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Aceptación es un concepto que forma parte de los programas basados en mindfulness y las terapias de tercera generación. El uso común de la palabra aceptación está muy alejado del significado que pretendemos definir. Siempre tenemos que empezar diciendo: "no, aceptación no es resignación", "no, aceptación no significa tolerar las injusticias con una sonrisa y relajación de esfínter", "no, aceptación no es asumir un estado de indolencia en el que uno se deja llevar por sus debilidades sin intentar mejorar personalmente", "no, aceptación no es poner una sonrisa de devoto iluminado después de que te hayan cruzado la cara de una hostia (literal o metafórica)".
El cuerpo se revela cuando las experiencias son amenazantes. Un pequeño dolor en la rodilla puede desencadenar, en el transcurso de una práctica de meditación de 20 minutos, una experiencia frustrante. Hay muchas emociones que invaden el cuerpo. El sistema nervioso se altera, los músculos agobiados de tensión, palabras inquietas que se repiten en la mente, desmotivación, pereza, duda... En ese momento, lo más deseable es la huida, levantar el culo del asiento y acabar con el asunto. Fenómenos, que han denominado evitación.Pero evitación es una palabra paraguas, un concepto que resume un conjunto demasiado vasto y rico de experiencias. Los paraguas atontan, por lo general. No dejan a uno disfrutar de la lluvia salvaje. A cambio nos regalan algo demasiado narcótico: la tranquilidad de un concepto suficientemente sólido. Lo digo por experiencia. He sabido más de mí en las fricciones, que en la opulencia de la tranquilidad. No me malinterpretes. Si me das a elegir, prefiero el éxtasis al sufrimiento.
Primero uno ha de reconocer que está embebido de reacciones, tarea que no es fácil. El cuerpo se emociona, eso lo sabemos. Pero no es fácil advertir que ese cuerpo emocional también es un cuerpo pensante. ¿O no ocurre que a la tensión y "vibración" muscular de una noche de ansiedad, le acompaña una cascada de incontrolables voces que rebotan en las paredes del cráneo? Y claro, ¿cómo saber que uno está empecinado en sus delirios si para "darse cuenta" es necesaria cierta claridad mental? ¿Cómo utilizar el pensamiento cuando la razón se ha convertido en un hormiguero al que se haya rociado con vinagre? Sólo tengo una respuesta, que por simple es comúnmente desestimada: entrenamiento. Desarrollar el "músculo" de la metacognición.Y cuando hay reconocimiento de la situación es posible saber, no antes. Porque... ¿Es posible cambiar algo si no se conoce con suficiente cercanía? ¿Se puede estudiar el apareamiento de la araña errante brasileña estando presa de una fobia irremediable? ¿Significa eso que aceptar implica romper los mecanismos de defensa y acercarse demasiado a la araña más agresiva del mundo? No. Tampoco la aceptación es doblegarse. La aceptación es energética, no sumisa. La aceptación se parece más a la curiosidad que a la comodidad, más a la libertad que a la seguridad, más a la ciencia que a la creencia.
No estoy hablando de un acto confesional. El confeso reconduce sus pensamientos y acciones por un cauce previamente pactado. La aceptación puede abrir caminos nuevos. El confeso neutraliza el pecado con la penitencia oportuna. Cabe preguntarse si se puede "corregir" tal o cual pulsión, o más bien, se postpone su efecto a un momento futuro en el que el sujeto haya olvidado el "mandamiento".El que acepta su naturaleza conoce "el pecado" en su profundo misterio para determinar, después de un tiempo comúnmente largo sus raíces, sus derivaciones y su necesidad. Pues todo ocurre por algo. Todo es necesario. Todo parece ser parte de un sistema que busca el equilibrio, ¿O se nos ha olvidado que, al fin y al cabo, seguimos "las" leyes de la materia? Aceptar es conectar, sinceramente, con lo que hay.