Escribir para pensar
Vivimos en una época en la que la velocidad y la cantidad de tareas nos ahogan. Nos movemos sin pausa, sin darnos el espacio para detenernos y pensar. La sociedad de la información ha acelerado el ritmo de nuestras vidas, imponiéndonos una inflación de información y estímulos que nos mantiene en un estado de agitación constante. Ante los problemas cotidianos, buscamos respuestas rápidas en redes sociales, en plataformas como Instagram o YouTube, y eso está genial. Pero a veces olvidamos que la herramienta más poderosa que poseemos para resolver nuestros problemas no está fuera de nosotros. Está en nuestra capacidad de pensar.
Escribir es pensar.
En este contexto, escribir se convierte en un acto fundamental de exteriorización del pensamiento. Al escribir, desentrañamos nuestros propios patrones mentales, revelamos los bucles en los que solemos quedar atrapados. Es como arrojar luz sobre territorios oscuros que, en el bullicio del día a día, permanecen ocultos. El acto de escribir, lejos de ser un mero ejercicio mecánico, nos permite contemplar con claridad las decisiones que enfrentamos y las prioridades que establecemos.
En este contexto, escribir se convierte en un acto fundamental de exteriorización del pensamiento. Al escribir, desentrañamos nuestros propios patrones mentales, revelamos los bucles en los que solemos quedar atrapados. Es como arrojar luz sobre territorios oscuros que, en el bullicio del día a día, permanecen ocultos. El acto de escribir, lejos de ser un mero ejercicio mecánico, nos permite contemplar con claridad las decisiones que enfrentamos y las prioridades que establecemos.
La escritura también abre un espacio para la indagación. Al arrojar nuestros pensamientos al papel, surgen preguntas. Una pregunta no es solo una búsqueda de respuestas; es una grieta que abre nuevas posibilidades. ¿Quiero realmente emplear mi tiempo en este nuevo proyecto? ¿Cómo quiero cultivar la relación con mi pareja, o con mis hijos? ¿Deseo seguir vinculado a esta persona, a esta actividad? ¿Qué quiero hacer con el tiempo que me queda? ¿Quién soy?
Estas preguntas, surgidas en la intimidad de la escritura, no buscan respuestas inmediatas. Son las preguntas las que nos permiten navegar la vida con mayor profundidad. Escribir es, en última instancia, un acto de reflexión, un espacio para contemplar lo que realmente importa y, en ese proceso, descubrirnos a nosotros mismos.
Escribir, en su esencia, es un acto de autoconocimiento. Al final de cada día, después de cualquier conflicto, después de cualquier alegría, regresamos siempre a la misma persona: nosotros mismos. Tras una ruptura sentimental, tras una victoria laboral, volvemos a nuestro espacio más íntimo, al lugar donde, a pesar de todo, estamos solos con nuestros pensamientos. La escritura nos permite cultivar esa relación con nosotros mismos, nos brinda la oportunidad de conocernos mejor.
Tenemos la inmensa fortuna de poder escribir. De tener un medio a través del cual podemos explorar nuestras emociones, nuestros pensamientos, nuestras inquietudes. Reflexionar a través de la escritura es un privilegio, y debemos aprovecharlo. Pero no se trata solo de una cuestión de autoexploración. Escribir también tiene efectos tangibles en las decisiones más cotidianas. A través de la escritura, nos volvemos más conscientes de la gestión de nuestro tiempo. Descubrimos a qué cosas debemos renunciar, ya que administrar el tiempo no es más que un sacrificio constante. Decimos “no” a algunas cosas para potenciar otras, pero es solo al poner nuestras reflexiones sobre el papel que estas decisiones cobran verdadero sentido. A veces, mientras escribes, surgen ideas que van más allá de lo personal. Ideas sobre tu trabajo, sobre tu familia, sobre cuestiones existenciales o sobre cómo entiendes el mundo. Escribir te permite reflexionar sobre cualquier cosa, sin límites ni restricciones. Lo importante es que dediques ese tiempo a estar contigo mismo, a pensar, a explorar.
Cómo escribir para pensar
La escritura no tiene por qué ser un medio de comunicación con los demás. Aunque más adelante puedas decidir compartir algunos de tus escritos, lo esencial es que, cuando escribas, lo hagas para ti mismo. No te preocupes por la gramática, por el estilo o por encontrar las palabras perfectas. Lo importante es que uses la escritura como un medio para reflexionar. Con el tiempo, notarás que tu capacidad para expresarte mejora, que tu lenguaje se vuelve más preciso, más detallado.
Esta precisión es lo que la neurocientífica Lisa Feldman Barrett llama “granularidad”. La granularidad es la capacidad que tenemos para describir con precisión nuestros estados mentales. Algunas personas, al hablar de sus emociones, lo hacen de manera muy simple: dicen que están bien o mal, felices o tristes. Pero la realidad es que nuestras emociones son mucho más complejas. Hay muchos tipos de tristeza, muchos tipos de alegría, muchos tipos de frustración. Desarrollar una mayor granularidad es, en esencia, una forma de entender mejor nuestras emociones y nuestras experiencias. Aumentar la granularidad nos hace más inteligentes emocionalmente.
Cuanto más escribas, más desarrollarás tu capacidad para describir tus propios estados mentales con precisión. Esto no solo te permitirá conocerte mejor, sino que también te dará las herramientas para gestionar mejor tus emociones y, en última instancia, tu vida. La granularidad emocional es una habilidad que se puede entrenar, y la escritura es una de las mejores formas de hacerlo.
Entorno
La escritura es, ante todo, un acto íntimo, y es esencial que crees un espacio adecuado para ello. Esto no significa que necesites un estudio aislado del mundo o una atmósfera idílica. Cualquier entorno puede ser propicio para la escritura, siempre y cuando encuentres en él un mínimo de tranquilidad y confort. Personalmente, he tenido reflexiones profundas mientras viajaba en tren, o mientras esperaba en la caja del supermercado de mi pueblo. En esos momentos, el entorno exterior no importaba tanto como mi disposición interior para observar mis pensamientos y plasmarlos en palabras.
Cuando estás comenzando, es recomendable que te pongas las cosas fáciles. Al principio, busca un lugar donde te sientas a gusto, un espacio que fomente la reflexión. El entorno físico es importante: una buena mesa, una silla cómoda, una iluminación adecuada. Acompáñalo de un té, un café o una infusión si te gusta, y asegúrate de que te rodee una atmósfera que invite a la introspección. Pero lo más importante es que elimines todas las distracciones. Apaga las notificaciones de tu móvil, cierra todas las pestañas del navegador que no sean necesarias y dedica ese tiempo únicamente a ti.
Tecnología, una maravillosa... trampa
Hoy en día, la tecnología nos ofrece innumerables formas de distraernos. El móvil, en particular, se ha convertido en una especie de chupete emocional para muchos de nosotros. Ante la mínima sensación de ansiedad o incomodidad, lo tomamos para revisar noticias, redes sociales o cualquier otro contenido que nos distraiga del momento que estamos viviendo. Este hábito es comprensible, pero profundamente dañino para el proceso creativo. El hecho es que esos momentos de tensión, de angustia o de aparente infertilidad creativa, son a menudo necesarios para la creación. Es en esa incomodidad donde surge algo nuevo, algo que no habíamos considerado antes.
No siempre es agradable, pero parte de aprender a escribir —y, en un sentido más amplio, de aprender a vivir— es desarrollar una tolerancia a esa frustración creativa. La ansiedad que sentimos al enfrentarnos a una página en blanco es natural, pero debemos resistir la tentación de escapar de ella. En lugar de buscar alivio inmediato en la distracción, debemos aprender a sentarnos con esa incomodidad, a quedarnos con ella, aunque solo sea por diez minutos. Este es el tiempo que necesitamos para empezar a conectar con nosotros mismos, para que las ideas empiecen a fluir. Luego, si lo deseas, puedes volver a revisar tu móvil o a darle el “chute” de distracción que necesitas, pero en esos diez minutos, dedícate solo a ti y a tu escritura.
Si decides escribir en un ordenador, también es crucial que aprendas a manejar esta poderosa herramienta sin que se convierta en una distracción. Hoy en día existen modos y programas que te permiten bloquear todas las notificaciones y trabajar en un entorno libre de interrupciones. Escribir en un ordenador puede ser extremadamente útil, pero si notas que de alguna forma te distrae demasiado, puede ser buena idea volver a lo básico: el papel y el lápiz.
El papel tiene una calidad única que lo distingue de cualquier dispositivo digital. La conexión física entre la mano y el lápiz, la sensación de escribir sobre una superficie tangible, ofrece un tipo de reflexión diferente. El papel no tiene notificaciones, ni alarmas, ni ventanas emergentes. Es un espacio vacío, esperando a ser llenado, y en ese vacío hay una libertad que muchas veces olvidamos en nuestra vida digital. Es una opción que, aunque parezca más simple, puede tener un impacto significativo en tu proceso creativo.
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