y el ambiente facilitador: Estudios para una teoría del desarrollo emocional (pp. 34-40). Paidós.
  • Yao, S., Deng, C., Liang, S., Sun, Y., Chen, Y., He, W., Chen, J., & Fu, R. (2022). Perceived social support on postpartum mental health: A longitudinal study employing fixed-effects model and instrumental variables. PLOS ONE, 17(3), Article e0265941. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0265941
  • Zhao, J., Zhang, C., & Li, Y. (2023). Parental burnout of parents of primary school students: A systematic review and meta-analysis. Frontiers in Psychiatry, 14, Article 1171489. https://doi.org/10.3389/fpsyt.2023.1171489

¿Te gustaría profundizar en Mindfulparenting, neurociencia y crianza?

Si quieres recibir un correo cada vez que haya nuevo contenido o estás iniciándote en esta forma de parentar y tienes dudas...

Escrito por Miriam Fernández

Cofundadora de Nirakara y Directora del Área de Mindfulparenting, crianza y neurociencia.