La neurología del despertar
Rick Hanson es todo un veterano de la meditación y de la psicología positiva. Neuropsicólogo de formación, investigador del Greater Good Science Center de la Universidad de California, fundador de la Global Compassion Coalition y del Wellspring Institute for Neuroscience and Contemplative Wisdom, y escritor de éxito. Entre sus obras encontramos Neurodharma, cuyo (genial) título delata sin más su interés principal: la neurociencia de la contemplación. El Desvelo Ediciones (del grupo Almuzara) recupera en una nueva edición su obra El cerebro de Buda, escrita gracias a muchos años de colaboración con el neurólogo Richard Mendius, con quien Hanson dirigía el taller «La neurología del despertar». El libro original es de 2009, pero sus contenidos siguen siendo perfectamente válidos y consistentes, y esta nueva edición se agradece. El prólogo de Daniel Siegel, el prefacio de Jack Kornfield y los avales de Sharon Salzberg, Joseph Goldstein y Tara Brach (entre muchos otros) constatan, por si cabía alguna duda, la cercanía de Hanson a la cúpula norteamericana de las neurociencias contemplativas.
El cerebro de Buda (título que, dicho sea de paso, había sido ya utilizado por Richard Davidson y Antoine Lutz en un excelente artículo científico de 2007) es un compendio que tiene una estructura bastante peculiar, una estrategia diferente de muchos otros libros sobre temas afines, y una organización desde luego muy cómoda. No es un ensayo, de hecho, se parece más a un manual, con sus apartados, sus listados, sus fichas y sus ejercicios prácticos. Aunque tampoco es un manual rígido y esquemático, y mantiene su narrativa, su estilo sereno, y ese toque personal y autobiográfico que acerca al lector a la vida cotidiana de un estadounidense, como mínimo, «acomodado». Así que es un texto híbrido en su estructura, pero sin duda –o tal vez precisamente por eso– increíblemente adecuado, útil, pragmático. Toda una oportunidad para los que nos acercamos a la meditación desde una perspectiva quizá más cuadriculada, lógica y racional, y nos motiva descubrir sus entresijos biológicos más íntimos y directos. Aun así, no es para nada un libro técnico, más bien todo lo contrario. Habla de neuronas, de hormonas, de neurotransmisores, de fisiología y de anatomía, pero distribuyendo la información por capas, dejando que cada uno pueda bucear entre estos términos y estos procesos según sus propios conocimientos en la materia, sean más o menos profundos.
A nivel neurobiológico, Hanson no escatima en los detalles, y ofrece un panorama bastante completo de los procesos fisiológicos que están asociados al mundo de la atención plena, ofreciendo al mismo tiempo unas cuantas instrucciones para empezar a experimentar en nuestro propio cuerpo los efectos de las prácticas meditativas. Asimismo, expone con sencillez y de una forma muy sintética los trasfondos conceptuales y psicológicos que sustentan y generan nuestros desequilibrios emocionales, por mayores o menores que sean. Los términos técnicos, todos bien explicados con sus fichas, esquemas y listados, se alternan con textos más narrativos donde se presentan los mecanismos desencadenantes de los conflictos individuales y sociales.
Excelente y revelador el capítulo sobre la ecuanimidad, la posibilidad de desarrollar un estado en que eres consciente pero imparcial, consciente y por ende libre de reacciones automáticas, para poder activar, cuando sea necesario, un modo de explorar el mundo sin preferencias, sustentado por una condición de fuerza y calma que, en cualquier contexto o en cualquier entorno, puede suponer una increíble mejoría para el bien-estar personal. Muy útiles también las indicaciones para usar el lenguaje de una forma sincera, asertiva, atenta y, sobre todo, inocua. Algo más ligeras, aunque no por ello menos necesarias, las secciones sobre la bondad (el deseo de que los demás sean felices) y la compasión (el deseo de que los demás no sufran), dos actitudes mentales que, por un lado, son éticas en relación con el resto del mundo, y, por otro, representan una garantía para poder desarrollar un nivel oportuno de satisfacción personal, valores individuales, y sentido de la vida. Estupendo el capítulo sobre la atención y sus dinámicas, cuyo título remite directamente a la consecuencia directa de su desarrollo: la sabiduría. Particularmente útil y pragmático es también el capítulo dedicado –disimuladamente– a los jhanas, los niveles elevados de concentración descritos en muchas tradiciones orientales que, en su tétrada más somática, se asocian a alegría, felicidad, satisfacción y calma. Un maravilloso libro de Leigh Brasington del 2015 (Right concentration, recién traducido al español) describió la práctica de los jhanas de una forma sumamente práctica y eficiente. Hanson la resume en unas pocas páginas, a través de una descripción escueta, pero, desde luego, muy concreta y eficaz.
Sin embargo, por lo menos en mi opinión, es demasiado general y borroso el capítulo sobre el yo, que acaba confundiéndose, como (casi) siempre, con el ego. Son interesantes las categorías de los diferentes yoes/egos involucrados, pero al no ofrecer definiciones concretas ni diferenciar entre los dos elementos, todo se puede interpretar de formas muy distintas, a veces incluso opuestas.
Sorprende (muy gratamente) el enfoque evolucionista a lo largo de toda la obra: Hanson recalca continuamente que el conjunto de emociones, descontrol y sufrimiento que azota la mente humana es producto de la selección natural, orientada al éxito evolutivo y no al bienestar psicológico individual. La idea de fondo es la misma de Por qué el budismo es verdad de Robert Wright, y de mi reciente La maldición del hombre mono. Así que la misión de cada uno de nosotros es complicada: se trata de deshacer un programa natural de millones de años, por lo menos en un grado que nos permita disfrutar de la vida sin complicárnosla demasiado. De todas formas, Hanson, como Wright, no entra en los detalles clave de los susodichos programas evolutivos; algunos conceptos son bastante caducos (desafortunadamente, sigue pululando el símil anacrónico del cerebro tripartito y «reptiliano»), y sobre todo se presenta erróneamente como criterio de criba evolutiva la supervivencia, desviando la atención de la verdadera diana selectiva: el éxito reproductivo y todas las obsesiones y compulsiones sociales que acarrea.
Como buen psicólogo positivo, el aspecto evolutivo al que más espacio dedica en el texto es el terrible sesgo negativo que llevamos dentro: damos muchísimo más peso a lo malo que a lo bueno, y esto amplifica considerablemente los miedos, las incertidumbres, las inseguridades, y hasta el odio y el rencor. Tenemos un simulador continuamente encendido que genera un sinfín de minipelículas, pasados y futuros posibles y probables, todos contaminados por un sesgo negativo que lo empapa todo de peligros, frustraciones, anhelos y compulsiones. Excelente la descripción de cómo este sesgo negativo termina por atascar la memoria implícita, es decir, aquellos recuerdos escondidos y subconscientes que poco a poco van moldeando nuestro carácter, reduciendo progresivamente nuestras posibilidades, desequilibrando nuestras emociones y programando nuestras reacciones automáticas según criterios que desde luego merman la calidad de vida y el bienestar, individual y colectivo.
Y es aquí donde entra en juego la alternativa de la psicología positiva, la psicología positiva de verdad, no la caricatura simplona que se sigue encontrando por ahí en muchas revistas y periódicos de ocio barato y que, por ignorancia, superficialidad, vaguería o corrupción de ideales la ridiculizan presentándola como una serie de sonrisas forzosas y atontadas frente al espejo de la vida. Pero la psicología positiva es otra cosa. De hecho, su principio es sencillo: si las emociones influyen sobre la bioquímica, los pensamientos y el comportamiento, podemos aprovechar esta misma relación en el sentido inverso. Es decir, podemos usar los pensamientos o el comportamiento para influir en la bioquímica de nuestro cuerpo (hormonas, neurotransmisores etc.), lo cual repercute automáticamente en nuestras emociones. Además, todos esos mecanismos naturales que nos cargan la mochila de lastres inútiles generan también círculos viciosos y muy tóxicos: nuestra bioquímica perturbada genera comportamientos y emociones negativas que tienen un efecto en nuestro entorno, lo cual repercute a su vez en aquella misma bioquímica, alterándola aún más, y el ciclo vuelve a empezar empeorando la situación a cada ronda. Es fundamental, pues, saber reconocer esta dinámica si queremos cortar por lo sano e interrumpir la avalancha, una retroalimentación nefasta que se puede desatar en minutos o en décadas, de forma aguda o crónica.
Hanson explica las bases biológicas de todo ello, pero no hay que olvidar que la práctica meditativa y la psicología positiva son empíricas y experimentales: aun sin comprender su funcionamiento, basta con ejecutar sus pautas, y verificar personalmente sus efectos en nuestro propio organismo. Junto a sus explicaciones neurobiológicas y psicológicas, Hanson presenta en cada capítulo ejemplos fáciles y esquemáticos de ejercicios, prácticas, o incluso eficientes truquillos mentales para empezar a entrenar con las situaciones de la vida, para empezar a tantear con una perspectiva distinta, y para empezar a observar lo que pasa, requisito necesario para luego ser más libres de decidir, en el abanico de nuestras respuestas cognitivas, qué acatar y qué no. Las prácticas beben evidentemente del mindfulness, el yoga, la respiración, los sentidos, y el cuerpo, elemento clave del sistema mental. Descubrir cómo encontrar un lugar seguro dentro de tu propia consciencia, cómo despertar tu energía metabólica y somática, cómo regular tu patrón respiratorio para intervenir en tus emociones, o cómo darle una vuelta racional a la tortilla para entender que las cosas no son precisamente como te empecinabas en interpretar, todas ellas son herramientas de un kit muy extenso que viene con las diferentes ramas de la filosofía budista, el desarrollo de la atención plena, las prácticas del zen, la perspectiva del yoga, y el consistente corpus de literatura científica asociada a las neurociencias contemplativas.
Por supuesto, es importante considerar que todo ello tiene un objetivo mucho más amplio de lo que se suele pensar: la indagación en las raíces del sufrimiento y el camino para desarrollar las habilidades cognitivas capaces de mitigarlo valen para todos los seres humanos, y no solamente para los que han pasado un umbral clínico o que tienen un diagnóstico médico. El éxito de las prácticas meditativas en medicina, hospitales y terapias está sesgando la percepción general sobre el desarrollo de una atención plena y consciente, y se tiende a pensar que se trata de algo que atañe solo a quienes están en una situación que ya no es tolerable. Y no es así: este es un grave error que puede limitar seriamente la interpretación y las aplicaciones de los recursos de la meditación. La indagación en las dinámicas del sufrimiento y el crecimiento personal tienen que ver con las catástrofes habituales de la vida cotidiana, con una condición humana natural y automática que afecta, en mayor o menor medida, a todos nosotros. Como el propio Hanson advierte, gran parte del sufrimiento es leve, pero crónico. Esto genera una condición que yo llamo de inflamación psicológica continua, incesante, y que inevitablemente merma nuestra calidad de vida. El problema es que una gran mayoría de las personas no son conscientes de esta condición, y piensan que reaccionar emocionalmente y de forma automática y compulsiva es «lo normal». De hecho, es lo normal, lo natural, pero hay que saber que existen alternativas, desde luego más sanas. La piscología positiva y la meditación ofrecen la posibilidad de conocer estas alternativas, y de poder alterar los automatismos de un simio inteligente pero esclavo de sus reacciones emocionales y de sus pensamientos descontrolados.
El libro acaba con un apéndice dedicado a la neuroquímica nutricional, escrito por su esposa Jan Hanson. Es un apartado bastante técnico y esquemático, muy útil y preciso, y nos recuerda que el crecimiento personal no acaba con el cerebro: hay que cuidar también el cuerpo y el entorno. Este sistema nervioso que cultivamos necesita nutrientes y vitaminas, y a la vez no le conviene saturarse de contaminantes alimenticios. Lo cual a mí me lleva una vez más a las teorías sobre extensión cognitiva: la mente, o sea la cognición, no es el producto del cerebro, sino un proceso, que implica una relación entre cerebro, cuerpo y ambiente. Este ambiente incluye el flujo de energía de los alimentos, pero también el estado metabólico del cuerpo, sus sentidos, su vigor, el entorno físico en que nos movemos y percibimos y, por supuesto, el entorno social en que nos relacionamos. De hecho, puede que no sirva de mucho entrenarse en pensamiento positivo si uno sigue alimentándose de basura, viviendo en un ambiente química o sensorialmente contaminado, o intentando desarrollarse en un contexto socialmente tóxico. Como decía Santiago Ramón y Cajal, todos podemos ser escultores de nuestro propio cerebro, pero eso no excluye que para hacer un buen trabajo necesitemos una buena materia prima, competencias, sosiego, y un taller bonito y bien equipado donde poder dedicarnos a revelar, bajo muchas capas de piedra, nuestro verdadero yo. O, como mínimo, un ego que sepa representarlo dignamente.