Dec 11 / Gustavo Diez

Tu respiración revela cómo te sientes

Identificamos en este nuevo estudio una micro-pausa tras la exhalación vinculada a redes cerebrales de procesamiento emocional

Ayer estábamos leyendo en el salón. Yo, un libro de McGilchrist, mi hijo, el quinto volumen de Magic Animals. Al cabo de un rato se había quedado dormido. Y no me di cuenta por sus ojos cerrados, sino por su respiración. Se volvió más profunda y regular: cambiando a ese ritmo característico que tenemos las personas cuando dormimos. 

Y es que, el paso de la vigilia al sueño, no solo está caracterizado por un cambio en los ritmos cerebrales, sino también por un cambio en la forma de respirar.

La respiración se adapta a los estados que vivimos. No respiramos igual cuando caminamos rápido porque llegamos tarde a una reunión, que en los momentos más excitantes de un partido de fútbol. La respiración también refleja nuestros estados emocionales: hay respiraciones ansiosas y respiraciones sosegadas, respiraciones airadas y respiraciones alegres. La respiración es una “firma” de cómo estamos por dentro.

Algo parecido ocurre con el cerebro. Cuando no hay tarea ni estímulo el cerebro no está apagado. Hay pensamientos errantes, emociones que oscilan, memorias, planes de futuro, análisis de conversaciones, sueños, preocupaciones: una corriente constante de experiencia espontánea. Esa actividad, aunque parezca caótica, refleja procesos organizados. Y hemos aprendido a leerlos. Hoy, el análisis de la actividad cerebral en reposo permite identificar con precisión a personas con depresión, ansiedad o deterioro cognitivo —solo midiendo ese “sonido de fondo” cerebral.
Si te acercas al mar, no escuchas un sonido único sino un paisaje acústico. El cerebro en reposo funciona de manera similar . Las ondas lentas —oscilaciones delta y theta— son como mareas profundas: regiones extensas sincronizándose y millones de neuronas disparando al unísono. Las ondas rápidas —gamma— son el chasquido de la espuma: actividad local, breve y precisa.

¿Y si la respiración espontánea guardara un información comparable? ¿Podría revelar algo de ese estado interior más básico?

Basta entrar en una biblioteca para intuirlo. Hay respiraciones que apenas se notan, hasta que de pronto aparece un suspiro largo, como si el cuerpo recordara que tiene que respirar. Otras son rápidas y superficiales, como si la persona viviera con una constante falta de aire. Y otras respiraciones son profundas y equilibradas, con una cadencia meditativa.

Cuando Nazareth Castellanos y yo empezamos a observar las ondas respiratorias, lo primero que nos llamó la atención fue que no había dos respiraciones iguales. Cada persona tenía su propio patrón: ritmos particulares, pausas inesperadas, pequeñas excentricidades que se repetían una y otra vez. Eran auténticasfirmas respiratorias”, tan singulares como una caligrafía. Y lo más sorprendente es que, en esas curvas tan elementales, parecía asomarse algo del estado interno de cada participante, como si la respiración dejara escapar una pista de lo que estaba ocurriendo en ellos.

Con esa intuición nos lanzamos a construir un estudio que, después de cuatro años, acabamos de publicar en la revista Cerebral Cortex. Junto al equipo de Fernando Maestú del laboratorio C3N de la UCM, diseñamos un protocolo que nos permitió observar, al mismo tiempo, el mundo interno del cerebro y el ritmo íntimo de la respiración. Contamos además con la experiencia de Eduardo Anitua y Luis Saracho del BTI (Biotechnology Institute), que llevaban años analizando patrones respiratorios en pacientes y conocen como pocos las peculiaridades de esas curvas. Con su apoyo técnico, y con la ayuda de Ricardo Bruña desde la UCM, ensamblamos un pequeño circuito capaz de registrar la respiración con una precisión inusual mientras la MEG captaba la actividad cerebral milisegundo a milisegundo. Por primera vez teníamos ambas ventanas abiertas a la vez
Registro simultáneo de respiración espontánea y actividad cerebral con magnetoencefalografía (MEG) en el laboratorio C3N de la UCM. Este montaje permitió capturar, por primera vez en nuestro protocolo, la pausa post-espiratoria sincronizada milisegundo a milisegundo con la actividad de la red de saliencia cerebral.
Una conversación con Eduardo y Luis cambió por completo el rumbo del estudio. Llevaban años desarrollando el Apnia, un dispositivo clínico desarrollado por BTI para medir la respiración por la noche. Nos señalaron algo simple y revolucionario:

En la respiración espontánea hay una pausa post-espiratoria muy marcada. Nadie está prestando atención a eso, y ahí puede haber información importante.

La pausa post-espiratoria es una breve pausa después de exhalar, una quietud que solo aparece cuando la respiración es espontánea y el cuerpo está en reposo. Y aquí nos encontramos con algo sorprendente: en la investigación científica, y especialmente en neurociencia, prácticamente nadie tiene en cuenta que la onda respiratoria tiene tres fases: inspiración, espiración y pausa post-espiratoria. Cuando revisamos la bibliografía, tuvimos que retroceder hasta trabajos de los años 70 y 80 para encontrar alguna mención explícita a esta pausa. ¡Durante décadas, hemos estado mirando solo dos tercios del ciclo respiratorio!
La respiración espontánea se compone de tres fases diferenciadas: inspiración (entrada de aire), espiración (salida de aire) y pausa post-espiratoria (breve quietud tras exhalar). Esta representación esquemática muestra cómo el flujo de aire oscila entre los momentos de mayor actividad (picos de inspiración y espiración) y los intervalos de relativa estabilidad. La pausa post-espiratoria —ese pequeño silencio que sigue a la exhalación. Medir su duración y características nos permitió descubrir que este micro-intervalo no es un simple "espacio vacío" en la curva, sino una ventana hacia la interacción entre el sistema respiratorio y la actividad cerebral intrínseca.
En la siguiente figura podemos ver el patrón respiratorio de un participante. Cada valle marca una espiración; cada pico, una inspiración. Lo que llama la atención es lo que ocurre después de exhalar: pausas post-espiratorias notablemente largas, pequeños silencios que se estiran en el tiempo. Además, la variabilidad de esas pausas es considerable. Esta persona respira a 10,18 respiraciones por minuto, un tempo lento que contrasta con la irregularidad de esos intervalos de silencio. En la figura aparece un dato que esconde una información valiosa: 15% de "tiempo cero". Es el tiempo que esta persona permanece en pausa, sin inhalar ni exhalar, simplemente suspendida entre un ciclo y otro. Y esas pausas, con su longitud y su variabilidad, empezaron a contarnos algo que no esperábamos.
En este segundo participante, el patrón respiratorio revela un contraste notable con el anterior. Aquí hay mayor variación en la amplitud de la respiración —los picos y valles oscilan con más irregularidad— y las pausas postespiratorias son mucho más breves: apenas un 9% del tiempo total transcurre en ese estado de quietud entre exhalación e inhalación. Esta persona respira a 13,25 respiraciones por minuto, un ritmo algo más rápido que el anterior. A simple vista, estas dos "firmas respiratorias" son tan diferentes que podrían identificar a cada persona. Uno con silencios largos y contemplados, otro con transiciones más rápidas y una cadencia más inquieta.
Aquí es importante hacer una distinción que suele pasarse por alto. Cuando hablamos de respiración, es fácil pensar en técnicas de control respiratorio: pranayama yóguico, ejercicios para la ansiedad, respiración lenta, incluso apneas voluntarias. Sabemos que esas prácticas, sostenidas en el tiempo, tienen efectos muy interesantes para la salud. Pero eso no es lo que estábamos midiendo. Lo que observábamos era la respiración espontánea: aquella en la que no intervenimos, la que ocurre sola, moldeada por la actividad cerebral intrínseca y también por la biología particular de cada cuerpo. La respiración espontánea es un producto híbrido: si alguien tiene inflamación en los cornetes, su curva respiratoria cambia por completo; si su tono muscular, su diafragma o su estado emocional se modifican, la onda también se verá afectada. Esta espontaneidad la convierte en una ventana única hacia el mundo interno de la persona.

La participación de Pablo Cuesta, de la UCM, fue decisiva. Él dio forma cuantitativa a la intuición que teníamos y conectó nuestro trabajo con lo que otros grupos de investigación empiezan a mostrar. Su análisis reveló que la respiración y la actividad cerebral no son dos procesos que avanzan en paralelo, sino dos sistemas profundamente acoplados, que se influyen mutuamente en un diálogo constante.

Nuestra primera intuición fue que una persona más calmada tendría pausas post-espiratorias más largas. Parecía razonable y elegante. Pero medir te pone en tu sitio. Lo que encontramos fue lo contrario. La pausa no se comportaba como indicador de serenidad —mostraba una relación inesperada con el estado emocional. Esa sorpresa nos obligó a replantear qué ocurre realmente en ese instante de silencio entre una exhalación y la siguiente inspiración.

Al registrar la actividad cerebral al mismo tiempo, observamos que esta pausa diminuta estaba acoplada a una red muy específica: la red de saliencia, formada por la ínsula, la corteza cingulada anterior (ACC) y la amígdala. Esta red funciona como un radar interno que selecciona qué estímulos —externos o internos— deben recibir prioridad. Y aquí encontramos un patrón interesante. La inspiración se asociaba sobre todo con la ínsula izquierda, la espiración no mostraba una vinculación clara, y sin embargo la pausa post-espiratoria activaba de forma robusta una red en las bandas beta y gamma que involucraba principalmente la ínsula derecha, la ACC bilateral y la amígdala izquierda.

Esto es relevante porque sabemos, por trabajos de Craig y otros, que la ínsula derecha está especialmente implicada en el procesamiento de sensaciones internas aversivas y en la monitorización de estados corporales de mayor carga emocional. Es decir, cuando la respiración se detiene un instante, el cerebro emocional parece aumentar su sensibilidad a lo que ocurre dentro. Ese medio segundo funciona como una pequeña “ventana interoceptiva”.

Además, la variabilidad de esa pausa —lo estable o inestable que era en cada persona— estaba directamente relacionada con su estado emocional. Cuanta más variabilidad en la pausa, más síntomas depresivos reportaban los participantes; y cuanta más variabilidad, menor era su satisfacción vital. No se trataba simplemente de pausas largas o cortas, sino de pausas irregulares y fluctuantes. Lo más llamativo es que esto lo observamos en adultos sanos, sin ningún diagnóstico clínico, lo que sugiere que la respiración espontánea podría contener un marcador muy sensible del tono emocional.

Estos resultados encajan con un mecanismo que ya se había descrito: la amygdala-driven apnea, una pequeña inhibición respiratoria producida por la amígdala cuando detecta estímulos internos relevantes o amenazantes. La pausa post-espiratoria —un momento en equilibrio pulmonar, sin actividad muscular que compita— es especialmente vulnerable a esta modulación central. Si la red de saliencia está más activa, esa pausa puede alargarse, interrumpirse o volverse más irregular. El artículo discute que esta fase podría ser el lugar donde el cerebro monitoriza cambios sutiles de CO₂ y otros estados fisiológicos, lo que explicaría por qué justo aquí se concentra la mayor parte de la información emocional .

Nuestros datos muestran además que esta asociación es sorprendentemente específica. Ni la red por defecto (DMN), ni la red frontoparietal, ni la red dorsal de atención mostraron correlaciones significativas con la pausa post-espiratoria. Tampoco lo hicieron las bandas más lentas (alfa y theta). Solo la red de saliencia, y solo en alta frecuencia (beta y gamma), reflejó este acoplamiento respiración-estado emocional. Esto es importante: no estamos ante un fenómeno generalizado del cerebro, sino ante una relación muy focalizada en los circuitos que integran emoción e interocepción.

La pausa post-espiratoria puede actuar como un biomarcador interoceptivo, una ventana fisiológica que refleja cómo se encuentra la persona. Un indicador fino de vulnerabilidad emocional, probablemente relacionado con cómo el cerebro detecta, evalúa y responde a señales internas. Y esto abre muchas posibilidades. En el artículo concluímos que futuros estudios deberían, al menos: replicar estos hallazgos en población clínica, estudiar la relación entre la pausa y la sensibilidad al CO₂ —especialmente en condiciones de ansiedad— y evaluar cómo las prácticas de respiración que manipulan deliberadamente las pausas podrían modular esta conectividad.

Estamos ante una fase de la respiración que casi nadie había observado y que, sin embargo, podría ayudarnos a entender cómo se entrelaza la experiencia emocional con el cuerpo. Quizá incluso antes de que esa emoción llegue a expresarse en palabras.
referencia al ESTUDIO
  • Díez GG, Cuesta P, Lazar SW, Saracho L, Bruña R, Maestú F, Anitua E, Castellanos N. "Unmasking the Post-Expiratory Pause: Salience Network Connectivity and Its Link to Psychological Factors." Cerebral Cortex, 2025. doi: https://doi.org/10.1093/cercor/bhaf31

Escrito por Gustavo Diez

 Fundador y director de Nirakara 
Físico Teórico (UAM). Máster en Neurociencia (UAB). Máster en Inteligencia Artificial (UPM). TDI en el Centro de Mindfulness de la Universidad de Massachusetts. Investigador y profesor de Intervenciones basadas en Mindfulness y estilo de vida.

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