Granularidad
La granularidad es la riqueza que podemos sentir en las experiencias subjetivas. El espectro de matices emocionales que podemos detectar en nosotros mismos y en los demás. A más granularidad, más riqueza de percepciones. En el libro de Lisa Feldman Barrett - La Vida Secreta Del Cerebro, se dice: en un extremo, una persona con muy poca granularidad, diferenciaría pocos estados internos. Por ejemplo, estar bien, estar mal, o, agradable, desagradable. Su vida sentimental se reduciría a esos dos estados posibles.
En el extremo opuesto podría estar un poeta, una persona con una refinada sensibilidad que es capaz de percibir una gama extraordinaria de sentimientos. En una serie de estudios científicos, liderados por Lisa Feldman Barret, se comprobó que las personas con más granularidad eran un 30% más flexibles a la hora de regular sus emociones, menos propensas a tener adicciones y tenían mayor resiliencia al estrés. Es lógico, el cerebro tiene más información para predecir, categorizar y percibir las emociones, lo que le proporciona las herramientas para dar respuestas más flexibles y útiles.
En el extremo opuesto podría estar un poeta, una persona con una refinada sensibilidad que es capaz de percibir una gama extraordinaria de sentimientos. En una serie de estudios científicos, liderados por Lisa Feldman Barret, se comprobó que las personas con más granularidad eran un 30% más flexibles a la hora de regular sus emociones, menos propensas a tener adicciones y tenían mayor resiliencia al estrés. Es lógico, el cerebro tiene más información para predecir, categorizar y percibir las emociones, lo que le proporciona las herramientas para dar respuestas más flexibles y útiles.
Aumentar la granularidad
Hay dos procesos claves para aumentar la granularidad. El primero, podría ser llamado "indagación", el segundo, "descripción".
La indagación está guiada por la curiosidad. La curiosidad es una emoción que surge en la ausencia, una falta de comprensión que, lejos de ser amenazante, moviliza al organismo hacia la acción. La curiosidad impulsa interacciones, diálogos, reflexiones, miradas, movimientos y preguntas. Embriagados de curiosidad, nos volvemos activos, interactuando con el entorno en busca de conocimiento. Nos hacemos preguntas y formulamos hipótesis, que nos estimulan y nos nutren de algún modo. Esa búsqueda constante da sentido a la vida: la percepción se flexibiliza, el cuerpo se llena de energía, y el cerebro pone a prueba lógicas, argumentos y relatos personales.
La curiosidad es más poderosa que la necesidad de seguridad. Más primaria que la moral o la ética, porque no pertenece solo al dominio humano. Los gatos, las ardillas, las cigüeñas o los zorros pueden arriesgar su vida impulsados por la curiosidad. La curiosidad puede derribar paradigmas, mitos y civilizaciones: ¿acaso no fue la curiosidad la que llevó a Galileo a cuestionar el movimiento de los astros? ¿O la que condujo a Darwin a imaginar un origen diferente para el hombre? ¿O la que, en última instancia, condujo a la muerte de Hipatia? La curiosidad utiliza preguntas para abrir grietas, pero también construye nuevas visiones del mundo.
El mundo es orgánico. La idea de “mundo” cambia con los años; si no cambia, si la curiosidad está ausente, el mundo se vuelve cerrado y opaco, pierde su capacidad de nutrir o saciar. Deja de alimentar una mente que necesita seguir construyendo. La mente, si no crece, se marchita.
El cerebro despliega su potencial con el misterio. Se embriaga de curiosidad y activa conexiones que le servirán, en el futuro, para entender la realidad de formas más "ricas" y diversas. Los ladrillos de la realidad están formados por ideas, percepciones y emociones. A más diversidad, mayor riqueza. Si dejamos que la atención sea automática, el mundo devendrá conocido y aburrido para nuestro cerebro. Pero si nos entrenamos en captar detalles nuevos, la realidad se convierte en algo abierto, interesante, que a su vez, estimulará al cerebro en seguir profundizando en su diversidad. La realidad no tiene píxeles. Siempre hay más detalles por conocer, aunque parezca que hemos exprimido todo lo posible sobre un determinado asunto.
Elije un objeto cercano: una planta o cualquier cosa que tengas a tu alcance. Pon un cronómetro. Observa durante 5 minutos. No solemos observar durante tanto tiempo. No tengas miedo al aburrimiento. O la sensación de tedio que supone observar algo que aparenta ser conocido. Si persistes durante 5 minutos en la observación de ese objeto, podrás detectar detalles que previamente pasaban desapercibidos. Puedes profundizar en él "infinitamente". Lo mismo podría ocurrir en una conversación. O cuando reflexionas sobre algo pequeño. Si somos capaces de captar los infinitos detalles del otro, la conversación será significativa. El cerebro estará volcado en captar palabras, gestos, posturas, tonos. Una gama asombrosamente granularizada de experiencias. Eso es lo que diferencia una escucha atenta: un cerebro despierto y activo, de una escucha automática y parcial.
Asociada a la indagación, como segunda clave, está la capacidad de poner palabras. De utilizar el lenguaje de forma constructiva para dotar de mayor significado el mundo. Los niños pequeños, que aún no han desarrollado una representación de las emociones tan compleja como los adultos, utilizan "triste" y "enfadado" indistintamente.
En el otro extremo, podría estar Annie Dillard:
En el otro extremo, podría estar Annie Dillard:
“Hay una quietud en el bosque de la que uno puede formar parte, si se queda allí lo suficiente. Los árboles se cierran a mi alrededor, y la sensación de espacio y tiempo se diluye en una especie de ahora eterno. Puedo escuchar el movimiento de cada insecto, el crujir de las hojas cuando una brisa apenas las toca, y en cada partícula de este espacio hay vida. Me siento como si hubiera entrado en el aliento del bosque, una exhalación verde y suave que me envuelve. No hay nada que no pertenezca aquí; cada roca, cada brizna de hierba es un signo de vida, un mundo en sí mismo que construye el conjunto de este espacio habitado.”
La palabra es física. Cada pensamiento que formulamos es una manifestación de procesos electroquímicos, moleculares y atómicos que aún no comprendemos del todo. La palabra es física porque su origen es orgánico e interactúa con todo. Se proyecta fuera del cuerpo en el acto de pronunciarla, y su sonido conquista la carne de otros, generando respuestas de agitación, miedo, sorpresa, duda, entusiasmo. La palabra es física porque crea futuros, porque impulsa el movimiento de las manos en la creación de nuevos instrumentos imaginados. La palabra es íntima. Da forma a las proyecciones, a los recuerdos y también a los relatos que componen quién soy y quién soy para el mundo. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” decía Wittgenstein. Es decir, el lenguaje estructura el alcance de nuestra realidad.
El mundo no es, en sí, intrínsecamente lingüístico; nuestra comprensión de él, sin embargo, depende de los conceptos y estructuras que el lenguaje nos brinda. El lenguaje crea, pero a la vez, oculta. Es a través del lenguaje que intentamos nombrar lo que, en el fondo, se escapa. El lenguaje es limitado. No por esta lengua castellana, o por el chino o el esperanto. Ningún lenguaje creado podría cubrir la totalidad de la experiencia. No es posible describir la belleza, el placer o el dolor vívido en el cuerpo en su totalidad. La experiencia puede ser descrita y comprendida, pero en sí misma, es indecible.
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