Cómo el hacer configura el ser
En el ser humano y en otras especies surge una cualidad cerebral realmente extraordinaria: la capacidad de darnos cuenta de nuestra existencia y de nuestro propio pensamiento. En un momento dado, tras estar inmerso en mis rumiaciones, podría detenerme, tomar distancia y decirme a mí mismo: "He estado preocupado por un asunto con mi hijo".
Además, existir como humano conlleva emocionarse constantemente. Puedo darme cuenta de que, en un momento dado, me he dejado arrastrar por una emoción de miedo. Por ejemplo, hace un rato, podría haber atropellado a un sujeto que se lanzó de repente al paso de cebra. Se me encogió el corazón. Él ni se enteró; iba hablando por el móvil.
Además, existir como humano conlleva emocionarse constantemente. Puedo darme cuenta de que, en un momento dado, me he dejado arrastrar por una emoción de miedo. Por ejemplo, hace un rato, podría haber atropellado a un sujeto que se lanzó de repente al paso de cebra. Se me encogió el corazón. Él ni se enteró; iba hablando por el móvil.
También soy consciente de mis comportamientos. En mi caso, leo demasiado los periódicos: es un hábito que he adquirido, automatizado y que repito continuamente, aunque también he tenido periodos voluntarios de "desintoxicación" de las noticias.
No solo me percato de que existo, sino que también reconozco que tengo cierta capacidad —aunque sea parcial— para influir en mi pensamiento, mi conducta y mis emociones. Incluso puedo, en cierto grado, influir en mi entorno físico de forma voluntaria. Soy, pero también hago. Existo como ente y también como agente.
El desarrollo de la autoconciencia
El bebé, a través de la experimentación, encuentra la manera de interactuar con el entorno para satisfacer sus deseos: como coger un objeto que le gusta, buscar el cariño del padre o la madre cuando está cansado o examinar qué pasa cuando coge el móvil de papá y lo estampa contra el suelo. Pero no solo descubre un entorno externo con el que tiene que aprender a tratar; también se enfrenta a un entorno interno que no domina para nada. En el bebé, las emociones se desbordan habitualmente: no puede modular sus instintos, sus pulsiones o sus deseos.
De forma paralela —quizás empleando estrategias cerebrales similares a las que usa para relacionarse con el exterior—, se produce un aprendizaje en el dominio de su experiencia subjetiva.
Pero, ¿cómo podrías saber que yo tengo autoconciencia? En último término, no podrías saberlo, porque solo yo sé qué es ser yo. Sin embargo, mediante experimentos, sí puedes inferir ciertas cualidades de mi experiencia. Un ejemplo muy utilizado es el test de autorreconocimiento en el espejo. Si tuviera menos de 15 meses de vida, examinaría el espejo, lo tiraría al suelo o lo golpearía contra la mesa para ver cómo suena, pero no sabría que la imagen del espejo se corresponde con mi cara. Alrededor de los 2 años, comienzo a entender que ese reflejo en el espejo soy yo, lo que implica una cierta consciencia de mí mismo.
Este test de autorreconocimiento lo superan gorilas, chimpancés, bonobos, orangutanes, cuervos, urracas, elefantes y algunos cetáceos como el delfín. Por lo tanto, no somos los únicos que tenemos autoconciencia.
La conciencia reflexiva, es decir, la que me permite ser consciente de mí, aparece en algún momento entre los 15 y los 24 meses de edad. Sin embargo, el sentido de agencia o "autoconciencia ecológica" —la capacidad de reconocer "esto lo hago yo" y "mis acciones generan consecuencias"— se manifiesta antes. Alrededor de los 6 meses, los bebés empiezan a sentarse y a manipular objetos. Pueden repetir acciones que provocan sonidos, luces o movimientos en un juguete (como golpear, agitar o presionar un botón).
Este comportamiento repetitivo indica que el niño comprende la relación causal entre su acción y la consecuencia en el entorno, lo que sugiere que la agencia precede a la autoconciencia. Probablemente, ese tipo de acciones en el entorno sirvan de preámbulo, una especie de entrenamiento cerebral que lleva al bebé a desarrollar funciones más sofisticadas, como el autorreconocimiento.
Este comportamiento repetitivo indica que el niño comprende la relación causal entre su acción y la consecuencia en el entorno, lo que sugiere que la agencia precede a la autoconciencia. Probablemente, ese tipo de acciones en el entorno sirvan de preámbulo, una especie de entrenamiento cerebral que lleva al bebé a desarrollar funciones más sofisticadas, como el autorreconocimiento.
La perspectiva enactiva
La perspectiva enactiva nos dice que conocer no es simplemente recibir información del mundo, sino hacer el mundo a través de nuestra acción.
No hay un sujeto pasivo que observa una realidad dada de antemano, sino un organismo que, al moverse y relacionarse con su entorno, enacta un mundo de significados. Es un giro radical: la percepción no es un espejo de lo que hay "allá afuera", sino una danza entre el cuerpo, el ambiente y la historia de interacciones que nos constituyen. Un concepto desarrollado por Francisco Varela que nos invita a pensar la cognición como algo encarnado, vivido, siempre en proceso, donde conocer es, en el fondo, vivir.
No hay un sujeto pasivo que observa una realidad dada de antemano, sino un organismo que, al moverse y relacionarse con su entorno, enacta un mundo de significados. Es un giro radical: la percepción no es un espejo de lo que hay "allá afuera", sino una danza entre el cuerpo, el ambiente y la historia de interacciones que nos constituyen. Un concepto desarrollado por Francisco Varela que nos invita a pensar la cognición como algo encarnado, vivido, siempre en proceso, donde conocer es, en el fondo, vivir.
Desde esta perspectiva, el "hacer" no es solo un acto físico, sino una interacción estructurante que ayuda a construir la subjetividad y el "concepto de yo". Hay múltiples estudios en neurodesarrollo y psicología cognitiva que confirman que privar a un organismo de la oportunidad de "hacer" (explorar, manipular y actuar sobre el entorno) compromete su desarrollo cognitivo.
Este argumento respalda la idea de que, desde el punto de vista neurológico, resulta artificial separar el "ser" del "hacer". En la Europa compleja de principios del siglo XX, Heidegger introdujo el concepto de Dasein o "ser-ahí arrojado", enfatizando la inextricable conexión del individuo con su mundo. En esa misma línea, Merleau-Ponty, en su obra Fenomenología de la Percepción, afirma que "mi carne es la carne del mundo", subrayando la inseparabilidad entre la experiencia de ser parte del mundo y la actividad que ejercemos en él.
Uno de los principios básicos en nuestro laboratorio —influido por la filosofía de Merleau-Ponty y Varela— es que el cuerpo es nuestro principal medio de acceso al mundo; no puede considerarse un mero objeto entre otros, sino un sujeto activo que, a través de sus acciones, configura y da sentido a la experiencia. A esta visión se la suele denominar "embodied neuroscience".
En definitiva, toda representación mental —incluida la experiencia de ser uno mismo— surge de la interacción continua con el entorno; es decir, de un "hacer" que configura y transforma la subjetividad. Este punto de vista puede abrir un marco de reflexión muy interesante para las intervenciones o terapias.
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