Jan 10
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Gustavo Diez
Hormesis | El estrés no es tan malo como parece
Cómo el estrés controlado puede hacerte más fuerte
Es mediodía, un día de diciembre. Una heladora brisa sopla en un muelle de Copenhague. Un puñado de personas en albornoz se acercan al borde del agua. Sin vacilar, se quitan el único abrigo que llevan. Entre risas y suspiros estimulantes se sumergen en las frías aguas del mar, que en invierno no supera los 5 grados de temperatura.
Los baños helados se han vuelto una práctica social muy común en los países escandinavos. Es un claro ejemplo del famoso dicho "lo que no te mata te hace mas fuerte". Hoy hablamos de hormesis. Un término acuñado en la década de 1940 en el campo de la toxicología para describir un fenómeno mediante el cual una sustancia produce efectos beneficiosos a dosis bajas, pero puede ser perjudicial o tóxica en dosis altas. Pero la hormesis no se limita a la toxicología. Es igualmente relevante en muchos otros contextos, y especialmente en la medicina del estilo de vida.
Cada vez hay mas pruebas de que el estrés corporal producido por el ayuno, los baños de aguas frías, el ejercicio físico o el entrenamiento en apnea, tiene un efecto extraordinario en nuestra salud. De igual forma, las dificultades que afrontamos cada día también pueden ser un estímulo saludable para nuestro cerebro. Todo depende de la dosis, la tolerancia que tengamos y la habituación o el entrenamiento que llevemos a cabo.
A finales de los años 90, Sabino Padilla, médico deportivo y biólogo teórico, advertía de los estragos en la salud de un estilo de vida sedentaria. El tiempo lo confirmó. Padilla ofrece una perspectiva inspiradora y basada en la evolución natural del ser humano, y de cómo, el estilo de vida que tenemos ahora, puede estar detrás de los grandes problemas que afrontamos.
Volviendo a Copenhague. Susanna Søberg, una científica experta en metabolismo, ha llevado a cabo un estudio con nadadores de aguas frías. Los resultados son fascinantes. El entrenamiento en agua fría genera una activación de la grasa parda con un consiguiente aumento de la temperatura del cuerpo. ¿Pero, qué es la grasa parda y por qué es tan importante para la salud?
Hasta hace unos años se creía que la grasa parda solo la tenían los niños. A diferencia de la grasa blanca, la grasa parda tiene muchas mitocoondrias (la fábrica de energía de la célula). La grasa parda tiene la capacidad de procesar mucha grasa consiguiendo un aumento de la temperatura en el cuerpo.
Aumentar la cantidad de grasa parda en el cuerpo, o activar la grasa parda que ya se tiene, puede aumentar la cantidad de calorías que se queman en reposo, ayudando a controlar el peso y a prevenir la obesidad.
Además, algunas investigaciones sugieren que la grasa parda podría desempeñar un papel en la regulación de la glucosa en sangre, lo que podría ser relevante para la prevención y el control de la diabetes. ¿Sabías que en España hay un 13.8% de la población con diabetes? ¿Y que otro 12.6% tienen pre-diabetes? Estos datos son preocupantes, también por la enorme relación que hay entre la diabetes y los trastornos mentales, ya que, tener diabetes aumenta por 3 la posibilidad de tener trastornos de ansiedad o depresión.
Hoy en día se sabe que la exposición al frío, ya sea mediante los baños de aguas frías, o dormir a menos de 18 grados, generan grasa parda en el cuerpo.
Estudios previos indican que sumergirse en agua fría incrementa la dopamina en un 250%. La dopamina es reconocida como la hormona relacionada con el bienestar y tiene un papel importante en la regulación del estado de ánimo.
Para las personas que luchan con la ansiedad o simplemente sienten que carecen de control, enseñar al cuerpo y a la mente que pueden enfrentar situaciones difíciles, como nadar en agua fría, y mantener la calma, puede ser algo decisivo. Quizás por ello muchos estudios, como los de la doctora Søberg, han encontrado que las personas que se bañaban regularmente en aguas frías tenían niveles más bajos de estrés y un mayor bienestar en comparación con aquellos que no lo hacían.
La naturaleza es sabia. Ante la exposición de estresores asumibles, nuestra fisiología se fortalece. Estos principios horméticos también se aplican a muchas otras circunstancias de nuestro estilo de vida. Por ejemplo, un estudio del año pasado llegó a la conclusión de que tener niveles bajos o moderados de estrés pueden ayudar a las personas a desarrollar resiliencia y reducir el riesgo de desarrollar trastornos de salud mental.
La U invertida ilustra la dinámica de los beneficios y perjuicios del estrés y más generalmente del principio de la hormesis. Muchos índices neurobiológicos reflejan esta propiedad, evidenciando que un estrés moderado (equivalente a 10-20 µg dl-1) trae beneficios y es saludable. En contraposición, la falta total de estrés y un estrés más severo y prolongado que lo moderadamente estimulante, dañan los mismos índices neurobiológicos. Se siente la ausencia de estrés como subestimulante, el exceso como sobreestimulante y por ende estresante.
El estrés, cuando es manejable tiene el potencial de generar cambios adaptativos que hacen a la persona más capaz. El estrés que surge al estudiar para un examen, prepararse para una importante reunión de trabajo o dedicar más horas para un proyecto en marcha, puede llevar al crecimiento personal.
Los baños de agua fría son una poderosa metáfora para enfrentar el estrés diario. Al igual que sumergirse en agua fría puede resultar intenso, las situaciones intensas que vivimos a diario pueden ser comparables. Si queremos aclimatarnos al agua fría o a las situaciones estresantes, podríamos tomar en consideración los siguientes 4 pasos:
- Respiración controlada: Al entrar en agua fría, es natural tener una respuesta de shock que puede incluir hiperventilación. Practicar técnicas de respiración, haciendo respiraciones profundas y conscientes, ayuda a manejar esta respuesta y acostumbrar al cuerpo al frío. De la misma manera, no olvidar de respirar ante las adversidades de todos los días es crucial para lidiar con el estrés.
- Mentalización positiva: Mantener una actitud positiva y centrarte en los beneficios de la aclimatación al agua fría puede ayudarte a mantener la motivación. De manera similar, el afrontamiento activo del estrés a menudo implica cambiar la forma en que percibimos las situaciones estresantes, viéndolas como desafíos en lugar de amenazas.
- Autoconsciencia y cuidado: Si sientes demasiado frío, dolor, o síntomas de hipotermia (como piel pálida o azulada, confusión, somnolencia, etc.) sal del agua y caliéntate. Del mismo modo, es importante monitorear tus niveles de estrés y cuidarte, por ejemplo, buscando apoyo social, durmiendo lo suficiente, y tomando tiempo para relajarte.
- Consistencia y regularidad: La adaptación al agua gélida requiere tiempo y exposiciones regulares al agua fría. Igualmente, el manejo efectivo del estrés a menudo requiere prácticas consistentes y regulares, como el ejercicio, la meditación, etc.
Para ampliar tu entendimiento sobre este tema y su relevancia en nuestras vidas, te proponemos esta entrevista con Sabino Padilla
Vivimos inmersos en una ilusión: la creencia de que somos los autores de nuestros propios pensamientos. Este espejismo nos acompaña, llevándonos a asumir que podemos controlar, dirigir y, en última instancia, dominar nuestra actividad mental. Es cierto que podemos influir en el cauce de nuestros pensamientos, pero la mayor parte del tiempo, el pensamiento surge por sí mismo, de forma espontánea, sin necesidad de que lo invoquemos. Pero… ¿Por qué es así?
Si el pensamiento es, en efecto, un proceso tan natural y desbordante, ¿por qué no podemos simplemente apagar el cerebro cuando no necesitamos realizar una tarea concreta? A menudo, consideramos que la actividad cerebral está vinculada directamente al pensamiento consciente, a nuestra capacidad para realizar acciones o resolver problemas. Pero lo que ocurre en realidad es que el cerebro está siempre activo, incluso cuando no estamos comprometidos en ninguna acción específica. Es un órgano que nunca se detiene, como le pasa al corazón.
Hasta bien entrado el siglo XXI, los investigadores estaban interesados principalmente en funciones específicas del cerebro: la memoria, la percepción, la atención, entre otras. Los estudios se centraban en realizar tareas específicas para observar cómo respondía el cerebro a diferentes estímulos. Pero durante mucho tiempo, se pasó por alto un aspecto crucial: el pensamiento espontáneo: ese flujo incontrolado de ideas que nos asalta en los momentos en los que no estamos enfocados en un objetivo particular.
A finales de los 90 y principios de los 2000, los científicos empezaron a darse cuenta de algo fascinante: incluso cuando el cerebro no está realizando ninguna tarea concreta, sigue mostrando una gran actividad. Esto llevó a un cambio de paradigma. Ya no se trataba solo de estudiar cómo el cerebro funcionaba mientras resolvía problemas o percibía el mundo, sino de explorar qué hacía cuando no estaba ocupado con nada en particular.
Una de las investigadoras pioneras en este campo es Kalina Christoff, una experta en lo que ahora llamamos “pensamiento espontáneo”. Nacida en Bulgaria y actualmente profesora en la Universidad de Columbia Británica, en Vancouver, Kalina ha dedicado su carrera a investigar cómo y por qué el cerebro genera pensamientos espontáneos. Tuve la suerte de conocerla en una serie de conferencias sobre neurociencia de la meditación organizadas por Upaya. Su trabajo ha revelado que el pensamiento espontáneo no es una rareza, sino una constante en nuestra experiencia mental. Incluso ahora, mientras lees estas palabras, tu cerebro podría estar generando otros pensamientos que tienen relación parcial con el contenido de este texto. Es inevitable, es parte de nuestra naturaleza.
El pensamiento espontáneo se vuelve más evidente cuando no estamos orientados hacia una tarea concreta. Para entender mejor este fenómeno, podemos imaginar un eje, en cuyo extremo derecho se encuentra el pensamiento restringido, y en el extremo izquierdo, el pensamiento completamente libre. Cuando estamos concentrados en una tarea específica, el pensamiento está restringido a un canal muy estrecho. Por ejemplo, si estamos resolviendo un problema matemático complejo, nuestra mente se enfoca en los elementos relevantes para esa tarea. Este tipo de dinámica cognitiva se conoce como “pensamiento orientado a un objetivo”.
Imaginemos que hemos pasado una hora concentrados en resolver ese problema matemático y luego salimos a dar un paseo. De repente, el cauce de nuestro pensamiento, antes estrecho, se expande. Comenzamos a pensar en otras cosas: la charla que tuvimos con un amigo, lo que tenemos que hacer al día siguiente, o alguna idea creativa que nos viene de la nada. Una solución diferente al problema que antes enfrentábamos de forma concentrada. Este es el terreno del “pensamiento creativo”. Es un tipo de pensamiento menos restringido que el orientado a un objetivo, pero aún conectado con nuestras preocupaciones y tareas del día. A veces, en este estado más relajado, encontramos soluciones inesperadas a los problemas que no logramos resolver cuando estábamos intensamente concentrados.
A medida que el día avanza y dejamos de lado las obligaciones, el pensamiento se vuelve aún más libre. Al conducir de vuelta a casa después de un día largo, nuestra mente comienza a divagar. Nos asaltan pensamientos sobre lo que hicimos, o lo que dejaremos para mañana, la conversación que tuvimos en el trabajo o la duda sobre si tomamos la decisión correcta. Es en este estado de divagación mental, conocido como “mind-wandering”, donde el pensamiento es aún más espontáneo, fluido, sin dirección fija.
Este tipo de pensamiento está compuesto de diferentes elementos: por un lado, hay contenido episódico, es decir, relatos sobre lo que ocurrió o lo que podría ocurrir. Por otro, está el contenido semántico, que le da significado a esos pensamientos. Y en el centro de todo, está el “yo”. El ego es el hilo conductor que atraviesa todos nuestros pensamientos. Cada pensamiento está relacionado con nosotros: nuestros miedos, nuestros deseos, nuestras proyecciones. Un pensamiento sobre algo que podríamos perder nos causa ansiedad porque somos nosotros los que lo perdemos. Un pensamiento sobre algo que podríamos ganar nos genera deseo, porque somos nosotros los que lo ganamos. Este hilo constante del yo une todo el contenido de nuestra vida mental.
Por la noche, después de todo un día de pensamiento orientado, creativo y espontáneo, nos acostamos y caemos en el sueño. Durante las primeras fases de sueño profundo, las ondas cerebrales son lentas y rítmicas, pero después aparece una fase especial: el sueño REM. En este estado, las ondas cerebrales se vuelven rápidas, y la actividad en algunas regiones del cerebro puede superar la de la vigilia. Es en el sueño REM donde soñamos, otra forma de cognición que implica aún menos restricción que la divagación mental. En los sueños, el contenido de nuestra mente se libera completamente, mezclando lo real con lo imaginario, lo vivido con lo inventado.
Sabemos que el sueño REM es esencial para nuestra salud mental. En un estudio, se expuso a dos grupos de participantes a imágenes emocionales en dos momentos distintos, con 12 horas de diferencia. Al primer grupo se le mostró las imágenes por la mañana y por la noche del mismo día, mientras que al segundo grupo se le permitió dormir entre ambas exposiciones. Los resultados mostraron que aquellos que habían dormido experimentaron una menor activación de la amígdala —una de las regiones del cerebro implicadas en el procesamiento de emociones como la amenaza— cuando volvieron a ver las imágenes. Parece que durante el sueño REM, los contenidos emocionales que hemos vivido durante el día se recrean, y en este entorno, se produce una especie de desacoplamiento entre el recuerdo y la emoción. El REM, en este sentido, actúa como un terapeuta interno, ayudándonos a procesar las emociones y reducir su impacto negativo. No es casualidad que las alteraciones en el sueño REM estén presentes en trastornos como la depresión.
El pensamiento espontáneo, la divagación y el sueño REM nos revelan algo fundamental: el cerebro nunca está quieto. Lo hace incluso cuando no lo necesitamos, incluso cuando no lo pedimos. Este es uno de los grandes misterios de la mente humana, y entenderlo es clave para comprendernos a nosotros mismos.
Existe una segunda dimensión del pensamiento que es más compleja, más oscura, y más difícil de entender: la rumiación.
Si el pensamiento es, en efecto, un proceso tan natural y desbordante, ¿por qué no podemos simplemente apagar el cerebro cuando no necesitamos realizar una tarea concreta? A menudo, consideramos que la actividad cerebral está vinculada directamente al pensamiento consciente, a nuestra capacidad para realizar acciones o resolver problemas. Pero lo que ocurre en realidad es que el cerebro está siempre activo, incluso cuando no estamos comprometidos en ninguna acción específica. Es un órgano que nunca se detiene, como le pasa al corazón.
Hasta bien entrado el siglo XXI, los investigadores estaban interesados principalmente en funciones específicas del cerebro: la memoria, la percepción, la atención, entre otras. Los estudios se centraban en realizar tareas específicas para observar cómo respondía el cerebro a diferentes estímulos. Pero durante mucho tiempo, se pasó por alto un aspecto crucial: el pensamiento espontáneo: ese flujo incontrolado de ideas que nos asalta en los momentos en los que no estamos enfocados en un objetivo particular.
A finales de los 90 y principios de los 2000, los científicos empezaron a darse cuenta de algo fascinante: incluso cuando el cerebro no está realizando ninguna tarea concreta, sigue mostrando una gran actividad. Esto llevó a un cambio de paradigma. Ya no se trataba solo de estudiar cómo el cerebro funcionaba mientras resolvía problemas o percibía el mundo, sino de explorar qué hacía cuando no estaba ocupado con nada en particular.
Una de las investigadoras pioneras en este campo es Kalina Christoff, una experta en lo que ahora llamamos “pensamiento espontáneo”. Nacida en Bulgaria y actualmente profesora en la Universidad de Columbia Británica, en Vancouver, Kalina ha dedicado su carrera a investigar cómo y por qué el cerebro genera pensamientos espontáneos. Tuve la suerte de conocerla en una serie de conferencias sobre neurociencia de la meditación organizadas por Upaya. Su trabajo ha revelado que el pensamiento espontáneo no es una rareza, sino una constante en nuestra experiencia mental. Incluso ahora, mientras lees estas palabras, tu cerebro podría estar generando otros pensamientos que tienen relación parcial con el contenido de este texto. Es inevitable, es parte de nuestra naturaleza.
El pensamiento espontáneo se vuelve más evidente cuando no estamos orientados hacia una tarea concreta. Para entender mejor este fenómeno, podemos imaginar un eje, en cuyo extremo derecho se encuentra el pensamiento restringido, y en el extremo izquierdo, el pensamiento completamente libre. Cuando estamos concentrados en una tarea específica, el pensamiento está restringido a un canal muy estrecho. Por ejemplo, si estamos resolviendo un problema matemático complejo, nuestra mente se enfoca en los elementos relevantes para esa tarea. Este tipo de dinámica cognitiva se conoce como “pensamiento orientado a un objetivo”.
Imaginemos que hemos pasado una hora concentrados en resolver ese problema matemático y luego salimos a dar un paseo. De repente, el cauce de nuestro pensamiento, antes estrecho, se expande. Comenzamos a pensar en otras cosas: la charla que tuvimos con un amigo, lo que tenemos que hacer al día siguiente, o alguna idea creativa que nos viene de la nada. Una solución diferente al problema que antes enfrentábamos de forma concentrada. Este es el terreno del “pensamiento creativo”. Es un tipo de pensamiento menos restringido que el orientado a un objetivo, pero aún conectado con nuestras preocupaciones y tareas del día. A veces, en este estado más relajado, encontramos soluciones inesperadas a los problemas que no logramos resolver cuando estábamos intensamente concentrados.
A medida que el día avanza y dejamos de lado las obligaciones, el pensamiento se vuelve aún más libre. Al conducir de vuelta a casa después de un día largo, nuestra mente comienza a divagar. Nos asaltan pensamientos sobre lo que hicimos, o lo que dejaremos para mañana, la conversación que tuvimos en el trabajo o la duda sobre si tomamos la decisión correcta. Es en este estado de divagación mental, conocido como “mind-wandering”, donde el pensamiento es aún más espontáneo, fluido, sin dirección fija.
Este tipo de pensamiento está compuesto de diferentes elementos: por un lado, hay contenido episódico, es decir, relatos sobre lo que ocurrió o lo que podría ocurrir. Por otro, está el contenido semántico, que le da significado a esos pensamientos. Y en el centro de todo, está el “yo”. El ego es el hilo conductor que atraviesa todos nuestros pensamientos. Cada pensamiento está relacionado con nosotros: nuestros miedos, nuestros deseos, nuestras proyecciones. Un pensamiento sobre algo que podríamos perder nos causa ansiedad porque somos nosotros los que lo perdemos. Un pensamiento sobre algo que podríamos ganar nos genera deseo, porque somos nosotros los que lo ganamos. Este hilo constante del yo une todo el contenido de nuestra vida mental.
Por la noche, después de todo un día de pensamiento orientado, creativo y espontáneo, nos acostamos y caemos en el sueño. Durante las primeras fases de sueño profundo, las ondas cerebrales son lentas y rítmicas, pero después aparece una fase especial: el sueño REM. En este estado, las ondas cerebrales se vuelven rápidas, y la actividad en algunas regiones del cerebro puede superar la de la vigilia. Es en el sueño REM donde soñamos, otra forma de cognición que implica aún menos restricción que la divagación mental. En los sueños, el contenido de nuestra mente se libera completamente, mezclando lo real con lo imaginario, lo vivido con lo inventado.
Sabemos que el sueño REM es esencial para nuestra salud mental. En un estudio, se expuso a dos grupos de participantes a imágenes emocionales en dos momentos distintos, con 12 horas de diferencia. Al primer grupo se le mostró las imágenes por la mañana y por la noche del mismo día, mientras que al segundo grupo se le permitió dormir entre ambas exposiciones. Los resultados mostraron que aquellos que habían dormido experimentaron una menor activación de la amígdala —una de las regiones del cerebro implicadas en el procesamiento de emociones como la amenaza— cuando volvieron a ver las imágenes. Parece que durante el sueño REM, los contenidos emocionales que hemos vivido durante el día se recrean, y en este entorno, se produce una especie de desacoplamiento entre el recuerdo y la emoción. El REM, en este sentido, actúa como un terapeuta interno, ayudándonos a procesar las emociones y reducir su impacto negativo. No es casualidad que las alteraciones en el sueño REM estén presentes en trastornos como la depresión.
El pensamiento espontáneo, la divagación y el sueño REM nos revelan algo fundamental: el cerebro nunca está quieto. Lo hace incluso cuando no lo necesitamos, incluso cuando no lo pedimos. Este es uno de los grandes misterios de la mente humana, y entenderlo es clave para comprendernos a nosotros mismos.
Existe una segunda dimensión del pensamiento que es más compleja, más oscura, y más difícil de entender: la rumiación.
Escrito por Gustavo Diez
Fundador y director de Nirakara
Físico Teórico (UAM). Máster en Neurociencia (UAB). Máster en Inteligencia Artificial (UPM). TDI en el Centro de Mindfulness de la Universidad de Massachusetts. Investigador y profesor de Intervenciones basadas en Mindfulness y estilo de vida.
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