La vida exige afrontar cambios y conflictos; no existe organismo que no deba transformarse para adaptarse al entorno cambiante. Algunos cambios fluyen con facilidad, sin necesidad de demasiada reflexión: mudarnos a un hogar más confortable, recibir un aumento de sueldo o disfrutar de una mejora que simplifica la vida. Estos cambios que, a priori percibimos como positivos, son a los que nos adaptamos con rapidez porque nos ofrecen algo deseado.
Sin embargo, no todos los cambios son así de sencillos. Hay situaciones que exigen más de nosotros: asumir un nuevo puesto de trabajo, aprender un proceso diferente en el manejo de tareas o aceptar responsabilidades que generan mayor preocupación. Estos cambios, aunque necesarios, suelen traer consigo un estrés que muchas veces no conocemos en toda su magnitud; reconocemos sólo sus manifestaciones más visibles.
Aun así, los seres vivos poseemos una capacidad de adaptación extraordinaria. Incluso en circunstancias difíciles, podemos responder de formas que no solo nos permiten superar el estrés, sino también salir fortalecidos. Este proceso, conocido como resiliencia o crecimiento ante el cambio, nos transforma al afrontar con valentía los retos de la vida.
Pero no siempre es así. Cuando el estrés nos desborda, el desgaste puede ser profundo. Afecta no solo a nuestra salud física y mental, sino también a nuestras relaciones. En esos casos, el conflicto no resuelto genera una sensación de estancamiento, donde las emociones negativas y los síntomas del estrés erosionan nuestro bienestar.
Esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿qué distingue a una persona que, ante un cambio impuesto, crece y se fortalece, de otra que queda atrapada en un estrés incapacitante? ¿Qué nos pasa ante un cambio sobrevenido?
Para comprender mejor el proceso del cambio podemos utilizar el modelo de Claes Janssen. Este modelo describe el cambio como un proceso dividido en cuatro estados, que denominaremos “habitaciones”. La primera habitación representa el estado de “satisfacción” (contentment), caracterizado por la estabilidad. La persona vive su rutina sin alteraciones, con una percepción clara de lo que ocurrirá después. Es un estado funcional en el que las acciones y expectativas están alineadas. Sin embargo, esta estabilidad no es permanente. La irrupción de lo inesperado es inevitable.
Los mitos y relatos universales reflejan este tránsito. Circe, hija del titán Helios, vivía protegida en el palacio de su padre. Ella tiene un rol definido, expectativas claras y un entorno controlado, que podría interpretarse como un equivalente mitológico a la estabilidad psicológica de la primera habitación de Jenssen. Sin embargo, este estado también tiene un componente latente de vulnerabilidad: una falta de preparación para lo inesperado. La estabilidad prolongada puede disminuir nuestra flexibilidad para adaptarnos a cambios inevitables. Esto es algo que Janssen identifica como el momento previo al desequilibrio.
Circe descubre su capacidad mágica para alterar la realidad. Su poder es enorme. Su habilidad para transformar mortales en dioses genera el rechazo de los dioses del Olimpo, quienes perciben una amenaza a su autoridad. Como Circe era inmortal, la destierran a la isla de Eea. Este destierro representa el paso de la primera habitación a la segunda, que Janssen denomina “negación” (denial).
La negación es el estado que emerge tras el impacto de un cambio inesperado. La mente, en este punto, se enfrenta a una contradicción: lo que solía ser estable ha sido alterado. Este choque activa respuestas emocionales intensas, como el miedo, la ira o la frustración, que son procesadas por circuitos cerebrales primitivos, como la amígdala. Estas respuestas están diseñadas para enfrentar amenazas inmediatas, pero cuando el cambio es sostenido, pueden generar un estado de bloqueo. En este estado, las personas buscan culpables externos, son invadidas por pensamientos de queja y resistencia ante la nueva realidad, como si esa actividad mental les devolviera, de alguna forma, a las circunstancias anteriores. Pero, sorpresa… la resistencia o la evitación de las circunstancias no altera la realidad. Quedarse atrapado en esta etapa agota los recursos psicológicos y puede llevar al estrés crónico.
El aislamiento de Circe en Eea simboliza este momento. Expulsada de su entorno, se enfrenta a su rabia por los dioses del olimpo y su propio padre. Todos la abandonaron. Nadie acude en su ayuda. Permaneció en la negación durante algunas estaciones consumiendo sus energías en una lucha inútil contra lo inevitable.
Y podría haber estado una eternidad, en un círculo sempiterno de resentimiento, reproches, culpabilidad y un sentimiento de inferioridad e indefensión. De hecho, esa puede ser una posibilidad; muchas personas se estancan durante largo tiempo envenenándose con sus propios efluvios. Pero hay un momento clave en esta habitación que puede desbloquear el proceso: el reconocimiento de que no todo está bajo nuestro control. Pues la resistencia es un intento de recuperar el estado anterior, en la falsa esperanza de que uno puede controlar las situaciones.
Este reconocimiento de la pérdida de control abre una puerta a otra habitación, pero aún no ha alcanzado un sentido de dirección o estabilidad. No es una habitación cómoda, se llama la habitación del caos, pero es un paso previo y necesario para reorientar nuestras energías emocionales. El caos se define por una pérdida de las estructuras previas, tanto externas como internas, y puede ser un período profundamente incómodo. La persona aún se encuentra en un estado de confusión sobre cómo avanzar. Las emociones predominantes pueden incluir la inseguridad, la ansiedad y, a veces, un sentido de vacío, ya que las antiguas certezas han sido desmanteladas. Hay un punto crucial en este estado: la certeza de que el estado anterior, la comodidad percibida antes del cambio, es imposible de alcanzar. A pesar de su incomodidad, el caos puede ser el comienzo de un proceso de adaptación y crecimiento. Es aquí donde las preguntas clave sobre el cambio comienzan a surgir, aunque las respuestas aún no sean claras.
Ese fue un paso crucial para Circe. En la casa de su padre vivía a la sombra del gran dios del sol. Era una diosa secundaria, un personaje sin autonomía y con un destino confuso. En la isla de Eea, pasó un tiempo de caos, el tiempo necesario para cruzar el gran punto de inflexión de todo proceso de cambio: el pasado no volverá, es clave mirar al futuro y seguir adelante. Pero, ¿quién soy yo en ese futuro? La fase del caos es la fase de desintegración que precede a una reestructuración del yo.
Circe encontró su poder en la reclusión, en vez de suponer un exilio y una vida aislada. Su mayor castigo, fue su mayor oportunidad de crecimiento. Utilizó el tiempo en soledad para refinar sus artes mágicas y ayudó a otros en sus aventuras, como Odiseo, Jasón o Medea.
El obstáculo es el camino.
Es posible quedar atrapado en la desesperanza, la queja o el resentimiento, pero también se puede crecer. Es indispensable una actitud activa: los obstáculos se pueden utilizar como un camino de descubrimiento, un revulsivo del crecimiento personal.
Tolerancia ante la incomodidad.
La respuesta más común ante la incomodidad es la evitación experiencial: un intento de esquivar pensamientos, emociones o sensaciones desagradables que, paradójicamente, alimenta y prolonga el sufrimiento. La clave para romper este ciclo está en cultivar la flexibilidad psicológica: aceptar la incomodidad como parte inevitable de la experiencia humana y actuar en sintonía con los propios valores. Por ejemplo, una persona puede evitar enfrentar un conflicto en el trabajo, aliviando temporalmente su ansiedad. Sin embargo, esta evasión no resuelve el problema, sino que lo amplifica, creando un malestar aún mayor a largo plazo.
La última habitación se denomina renovación (renewal). La persona logra integrar el cambio, recuperando estabilidad y orientándose hacia un nuevo equilibrio; el inicio de una nueva fase de vida en la que las lecciones aprendidas permiten avanzar con mayor claridad y fortaleza. La persona deja de resistirse al cambio y acepta plenamente las nuevas circunstancias. Esto no significa necesariamente estar de acuerdo con lo ocurrido, pero sí reconocerlo como un hecho con el que se puede convivir.
En esta fase, surge una nueva claridad sobre los pasos a seguir. El caos y la confusión de la etapa anterior se transforman en una sensación de rumbo, lo que permite a la persona construir activamente en función de su nueva realidad. Una vez atravesado el proceso, la persona suele desarrollar una mayor confianza en su capacidad para afrontar futuros desafíos. El cambio, que al principio parecía una amenaza, se ve ahora como una oportunidad de aprendizaje y crecimiento.
Y que no se me olvide… Las habitaciones del modelo de Jessen no son universos estancos, más bien representan características de un proceso dinámico. Podemos ir y volver en este esquema. También hay mezcla de estados, pues en ocasiones podemos estar, por ejemplo, entre la tercera y cuarta habitación, con elementos característicos de ambas.
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